Sheila Jeffreys. La herejía lesbiana.
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«La teoría política del feminismo lesbiano transformó el lesbianismo de una práctica sexual vilipendiada en una idea y una práctica política que ponía en entredicho la supremacía masculina y la institución básica de la heterosexualidad. En los años 70 las feministas lesbianas pusieron voz a este desafío. Fue un acto de herejía. Lo fundamental de la práctica del feminismo lesbiano fue el rechazo de la construcción del lesbianismo que hacía la sexología. Quedaron desterradas las ideas de la clase médica: que el lesbianismo era una anomalía congénita; que el lesbianismo tenía determinantes psicológicos; que era resultado de la envidia del pene; que el lesbianismo era una desviación que merecía figurar en los libros de texto sexológicos junto a los abusos sexuales de menores y al fetichismo de la ropa interior. Estábamos construyendo un nuevo universo feminista. A partir de la autoconciencia, en un ambiente de gran optimismo, redefinimos el lesbianismo como una saludable elección para las mujeres, basada en la autoestima, el amor por otras mujeres y el rechazo de la opresión masculina.
Toda mujer podía ser lesbiana. Se trataba de una opción política revolucionaria que, si millones de mujeres la adoptaran, llevaría a la desestabilización de la supremacía masculina, en la medida en que los varones perderían los fundamentos de su poder, sustentado en los servicios domésticos, sexuales, reproductivos, económicos y emocionales desinteresados y no remunerados de las mujeres. Sería la base a partid de la cual podríamos desarmar el poder masculino. Crearía un universo alternativo para la construcción de una nueva sexualidad, una nueva ética, una nueva cultura en contra de la corriente dominante masculina.»
«En la filosofía feminista lesbiana, los términos «lesbiana» y «feminista» se incluyen el uno al otro: el lesbianismo es feminista y el feminismo es lesbiano. Hay muchas lesbianas que trabajan activamente en una política no específicamente feminista en favor de la igualdad de derechos para las lesbianas (de hecho, es casi idéntica a la de los homosexuales) y que a la vez son feministas por lo que respecta a la igualdad de salarios, el aborto y el acoso sexual. Pero su lesbianismo y feminismo están separados: existen en compartimentos herméticamente sellados.
En la filosofía feminista lesbiana, la teoría y la práctica del lesbianismo se construyen a través del feminismo. El concepto feminista de lo personal es político supone, por lo tanto, un análisis de todos los aspectos de la vida lesbiana en función del proyecto feminista. Uno de los descubrimientos esenciales del feminismo es la importancia de la integridad y la coherencia. Todo está interrelacionado con todo. Nadie vive en el vacío y ningún aspecto de nuestra vida es totalmente independiente de los demás.»
«El feminismo y el feminismo lesbiano es diferente de lo que algunas teóricas feministas lesbianas han denominado «heterofeminismo». El heterofeminismo parte de la base de que las lesbianas son y seguirán siendo una minoría, y que la heterosexualidad constituye, por alguna razón misteriosa, la preferencia sexual mayoritaria. El feminismo lesbiano transforma el feminismo al poner en entredicho que la heterosexualidad sea un hecho natural, desenmascarándola como una institución política, con la que se propone acabar en pro de la libertad de las mujeres y de su autodeterminación sexual. Ante todo el feminismo lesbiano persigue la creación de un mundo donde puedan vivir las lesbianas porque en ese mundo todas las mujeres serán libres.»
«El postestructuralismo, la teoría del postmodernismo, ha ejercido una gran influencia en el mundo académico en las décadas de los ochenta y los noventa porque es una filosofía idónea para los tiempos conservadores: lleva al fatalismo y a la inacción, a la vez que consigue parecer «moderna», ya que muchos de sus protagonistas han sido gays o sadomasoquistas o han apoyado de boquilla la política de las minorías.
