Mónica Alario Gavilán. Política sexual de la pornografía.

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«El neoliberalismo parte de la idea de que todas las personas ya son libres e iguales y, desde esta premisa, interpreta que cualquier acto de cualquier persona es ya parte de su absoluta libertad de elección. El neoliberalismo obvia que no todas las personas parten de la misma posición social y eleva a principio moral absoluto la libertad individual; pero esta es una libertad individual descontextualizada que no tiene en cuenta las desigualdades estructurales que atraviesan las sociedades en la actualidad.

Estas desigualdades estructurales quedan invisibilizadas, dejando como única explicación de las decisiones y vivencias individuales la libertad de cada persona. Pero, en una sociedad conformada por diversas estructuras de desigualdad, en que no existe una igualdad real, no se puede hablar de una libertad real, porque las personas están altamente condicionadas por la posición que ocupan en dichas estructuras. La libertad sin igualdad es el caldo de cultivo perfecto para que quienes tienen el poder lo mantengan.»


«El patriarcado es el sistema de dominación de los varones sobre las mujeres. Las feministas radicales, en las décadas de 1960 y 1970, desarrollaron una serie de herramientas conceptuales que permitían analizar dicho sistema de dominación: sus causas, sus manifestaciones, cómo se reproducía…Uno de los conceptos fundamentales fue el de «género».

Los géneros son dos construcciones sociales asociadas a los sexos. Si bien los sexos hacen a las personas diferentes, son los géneros los que transforman dicha diferencia en desigualdad. Los géneros son una herramienta imprescindible en la reproducción del patriarcado, pues, a nivel estructural, son precisamente los mecanismos por medio de los cuales se reproduce la desigualdad de poder entre varones y mujeres.

Señalar que los géneros son construcciones sociales permitió a las feministas radicales refutar la naturalización de la desigualdad; es decir, el argumento que afirma que la desigualdad de poder entre varones y mujeres responde a la naturaleza. La naturalización de la desigualdad trae consigo varias ideas: en primer lugar, si esa desigualdad es natural, no tiene sentido preguntarse a qué intereses responde, a quiénes beneficia y a quiénes perjudica, es decir, hacer un análisis político de ella; en segundo lugar, en cuanto natural, ni es modificable ni tiene sentido preguntarse cómo abolirla.

El concepto de género permitió a las feministas radicales señalar que la desigualdad de poder entre varones y mujeres no responde a la naturaleza, sino que es una construcción social y que, por tanto, el sistema de desigualdad que se reproduce por medio de los géneros, el patriarcado, puede ser abolido.»


«Si se define el término «sexualización» simplemente como el aumento de la visibilidad «del sexo», estar en contra de la sexualización equivaldría a estar en contra de que «el sexo», en abstracto, se haga visible. Pero, contextualizando este fenómeno, estar en contra de la sexualización es estar en contra de la deshumanización de las mujeres y de su reducción a cuerpos que son medios para que los varones satisfagan sus deseos. Esta imposición de connotaciones sexuales a un grupo de personas previamente deshumanizadas tiene más que ver con la desigualdad y la violencia que con el sexo.»


«Actualmente, en los patriarcados que están siendo analizados, se está produciendo un fenómeno al que diversas autoras han denominado «pornificación de la cultura». La pornificación de la cultura es un proceso que puede observarse en cómo diversos elementos del imaginario pornográfico se han introducido en manifestaciones culturales no consideradas pornográficas, en la normalización y el crecimiento del consumo de pornografía y en la aceptación social de la idea de que el sexo, el buen sexo, es lo que muestra la pornografía.»


«Que se normalicen estos elementos pornográficos no significa, como han afirmado ciertos autores, que se normalice el «sexo» en general, sino que se normaliza específicamente el tipo de «sexo» que vende la pornografía: patriarcal, basado en el mencionado esquema que cosifica y deshumaniza a las mujeres y que, por tanto, ya implica ciertos niveles de violencia contra ellas.»


