Simone de Beauvoir. El segundo sexo.
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«Los que no se sienten intimidados por sus semejantes están también mucho más predispuestos a reconocer en la mujer a un semejante; pero incluso estos últimos se aferran, por muchas razones, al mito de la Mujer, de la Alteridad; no podemos reprocharles que no renuncien alegremente a todos los beneficios que obtienen con esta situación; saben lo que pierden si renuncian a la mujer tal y como la sueñan, pero ignoran lo que les aportarán tal y como será en el futuro.»
«El amor auténtico debería basarse en el reconocimiento recíproco de dos libertades; cada uno de los amantes se viviría como sí mismo y como otro; ninguno renunciaría a su trascendencia, ninguno se mutilaría; ambos desvelarían juntos en el mundo unos valores y unos fines. Para uno y otro el amor sería una revelación de sí mismo mediante el don de sí y el enriquecimiento del universo.»
«Es una experiencia curiosa para un individuo que se vive como sujeto, autonomía, trascendencia, como un absoluto, descubrir en sí como esencia dada la inferioridad: es una experiencia curiosa, para quien se considera Uno, ser revelado a sí mismo como alteridad. Es lo que le ocurre a la niña cuando, haciendo el aprendizaje del mundo, se percibe como una mujer. La esfera a la que pertenece está cerrada por todas partes, limitada, dominada por el universo masculino: por muy alto que se encarame, por muy lejos que se aventure, siempre habrá un techo por encima de su cabeza, unos muros que le cerrarán el camino. Los dioses del hombre están en un cielo tan lejano que en realidad, para él, no hay dioses. Sin embargo, la niña vive entre dioses con rostro humano.»
«Las razones prácticas invocadas contra el aborto legal carecen de peso; en cuanto a las razones morales, se reducen al viejo argumento católico: el feto tiene un alma y se le cierra el paraíso al suprimir el bautismo. Es significativo que la Iglesia autorice, si se da el caso, la muerte de hombres hechos y derechos: en las guerras o cuando se trata de condenados a muerte, pero reserva para el feto un humanitarismo intransigente. No le redime el bautismo, pero en tiempo de guerras santas contra los infieles, tampoco se los redimía y se fomentaba encarecidamente la masacre. Las víctimas de la Inquisición no estaban todas en estado de gracia, como tampoco ahora el criminal guillotinado y los soldados muertos en el campo de batalla. En todos los casos, la Iglesia se abandona a la gracia divina; admite que el hombre sólo es un instrumento en sus manos y que la salvación está en las manos de Dios. ¿Por qué no se acepta que Dios pueda acoger el alma embrionaria en el cielo? Si un concilio lo permitiera, no protestarían, como tampoco protestaba cuando se masacraban indios alegremente. En realidad, tropezamos con una antigua tradición obcecada que nada tiene que ver con la moral.»
«Engendrar es asumir un compromiso; si la madre luego lo olvida, comete una falta contra una existencia humana, contra una libertad; pero es algo que nadie puede imponer. La relación de los padres con los hijos, como la relación entre esposos, debería ser libremente deseada. Ni siquiera es cierto que el hijo sea para la mujer la mejor forma de realizarse; se suele decir de una mujer que es coqueta, enamoradiza, o lesbiana, o ambiciosa «al no haber tenido hijos»; su vida sexual, los valores que persigue parecen ser sucedáneos del hijo. En realidad, la indeterminación es anterior: se puede decir también que una mujer desea un hijo por falta de amor, falta de ocupación, por no poder saciar sus tendencias homosexuales. Bajo este seudonaturalismo se oculta una moral social y artificial. Que el hijo sea el fin supremo de la mujer es una afirmación que no tiene más valor que el de un eslogan publicitario.»
«Es por tanto absurdo hablar de «la mujer» en general como del «hombre» eterno. Vemos que todas las comparaciones en las que se trata de decidir si la mujer es superior, inferior o igual al hombre son ociosas: sus situaciones son profundamente diferentes. Si confrontamos estas situaciones mismas, es evidente que la del hombre es infinitamente preferible, es decir, que tiene muchas más posibilidades concretas de proyectar en el mundo su libertad; el resultado es necesariamente que las realizaciones masculinas predominan con mucho sobre las de las mujeres: a éstas les está prácticamente prohibido hacer nada. No obstante, confrontar el uso que en sus límites hombres y mujeres hacen de su libertad es apriori un ejercicio desprovisto de sentido, ya que precisamente la utilizan libremente. En formas diferentes, las trampas de la mala fe, las falacias de la seriedad, pueden afectar tanto a unos como a otras; la libertad es total en cada cual. Simplemente, dado que en la mujer es abstracta y vacía, sólo se puede asumir auténticamente en la rebeldía: es el único camino que se abre a los que no tienen la posibilidad de construir nada; tienen que vencer los límites de su situación y tratar de abrirse los caminos del futuro; la resignación sólo es una capitulación y una huida; para la mujer no hay más salida que trabajar por su liberación.»