Dada su hegemonía en las fuentes de las que bebe buena parte de la vida intelectual de la comunidad lesbiana y gay, su influencia ha sido considerable. La teoría postmoderna ha ridiculizado insistentemente el feminismo lesbiano y el feminismo radical. La variante lesbiana de esta corriente ha supuesto el fundamento de los ataques contra el feminismo lesbiano, a la vez que ha aportado una justificación teórica fundamental, en nombre de la propuesta de jugar con el género o con la «diferencia», aquellos procesos que más han contribuido a socavar el proyecto feminista lesbiano.»
«Otra característica de la aproximación sexológica a la lesbiana era considerar los juegos de roles como parte ineludible de las relaciones lesbianas. Carpenter sigue esta tradición cuando manifiesta que la mujer muy masculina, amante de las armas de caza, «por regla general» ama «a los especímenes suaves y femeninos de su propio sexo». Los sexólogos explicaron este fenómeno confirmando la existencia de dos tipos de mujeres homosexuales.
Por una parte, estaban las invertidas «congénitas», de orientación masculina, y por otra, las «seudolesbianas», que podrían haber sido heterosexuales de no haber sucumbido a las artimañas de la verdadera invertida. Estas últimas tenían el aspecto y el comportamiento de la mujer heterosexual afeminada de su época. Se sentaron así las bases para considerar los juegos de roles butch/femme como algo intrínseco a la relación lesbiana.»
«Las feministas lesbianas están convencidas, no solo en virtud de su compromiso ideológico sino también por experiencia propia, de que el comportamiento humano es modificable. Después de todo, las feministas pretenden que los varones cambien su comportamiento masculino, que interpretan como una reafirmación de la pertenencia a una clase dominante masculina cuya existencia misma depende de la subordinación de las mujeres.»
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«La influencia de las ideas sexológicas y en particular de la década de los veinte se revela actualmente como un aspecto fundamental, si no para la construcción de una identidad lesbiana, desde luego al menos para los presentes debates en torno a la sexualidad lesbiana. La feministas lesbianas y las lesbianas de la «diferencia sexual» difieren mucho en su valoración de este período histórico. La década de los veinte es posiblemente la época más directamente relevante para el presente. Los acontecimientos de los veinte pueden dar claves para comprender el desgarramiento de la comunidad lesbiana en los años 80.
A semejanza de las lesbianas que entonces adoptaron las categorías de la sexología para darle sentido a su experiencia y se encontraron con que esto las hacía entrar en conflicto con las concepciones feministas de la sexualidad, en fecha más reciente las lesbianas de ideología sexual libertaria han vuelto a recurrir a la sexología para explicar su lesbianismo en términos biológicos, de diferencia sexual, de butch y femme, cayendo en un rechazo análogo de la teoría y la práctica feministas.»
«La mayor parte de las feministas coincide probablemente en el carácter político de la violencia sexual de los varones contra las mujeres. Las teóricas feministas han escrito páginas tras páginas acerca del papel político de la violencia sexual como soporte crucial y funcional del sistema político de la supremacía masculina. Todo el espectro de la violencia sexual -incluidos el abuso sexual en la infancia, la violación conyugal y los asesinatos de mujeres- tiene como fin el control, el desarme y el sometimiento de las mujeres.»
«Otro tema referido al carácter político de la sexualidad en la que coincidiría gran parte de las teóricas feministas es el de la construcción de la heterosexualidad como principio organizador de las relaciones sociales en un sistema de supremacía masculina. Tal vez estén en desacuerdo sobre la magnitud de la relevancia de la heterosexualidad como institución perpetuadora del poder masculino, pero probablemente coincidieran en señalar que las presiones ejercidas sobre las mujeres para que éstas adopten la heterosexualidad asisten los propósitos de la supremacía masculina.
Sin el principio de heterosexualidad un varón concreto difícilmente obtendría sin remuneración el conjunto de todos los servicios sexuales, reproductivos, económicos, domésticos y emocionales de las mujeres. Por regla general las feministas actuales no consideran la orientación heterosexual un asunto meramente privado e individual, independientemente del poder masculino. Es en el área de la construcción del placer sexual y de la práctica sexual donde han surgido los conflictos sobre una concepción política de la sexualidad. El sexo se sigue considerando un asunto privado, individual y consensuado, un tabú para el análisis político. El feminismo establece conexiones, y en este caso las conexiones parecen evidentes.
