Amelia Valcárcel. La política de las mujeres.

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«¿Quién es la mujer, la dama o la amada? Estrictamente nadie. Son ideaciones, construcciones, primero mentales, que se forma el caballero para sacar a lo femenino de su estado-informe. Son, en primer lugar, objetos de ficción. En verdad, todo lo que es femenino es una orto-representación de lo humano, o, en algunas formulaciones, una representación alegórica primordial. Cuando un varón idea al ser humano perfecto idea a la amada. Pero es su idea, su representación. Por serlo resulta fascinante y, por lo mismo, solo resulta fascinante cuando se mantiene como tal representación. «La mujer», «la dama del caballero», «la amada» son sueños del varón que espiga de aquí y allá rasgos apenas bocetados en las mujeres reales. Con ellos construye un modelo perfecto y, con ese modelo en la mente, con ese su objeto ficcional, se mueve: busca hacerlo verdadero en alguna mujer real, empresa siempre abocada al fracaso.El mismo amor no es otra cosa que la tensión hacia ese objeto ficcional y, por lo tanto, no puede realizarse. La esposa nunca es la doncella que se deseaba, porque el deseo fabrica su objeto y el objeto de deseo y el objeto de posesión no pueden coincidir.»


«Cuando vindicamos igualdad con otro, no la vindicamos en principio para disminuir nuestra esfera de acción. Una vindicación de igualdad siempre tiene como teleología práctica ampliar la esfera de acción del individuo que la hace. Lo que quiere decir que una vindicación de igualdad es casi siempre una vindicación de libertad, de las mismas libertades que quien sirve de referencia se esté concediendo a sí mismo.

La distinción entre igualdad y libertad tal y como se usan estos términos en el lenguaje de las vindicaciones políticas, ¿es una distinción verdadera o es una distinción analítica? ¿Se corresponde con masas reales de acción y gentes que operan o libertad e igualdad son maneras de decir la misma cosa? ¿Se trata de los mismos géneros relacionales, que simplemente nosotros dividimos para entenderlos y poder articularlos? Hay una larga continuidad entre igualdad y libertad, tal que no conozco ni me represento el caso de una vindicación de igualdad que no sea una vindicación de libertad, de un mayor campo de acción. Mientras que mentalmente sí me puedo representar el caso de una mayor vindicación de libertad olvidando la iguadad. Esto me lo puedo representar con cierta facilidad incluso. De donde parecería que la prioridad ontológica de la igualdad solo se daría transformándose en libertad. O, en otros términos, que en el núcleo de la igualdad la libertad sería previa.

De ese todo al que llamamos igualdad, a lo largo de esos tres siglos que tiene tanto la palabra como los movimientos que ha generado y contribuido a validar, nosotros hemos ido convirtiendo sistemáticamente esa igualdad en libertades. Igualdad significó y va a significar libertad: libertad para tener educación, libertad para tener salud, libertad para tener soltería, libertad para tener un matrimonio que se disuelva. Esas igualdades son libertades, se transforman de modo sistemático en libertades».


«Cualquier movimiento que se plantee cambiar determinados rasgos de la realidad política y social ha de educir un nosotros al que dotar de rasgos de legitimidad y excelencia. Paradójicamente construir la individualidad no es una tarea individual, sino colectiva. Del mismo modo que reclamar la igualdad es exigir simetría y equipolencia, no uniformidad ni homogeneidad. Con todo fundamento las mujeres podemos y debemos actuar en nombre propio y crear nuestras propias redes de mutuo apoyo dentro de nuestros países y entre nuestros países, porque el feminismo es el único internacionalismo que queda en pie. Y además tiene la particularidad de que es verdadero.»


«Para que las mujeres puedan sentirse herederas ciertas, y no vacilantes, de los grandes varones, los varones han de dar entrada en ese su olimpo sexista a las grandes mujeres. En fin, algo tan costoso y tan simple como hacer real que la palabra «hombre» nos designe a unas y otros. Y que esto suceda porque en efecto la memoria humana se haya vuelto común, sea memoria, y no como al presente, imposición de la genealogía patriarcal, generadora de sacralidad y poder de algunos sobre el conjunto. Mientras esto no ocurra las mujeres se verán obligadas a la doble tarea de atender a los supuestos modelos universales, en verdad masculinos por sobreimposición y obliteración, y a la vigilante vindicación de las propias.»


«Los seres humanos no tenemos por qué llevarnos bien todos con todos, y de hecho eso no ha sucedido jamás, ni es previsible que llegue a suceder. No tenemos que esperar, por lo tanto, que una persona nos sea particularmente simpática para sentirnos obligadas con ella. La solidaridad no incluye la amistad. Es más bien adusta. Tanto mejor si aquella con quien debemos ser solidarias nos agrada, pero si no es así, eso nos tiene que dar exactamente igual. Me consta que pasar por encima de las antipatías y aun de las enemistades patentes por mor del ejercicio de la solidaridad no es sencillo. Pero tampoco es tan complicado como parece. Al fin y al cabo la solidaridad es una virtud lejana, esto es, no precisa la concurrencia de la cercanía física de los individuos.»


«Me parece muy complicado ser solidaria por encima de ideologías y diré por qué. No veo manera en la cual yo pueda ser solidaria con una mujer que esté anclada o trabajando a favor de una ideología de la cual sea un núcleo consistente defender que la posición de las mujeres no debe cambiar porque está bien como está. Me resulta difícil lanzar la virtud de la solidaridad a dar un salto sobre un abismo tan grande. Imaginemos, por ejemplo, que exista una ideología hipermasculina, y las hay, y una mujer que la represente de un modo además, eficaz y a la vez efectivo. ¿Existe por nuestra parte el debe de ser solidaria con ella? Creo realmente que hasta ahí no, en modo alguno.»

SINOPSIS: «La política de las mujeres», de Amelia Valcárcel.

«Amelia Valcárcel considera que tiene una deuda con el feminismo porque le ha ayudado a entender muchas cosas. Asistir en la vida a un proceso de cambio tan enorme y liberador es en sí un azar de fortuna. Poder, en la medida de las propias fuerzas, contribuir a tal emancipación, a desterrar la no querida ni culpable perpetua minoría de edad de las mujeres, es constante fuente de alegría que los obstáculos no consiguen enturbiar. En su opinión, ésa es la experiencia de las mujeres de su generación: comprobar cómo los cambios en las formas de vida han sido inauditos y sentirse coprotagonistas de ellos. El presente volumen recoge varios trabajos de Amelia Valcárcel, surgidos de su organización o participación en seminarios, jornadas o colaboraciones en diversas revistas, que, con el paso del tiempo y tras contrastarlos con otros colegas o colectivos, alcanzan ahora su forma definitiva. Es, en gran parte, un producto itinerante y militante.»

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