«Convertir pornografía y sexo en sinónimos significa afirmar que el sexo es lo que presenta la pornografía, y que lo que presenta la pornografía es sexo. Si el sexo es lo que presenta la pornografía, entonces no tiene sentido la lucha feminista por erradicar la violencia sexual y construir una sexualidad en que no se reproduzca la desigualdad de poder entre hombres y mujeres, pues esa violencia simplemente formaría parte de lo que es el sexo, y dado que la pornografía formaría parte de lo que es el sexo, y dado que la pornografía se basa en la erotización de la desigualdad de poder, «sexo igualitario» sería un oxímoron, una contradicción. 

Si lo que presenta la pornografía es sexo, entonces, como las feministas han denunciado, como se ha podido comprobar muy repetidamente, la violencia sexual contra las mujeres queda conceptualizada simplemente como sexo, haciendo inútil que las mujeres señalen la violencia sexual que sufren y deslegitimando la lucha por su derecho humano a una vida libre de violencia.»


«Al afirmar que la sexualidad, tal y como la conocemos, es natural, se está diciendo que no es construida, que no puede cambiar, que no es política. La idea de que la sexualidad es un ámbito «natural», en el sentido de no influido por el contexto social y estructural, desactiva el análisis y la crítica feminista radical de las estructuras de desigualdad que la atraviesan y se reproducen en ella. 

La sexualidad no es un ámbito ajeno a las construcciones sociales, sino que es uno de los terrenos que se construyen de una u otra forma en función del género. La sexualidad masculina se construye en coherencia con la masculinidad, y la femenina, en coherencia con la feminidad. Lo transmitido en la socialización de género forma parte de la construcción de la sexualidad: en el proceso de «aprender a ser un hombre» también se aprende a «comportarse sexualmente como un hombre», y en el proceso de «aprender a ser una mujer» también se aprende a «comportarse sexualmente como una mujer». Así, para buscar respuestas a la pregunta de qué está pasando en la construcción de la sexualidad masculina para que los varones puedan excitarse sexualmente ejerciendo violencia contra las mujeres, es necesario previamente reflexionar sobre la construcción de la masculinidad.»


«El término «hegemonía» hace referencia a supremacía, a superioridad de poder en una jerarquía. En un contexto patriarcal, la masculinidad es hegemónica por definición, pues su existencia remite directamente al mantenimiento de la jerarquía en que los varones son el grupo sexual privilegiado, y las mujeres, el grupo sexual oprimido.

En un contexto patriarcal, «masculinidad no hegemónica» es un oxímoron; y en un contexto no patriarcal no habría algo así como «masculinidad» o «feminidad», porque no habría mecanismos destinados a reproducir la desigualdad entre hombres y mujeres: habría personas diferentes con características y gustos diferentes que no es estarían condicionados por el género que les corresponde en función de su sexo.»


«Esta masculinidad, esta supuesta superioridad sobre las mujeres, no es un atributo que se «posea» de manera estable, no es algo que se muestre una sola vez y tenga validez a lo largo del tiempo, sino que únicamente tiene validez en la medida en que se «demuestra». Por ello, los varones van a sentir el imperativo de mostrar constantemente que son «suficientemente hombres», de mostrar constantemente que están por encima de las mujeres.

Si los varones tienen que estar tratando de mostrar constantemente esta supuesta superioridad sobre las mujeres en que consiste la masculinidad, es porque dicha superioridad no es natural, no aparece en la realidad por sí misma independientemente de que los varones se encarguen de establecerla. Si esta superioridad fuera natural, los varones no tendrían que intentar mostrarla constantemente: aparecería por sí misma porque existiría independientemente de que ellos trataran o no de mostrarla. Al no ser esta superioridad algo natural cuya existencia simplemente se imponga en la realidad, los varones tienen que ocuparse de intentar mantenerla, tienen que tratar de establecerla: solo así es posible que prevalezcan sus consecuencias, los prrivilegios masculinos.»