Tanto la heterosexualidad como sistema político, como la violencia sexual como control social obedecen a la construcción del deseo heterosexual. Con «deseo heterosexual» me refiero a la connotación erótica del desequilibrio de poder que tiene su origen en las heterorrelaciones, pero que puede darse igualmente en las relaciones entre personas del mismo sexo. Un análisis feminista señalaría la necesidad de reconstruir la sexualidad con el fin de desmantelar el sistema sexual de la supremacía masculina. Con este fin habría que construir lo que denomino «deseo homosexual», o connotación erótica de la igualdad.»
«En su cruzada para someter a las mujeres mediante el coito, los sexólogos encontraron apoyo en la capacidad de éstas para connotar eróticamente su propia subordinación y vivirla como «placentera». A lo largo de la vida las mujeres aprenden sus emociones y sus respuestas sexuales en situaciones de desigualdad e incluso, a menudo, de abusos sexuales. Tenemos que analizar escrupulosamente la palabra «placer». Las mujeres pueden llegar al orgasmo durante una violación o en una situación de abuso sexual. Estos orgasmos no demuestran que lo «deseaban», ni que hubiera ocurrido nada positivo. En la actualidad no existen palabras para describir los sentimientos sexuales no positivos. Solamente existen palabras como placer y goce.
Es importante poner en entredicho el concepto de placer sexual en su totalidad y no asumir que los sentimientos sexuales son necesariamente positivos. Así nacerá una terminología más sensible y más matizada que permita a las mujeres la expresión de una mayor gama de sentimientos sexuales, incluidos aquellos que se viven como inequívocamente negativos.»
«Aunque muchas personas considerarían indeseables las autolesiones en sus formas no sexuales y se negarían a celebrar debates públicos acerca de las ventajas o desventajas de estas autolesiones, el sadomasoquismo, en tanto que tema sexual, se encuentra más allá del alcance de la crítica. Así, nos encontramos con que las feministas deben participar en ciertos «debates» sobre la utilidad de unas prácticas de humillación psicológica y mutilación física que en cualquier otro contexto se considerarían claramente abusivas.
La nueva industria sexual lesbiana está empezando a utilizar a mujeres como trabajadoras sexuales, tanto en la pornografía como en otras formas de prostitución, y lo hará cada vez más. Quienes aplauden el derecho individual de toda lesbiana a su placer sexual no suelen considerar que éstos sean trabajos controvertidos. Las formas problemáticas del sistema sexual de la supremacía masculina, como el abuso sexual y la utilización de mujeres en la prostitución, puede así ignorarse o incluso reivindicarse.
Las autoras libertarias de la teoría y de los artefactos de la nueva industria sexual lesbiana son en su mayoría el fruto privilegiado de la revolución de los sesenta, en lo referente a la educación y a las oportunidades para las mujeres en los Estados Unidos. Les resulta inadmisible que ciertas áreas de su consciencia o de su vida, especialmente las relacionadas con la sexualidad, no estén emancipadas. Desaprueban la lucha feminista contra la violencia masculina por presentar a las mujeres como «víctimas» sin fuerza. Estas mujeres, académicas y pornógrafas de gran éxito, no se consideran a sí mismas oprimidas ni mucho menos opresoras de otras mujeres. Reclaman la igualdad de oportunidades en el terreno sexual, de la misma forma en que las feministas liberales reivindican esta igualdad de oportunidades para los salarios o las mejoras profesionales.
La industria sexual, la pornografía y la prostitución esclavizan a las mujeres sometiéndolas sexualmente. Al reivindicar el acceso a una igualdad de oportunidades en el terreno sexual están reclamando acceso igualitario a las mujeres. Estas mujeres, autorrealizadas y «liberadas», aspiran en último término a lo que ellas entienden como los privilegios de los varones.»
«La cosificación es una característica que pertenece a la sexualidad de la clase dominante. En una sociedad igualitaria no existiría la cosificación, ya que ninguna clase o grupo sería considerado prescindible e inferior. Un pequeño grupo de lesbianas puede tener acceso a algunos de los privilegios masculinos -la utilización de otras mujeres como juguetes sexuales desechables-, sin que suponga una amenaza para el poder masculino.