«Si la sangre sólo fuese un alimento, no tendría más valor que la leche; pero el cazador no es un carnicero; en la lucha contra los animales salvajes corre riesgos. El guerrero, para aumentar el prestigio de la horda, del clan al que pertenece, pone en juego su propia vida. Así demuestra brillantemente que para el hombre la vida no es el valor supremo, que debe servir para fines más importantes que ella misma. La peor maldición que pesa sobre la mujer es estar excluida de estas expediciones guerreras; si el hombre se eleva por encima del animal no es dando la vida, sino arriesgándola; por esta razón, en la humanidad la superioridad no la tiene el sexo que engendra, sino el que mata.»
«Si la mujer ha franqueado en gran medida la distancia que la separaba del varón, ha sido gracias al trabajo; el trabajo es lo único que puede garantizarle su libertad concreta. En cuanto deja de ser un parásito, el sistema basado en su dependencia se desmorona; entre ella y el universo ya no es necesario un mediador masculino. La maldición que pesa sobre la mujer vasalla es que no le está permitido hacer nada: entonces se obstina en la persecución imposible del ser a través del narcisismo, el amor , la religión; productora, activa, reconquista su trascendencia; en sus proyectos se afirma concretamente como sujeto; por su relación con el objetivo que persigue, con el dinero y los derechos de los que se apodera, vive su responsabilidad.»
«El hecho de ser un ser humano es infinitamente más importante que todas las singularidades que diferencian a los seres humanos; las circunstancias nunca confieren una superioridad; la «virtud», como la llamaban los antiguos, se define en la esfera de «lo que depende de nosotros». En ambos sexos se vive el mismo drama de la carne y el espíritu, de la finitud y la trascendencia; los dos están devorados por el tiempo, los acecha la muerte, tienen una misma necesidad esencial del otro; y pueden encontrar la misma gloria en su libertad; si supieran apreciarla, no tratarían de disputarse falsos privilegios; y entonces podría nacer la fraternidad entre ellos.»
«Liberar a la mujer es negarse a encerrarla en las relaciones que mantiene con el hombre, pero no negarlas; si se afirma para sí, no dejará de existir también para él: al reconocerse mutuamente como sujetos, cada uno seguirá siendo para el otro una alteridad; la reciprocidad de sus relaciones no suprimirá los milagros que genera la división de los seres humanos en dos categorías separadas; el deseo, la posesión, el amor, el sueño, la aventura; las palabras que nos conmueven: dar, conquistar, unirse, seguirán teniendo un sentido; por el contrario, cuando quede abolida la esclavitud de la mitad de la humanidad y todo el sistema de hipocresía que supone, la «sección» de la humanidad revelara su auténtico significado y la pareja humana recobrará su verdadera imagen.»
SINOPSIS: «El segundo sexo», de Simone de Beauvoir.
» El segundo sexo » no sólo ha nutrido a todo el feminismo que se ha hecho en la segunda mitad del siglo XX, sino que es el ensayo feminista más importante de esa centuria. Todo lo que se ha escrito después en el campo de la teoría feminista ha tenido que contar con esta obra, bien para continuarla en sus planteamientos y seguir desarrollándolos, bien para criticarlos oponiéndose a ellos.
» El segundo sexo » , que es el ensayo de una filósofa existencialista, se encuadra en el ámbito más amplio de un pensamiento ilustrado que toma de la ilustración precisamente sus aspectos positivos, emancipatorios; ante todo, una concepción igualitaria de los seres humanos, según la cual la diferencia de sexos no altera su radical igualdad de condición.
Al mismo tiempo, es un ensayo filosófico que analiza el hecho de la condición femenina en las sociedades occidentales desde múltiples puntos de vista: el científico, el histórico, el psicológico, el sociológico, el ontológico y el cultural. Se trata de un estudio totalizador donde se investiga el porqué de la situación en que se encuentra esa mitad de la humanidad que somos las mujeres.»
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