«La construcción de la masculinidad como «ser para sí», la falta de desarrollo de la empatía hacia las mujeres y aprender a cosificarlas son factores de la socialización masculina en estos patriarcados que abren el camino hacia la violencia sexual. Si bien no son condiciones suficientes para que los varones ejerzan violencia sexual, sí son condiciones necesarias. Esto lleva a una constatación altamente relevante: la socialización masculina sienta las bases necesarias para que los varones puedan llegar a ejercer violencia sexual; bases que están completamente normalizadas e integradas en esta sociedad. 

El ejercicio de la violencia sexual no es una desviación de las bases de la construcción de la masculinidad en un patriarcado: sigue el camino abierto por ellas. Para ejercer violencia sexual, para desear realizar prácticas que las mujeres no desean y/o consienten, para poder vivirlas como sexualmente excitantes y para decidir realizarlas, los hombres tienen que ser capaces de deshumanizar a las mujeres. El contexto patriarcal y la construcción de la masculinidad sientan las bases necesarias para que esto suceda.»


«La construcción del deseo sexual de las mujeres no responde a un esquema sujeto-objeto en que ellas mantengan el papel de sujetos, porque su socialización no las lleva a vivir la sexualidad como ámbito en que posicionarse por encima de nadie, y, por tanto, ellas no integran la sensación de poder sobre la otra persona como parte de su excitación; al contrario, la construcción de su deseo sexual lleva a que vivan las sexualidad como ámbito en que también deben agradar al otro.

El deseo sexual de las mujeres no se construye como un deseo cosificador, no parte de la reducción de la otra persona a un cuerpo, sino de su reconocimiento como ser humano con quien no solo se empatiza, sino que se «sobreempatiza»: si la empatía consiste en reconocer las emociones de la otra persona y, al verla como un igual, compartirlas con ella, sintiendo bienestar con su bienestar y malestar con su malestar, en el caso de la sexualidad de las mujeres, no solo se comparten las sensaciones, deseos y placer de la otra persona, sino que esas sensaciones, deseos y placer de la otra persona tienden a tener más relevancia que los propios e incluso pueden llegar a sustituirlos.»


«La normalización de la idea de que satisfacer a los varones, sujetos sexuales, es el papel sexual de las mujeres y las presiones que estas encuentran para satisfacer los deseos sexuales de los varones independientemente de lo que ellas deseen las inducen a normalizar prácticas que los hombres desean y ellas no, considerando que en esto es simplemente en lo que consiste el sexo; hace que aprendan, por tanto, a normalizar ciertos niveles de violencia sexual y a vivirlos como si fueran sexo. 

Que aprendan que el sexo, para ellas, consiste en satisfacer los deseos ajenos, que aprendan a adaptar su deseo al deseo sexual del otro implica, no solo la desaparición de su propio placer, sino que uno de los criterios que permiten diferenciar el sexo de la violencia sexual (que haya deseo por parte de las mujeres) se difumina y, en esta medida, implica que las mujeres aprenden a normalizar ciertos tipos de violencia como parte de lo que es el sexo.»


«El movimiento antipornografía fue un movimiento antiviolencia, y un movimiento a favor de la construcción de una sexualidad que excluyera la deshumaniación de las mujeres, la desigualdad y la violencia contra ellas. Las feministas antipornografía querían acabar con la sexualidad propia del sistema de supremacía masculina, una sexualidad que nunca estaba exenta de desigualdad ni de violencia contra las mujeres; y querían acabar con la pornografía porque colaboraba en la reproducción y perpetuación de ese modelo de sexualidad.

Recuperar la historia del movimiento feminista antipornografía permite comprender cómo este no fue un movimiento, como se dijo posteriormente, en contra del sexo, sino en contra de la normalización de la violencia como parte del mismo.»