Las lesbianas pueden identificarse con la mirada y la posición sexual de los varones respecto de otras mujeres. Se convierten en miembros, honorarios o convidados de la clase dirigente, sin más privilegios que el de la participación en la degradación de otras mujeres. La sensación de poder que les infunde el trato que dan a las mujeres no supone frente a los varones un poder en el mundo real.»
«La prostitución no es tampoco un trabajo como cualquier otro en tanto que obedece específicamente a la opresión de las mujeres. Solo puede existir porque una clase dirigente es capaz de convertir en objetos a un grupo de personas obligadas a satisfacer sus necesidades. Sin esta sexualidad de la clase dirigente, sin sus privilegios sexuales, sin pobreza ni explotación, no existiría la prostitución.
El estigma que portan las trabajadoras de la prostitución está vinculado al abuso real que resulta de la utilización de las mujeres a través de la prostitución. No se trata de un prejuicio irracional abocado a la desaparición, sino de una necesidad funcional. Para poder inflingir un trato infrahumano a un determinado grupo de personas, hace falta clasificarlas de inferior y justificar de este modo su abuso.»
«El lenguaje liberal se ha utilizado en defensa de todos los recientes acontecimientos de la revolución sexual lesbiana. Las palabras clave son «consentimiento» y «libre elección». Un modelo de sexualidad basado en la idea de consentimiento parte de la supremacía masculina. Según este modelo, una persona -habitualmente un varón- utiliza de útil sexual el cuerpo de otra, que no siempre está interesada sexualmente e incluso se puede mostrar reacia o angustiada. Es un modelo basado en la dominación y la sumisión, la actividad y la pasividad. No es mutuo. No descansa sobre la participación sexual de ambas artes. No implica igualdad sino su ausencia.
El concepto de consentimiento es un instrumento que sirve para ocultar la desigualdad existente en las relaciones heterosexuales. Las mujeres deben permitir la utilización de su cuerpo; mediante la idea de consentimiento se justifica y se legitima este uso y este abuso. En ciertas situaciones en que la improcedencia de esta utilización resulta especialmente patente -por ejemplo, en el caso de una violación callejera-, se les concede a las mujeres un derecho limitado de objeción; sin embargo, generalmente la idea de consentimiento logra que la utilización y el abuso sexual de las mujeres no se consideren daño ni infracción de los derechos humanos.
En el contexto de esta aproximación liberal al sexo, se considera vulgar hacer preguntas políticas, por ejemplo, sobre la construcción del consentimiento y de la libre elección. El consentimiento de las mujeres, que puede obligarlas a sufrir un coito indeseado o a aceptar su función como ayuda masturbatoria, está construido a través de las presiones a las que las mujeres se encuentran sometidas a lo largo de su vida. Estas presiones incluyen la dependencia económica, el abuso sexual, los malos tratos, así como el aluvión de propaganda acerca de la función de las mujeres. Todo esto puede causar una rotunda falta de autodeterminación. Las lesbianas son también mujeres. Resulta sorprendente que una lesbiana pueda considerar útil el concepto de consentimiento cuando éste nace de la opresión y de la desigualdad material de las mujeres.»
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«Durante mucho tiempo las feministas han criticado la pornografía masculina por cosificar a las mujeres, es decir, por convertirlas en objetos de consumo para los varones. Éstos aprenden a considerar a las mujeres como meros objetos que sirven para la escenificación de sus fantasías. Los varones pueden cosificar a las mujeres porque éstas constituyen la clase subordinada y viven en un estado de subordinación, convirtiéndose así en las víctimas de la pornografía y de la prostitución, de la violación y de los abusos sexuales.
En el ejercicio de la cosificación los miembros de la clase opresora consiguen desestimar cualquier elemento de la común condición humana que los une a sus víctimas y que podría llevarlos a identificarse con ellas. Así ocurre en la guerra, cuando los reclutas aprenden a cosificar al enemigo para poder matarlo, proceso utilizado en la guerra del Vietnam. La sexualidad masculina gira en torno a la cosificación. El deseo sexual de la cosificación parte de la mente y del imaginario. Los varones fantasean sobre lo que les gustaría hacer y con quién y, después, salen al encuentro del objeto adecuado.»
«Si las feministas se han mostrado especialmente contrarias a las explicaciones basadas en el determinismo biológico, es porque la idea misma del feminismo, la posibilidad de su nacimiento, deriva de la lucha contra la atribución a la biología de las diferencias psicológicas entre los sexos. Es imposible que las feministas lesbianas curtidas en esta lucha se muestren partidarias de las explicaciones biológicas de la homosexualidad. Lo pueden hacer los gays cuya libertad como varones no depende en la misma medida de su lucha contra el biologismo. La teoría feminista lesbiana ha explicado la «diferencia» femenina o femineidad como una invención masculina, y el sometimiento de las mujeres a la femineidad como una proyección de las fantasías masculinas sobre las mujeres.»
«No hay razón por la que una crítica del arte no pueda realizar una aportación valiosa al desarrollo de la teoría política; sin embargo, tal vez sea un signo preocupante que todo lo que la nueva generación de alumnas y profesoras lesbianas y alumnos y profesores gays denominan «teoría» proceda del mundo de las artes y no de las ciencias sociales. Tal vez así se explique el hecho de que en esta nueva teoría no haya lugar para el anticuado tema de las auténticas relaciones de poder, ni tampoco para la economía o para una forma de poder que no anda simplemente jugueteando, sino que se encuentra en manos de la clase y elites determinadas.
La teoría postmoderna otorgó un lugar preeminente al lenguaje dentro de lo político: la palabra se tornó realidad, el crítico cultural se convirtió en activista político, blandiendo la pluma mientras el ama de casa maltratada por su marido por olvidar una telaraña en un rincón se vuelve extrañamente invisible.»
«El género, entendido como gestos, atuendo y apariencia, puede efectivamente, considerarse como disfraz, travestismo o, en palabras de Butler, «representación». A su modo de ver, la «representación» demuestra la ausencia de un «sexo interno o esencia o centro psíquico de género». Esta supuesta estrategia revolucionaria, ¿cómo puede traducirse en un cambio? No queda demasiado claro.
Al parecer, el público que asiste a la función de travestismo del género debe darse cuenta de que el género no es ni «real» ni «verdadero». Pero, después de darse cuenta, ¿qué deben hacer? Al acabar la función de travestismo, ¿las mujeres y los hombres heterosexuales volverán a casa corriendo para deshacerse del género y anunciar a sus parejas que no hay tal cosa como la masculinidad y la femineidad? No parece demasiado probable. Si el género fuera realmente solo una idea, si la supremacía masculina se perpetuara solo porque en las cabezas de los hombres y de las mujeres no acaban de prenderse las lucecitas necesarias para poder descubrir el error del género, entonces la estrategia de Butler podría tener éxito. Sin embargo, su concepción de la opresión de las mujeres es una concepción liberal e idealista.
La supremacía masculina no solo se perpetúa porque la gente no se percata de la construcción social del género o por una desgraciada equivocación que tenemos que corregir de alguna manera. Se perpetúa porque sirve a los intereses de los varones. No hay razón por la que los varones tengan que ceder todas las ventajas económicas, sexuales y emocionales que les brinda el sistema de supremacía masculina, solo por descubrir que pueden llevar faldas. Por otra parte, la opresión de las mujeres no solo consiste en tener que maquillarse. La imagen de un varón con falda o de una mujer con corbata no basta para liberar a una mujer de su relación heterosexual, mientras el abandono de su opresión le pueda causar un sufrimiento social, económico y probablemente hasta físico, y en algunas ocasiones la pérdida de su vida.»
«Parece divertido jugar con el género y con toda la parafernalia tradicional de dominio y sumisión, poder e impotencia, que el sistema de supremacía masculina ha engendrado. Mientras que el maquillaje y los tacones de aguja representaban dolor, gastos, vulnerabilidad y falta de autoestima para la generación de mujeres que se criaron en la década de los sesenta, la nueva generación de jóvenes nos informa que estas cosas son maravillosas porque ellas las eligen.
Esta nueva generación se pregunta incrédula cómo podemos divertirnos sin depilarnos las cejas ni las piernas. Y, entretanto, la construcción del género permanece incontestada. Estamos ante el sencillo fenómeno de la participación de ciertas lesbianas en la tarea de refuerzo de la fachada de la femineidad.»
«Para los incipientes movimientos lesbiano y gay de lo setenta, nombrar y crear una identidad eran cometidos políticos fundamentales. Nombrar tenía una especial importancia para las feministas lesbianas conscientes de cómo las mujeres desaparecían normalmente de la historia, de la academia y de los archivos, al perder su nombre cuando se casaban.
Éramos conscientes de la importancia de hacernos visibles y de luchar por permanecer visibles. La adopción y la promoción de la palabra «lesbiana» eran fundamentales, ya que establecían una identidad lesbiana independiente de los varones gays. A continuación, las feministas lesbianas del mundo occidental intentaban llenar de significado esa identidad. Estábamos construyéndonos una identidad política consciente. Las feministas lesbianas han defendido siempre un enfoque construccionista social radical para el lesbianismo.
Mediante poemas, trabajos teóricos, conferencias, colectivos propios, así como el trabajo político de cada día, íbamos construyendo una identidad lesbiana, que aspiraba a vencer los estereotipos perjudiciales y predominantes y que debía formas la base de nuestro trabajo político. Se trataba de una identidad históricamente específica. La identidad lesbiana que construyen las actuales libertarias sexuales y las teóricas de la nación queer es radicalmente distinta. La identidad elegida y construida debe corresponderse con las estrategias políticas que se quieran emprender.»
«El feminismo ha tratado de liberar a las mujeres de la cárcel del género y de las dicotomías entre chicas buenas y chicas malas. Ser feminista significaba, y sigue significando para muchas, ser una objetora de conciencia que se resiste con obstinación y rebeldía a entrar en los juegos de género y de dominio y sumisión, y que cree -en contra del escepticismo postmoderno- en la posibilidad de vivir al margen de ellos.»
«Otra vía para volver a supeditar a las lesbianas al cetro cultural de los varones gays es la política queer. La nueva política queer asegura que no excluye a nadie, permitiendo a lesbianas y gays jóvenes así como a lesbianas y gays negros organizarse por fin bajo el mismo estandarte feliz de lo queer. He aquí que la palabra «lesbiana » ha desaparecido.
Queer toma el relevo de gay pero muchas lesbianas nunca se han denominado gays. Históricamente, la terminología universal que designa a lesbianas y gays siempre ha acabado por señalar solo a los varones. Tanto los varones gays como el mundo heterosexual utilizaron la palabra homosexual como si las lesbianas no existieran. Para nombrarlas había que añadir un adjetivo diferenciador. Los varones gays eran la norma y, por consiguiente, ellas se convirtieron en «homosexuales femeninas». La palabra gay sufrió la misma suerte.
La liberación gay debía abarcar tanto a los varones gays como a las lesbianas; sin embargo, éstas se vieron en la necesidad de crear sus propias organizaciones y, además, idear una palabra propia para definir su experiencia específica. La palabra lesbiana tiene una historia importantísima. Convirtió a las lesbianas en algo más que una subcategoría de los varones gays. La palabra permitía cultivar el orgullo, la cultura, la comunidad, la amista y ética específicas lesbianas.
En un principio, las palabras homosexual y gay no se referían solamente a los varones, pero la evolución del término es resultado de una realidad política tangible, del mayor poder social y económico de los varones, del poder que ha permitido a los varones imponer su definición de cultura y ocultar a las mujeres. La batalla por dar valor a la experiencia específica de las mujeres y lesbianas ha sido larga y dura y tiene que mantenerse a diario; en caso contrario, la experiencia nos enseña que las mujeres y las lesbianas serán incorporadas y asimiladas al masculino genérico.»
«Todas las lesbianas que osan pensar como lesbianas y que deciden destinar sus energías sexuales y emocionales a las mujeres y no a los varones, se separan de la cultura dominante. Este acto de separación es motivo de castigo. El sexo entre lesbianas no perjudica a los varones. Lo han utilizado, de hecho, desde tiempos inmemoriales en los burdeles y en la prostitución para conseguir sus erecciones. La verdadera deslealtad consiste en el amor entre lesbianas -que incluye el sexo-, ya que esta separación suprime a algunas integrantes de la clase esclavizada de las mujeres, que consituye los cimientos del poder masculino, y logra una conexión entre las mujeres que puede convertirse en la base de la resistencia. El acto subversivo de las lesbianas no consiste en sus pícaros actos sexuales, sino en su separación, entendida como falta de admiración por el varón y sus obras.»
«El «deseo homosexual» es la connotación erótica de la igualdad de poder dentro de una relación lesbiana, gay o heterosexual; y el «deseo heterosexual», la connotación erótica de la diferencia o desigualdad de poder que nace del sistema sexual del heteropatriarcado. Es posible que una lesbiana que se ha criado en un sistema de poder masculino nunca pueda conocer del todo una sexualidad construida en un contexto de igualdad.
Pero creo que merece la pena luchar por transformar la sexualidad y perseguir el deseo homosexual, resaltando las áreas de nuestra experiencia sexual con las que nos sentimos cómodas y delimitando aquellas que chocan con nuestra visión de un futuro sexual lesbiano. Un futuro sexual lesbiano concordante con nuestro proyecto de cambio del mundo englobaría nuestra vida sexual en nuestro amor y nuestro respeto por nosotras mismas y por las otras mujeres.»
«Para comprender lo que está ocurriendo actualmente a muchas lesbianas -respecto del trato hacia sí mismas y hacia las demás- es necesario recordar la influencia de nuestra opresión como mujeres y como lesbianas sobre nuestras vidas. Algunas lesbianas quisieran creer que son ciudadanas libres e iguales en un paraíso de consumo capitalista, repleto de elecciones y preferencias. Pero las lesbianas no somos libres y la opresión no ennoblece precisamente. Las lesbianas sufrimos siempre la doble carga de la opresión como mujeres y como lesbianas, y a menudo además la de clase y la de raza.
Muchas lesbianas abandonaron su familia de origen por los abusos sexuales o han sufrido abusos en los centros institucionales. Han vivido en la calle o como prostitutas, son adictas al alcohol y a otras drogas. Incluso las lesbianas que no soportan estos regalos envenenados del heteropatriarcado, sufren a menudo la falta de autoestima y la incapacidad de reconciliarse con su cuerpo. Quizás se considere anticuado hablar de opresión y de sus consecuencias para todas nosotras, pero sin hacerlo es difícil hablar de un posible sentimiento de amor y de respeto hacia nosotras mismas y hacia las otras mujeres, así como de las consecuencias de este amor para nuestra práctica sexual, amistosa y de acción política.
Debería ser obvio que la utilización de otra mujer como prostituta o el abuso de otra mujer en la práctica sadomasoquista no representa un acto de amor o de gentileza; sin embargo, para muchas no lo es. Se acusa a las feministas lesbianas que denuncian el daño que las lesbianas causan a sí mismas y a otras lesbianas en nombre del sexo, de dividir la comunidad lesbiana y de interponer barreras a la amistad lesbiana. Sim embargo, quedarse callada ante los abusos contra las mujeres -ya sean mujeres o varones sus actores- no es un acto de amistad.»
SINOPSIS: «La herejía lesbiana», de Sheila Jeffreys.
«A partir de la tesis de que la lucha política de las lesbianas tiene más que ver con el movimiento contra la opresión de las mujeres, es decir, con el feminismo, que con la reivindicación de los homosexuales varones de sus derechos, la autora rechaza las relaciones de dominación-sumisión, aun entre lesbianas, y reivindica las relaciones sexuales y amorosas igualitarias, así como el sentido de la colectividad y la comunidad, en primer lugar con otras lesbianas, pero también con las otras mujeres, cuya amistad motiva la lucha feminista.»
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