«La preocupación social con respecto a la pornografía suele centrarse en su consumo por parte de menores, dando por hecho que el consumo en adultos no es problemático. Esto se debe a que, socialmente, se considera que «pornografía» es sinónimo de «sexo explícito» y, por ello, el problema de la pornografía se transforma en una cuestión de edad y queda reformulado como hasta qué punto están preparados los menores para acceder a las imágenes sexualmente explícitas que ofrece. Así, no se problematiza la pornografía en sí misma, sino algunas de las circunstancias que la envuelven.

Pero lo problemático de la pornografía no es la edad a la que se consuma, sino su propia existencia, porque el problema de la pornografía no radica en lo que pueda tener de sexo, sino en que normaliza y erotiza la violencia contra mujeres y niñas. La pornografía presenta un modelo de sexualidad patriarcal y, por tanto, dañino para las mujeres, no sexo explícito a secas.

La pregunta, desde una perspectiva feminista radical, no es a qué edad se está preparado para consumir pornografía, sino por qué se permite que existan millones de páginas con millones de vídeos en que se muestra, se normaliza, se erotiza y se hace apología de la violencia sexual contra mujeres y niñas, por qué a los varones les excitan estos vídeos, por qué sienten la impunidad suficiente como para alardear de su consumo y qué consecuencias tiene todo esto en las vidas de las mujeres y las niñas.»


«A lo largo de la historia, los varones, sujetos con poder y capacidad de nombrar en un patriarcado, han sido quienes han definido «la sexualidad como su sexualidad», imponiendo, finalmente, su sexualidad como la sexualidad. La deriva patriarcal de la revolución sexual es un ejemplo claro de este proceso. Los hombres han sido quienes han definido qué era el sexo por medio de diversos discursos populares, filosóficos o supuestamente científicos. 

La pornografía ha venido a tomar el relevo en esta tarea y es, hoy en día, un discurso político sexual patriarcal que, en el contexto social pornificado que ha sido estudiado, desempeña esa misma función: creada por y para los hombres, refleja su sexualidad, la sexualidad masculina, y la generaliza hasta que la convierte en la definición socialmente aceptada de lo que es el sexo. Los hombres siguen imponiendo su sexualidad como lo que es el sexo, hoy en día, por medio de la pornografía.»


«Si la pornografía tratase sobre sexo, entendiendo por «sexo» una forma de relacionarse con uno mismo o con una misma, o con otras personas partiendo del deseo mutuo y la reciprocidad, ¿no sería esperable que la pornografía mostrase situaciones en que todas las personas que van a verse implicadas en las prácticas que se van a realizar están deseando realizarlas? El «no» de las mujeres, tan habitual en la pornografía, cumple una función política, una función relacionada con el poder: que las mujeres digan que no quieren realizar las prácticas que el varón desea y que, por tanto, van a ser realizadas, abre para el varón la posibilidad de no respetar ese límite, obteniendo una mayor sensación de poder en el acceso a sus cuerpos de la que obtendría si las mujeres desearan realizar dichas prácticas.

Ese «no» está ahí específicamente para no ser respetado por el varón, permitiéndole confirmar su supuesta superioridad en el acceso al cuerpo de una mujer que no lo desea y obtener esa sensación de poder a la que está vinculada la excitación masculina en estos patriarcados. Por tanto, la pornografía no solo no da importancia a la falta de deseo y/o consentimiento de las mujeres, sino que al estar hecha para satisfacer las demandas de la masculinidad, presenta la falta de deseo y consentimiento de las mujeres como algo sexualmente excitante para los varones, pues, si pese a esa falta de deseo y/o consentimiento, ellos «consiguen» acceder al cuerpo de esa mujer (lo cual siempre se da en estas circunstancias), se cumple la confirmación de su supuesta superioridad: finalmente logran acceder a sus cuerpos aunque ellas no quieran. El deseo del varón de acceder al cuerpo de una mujer queda por encima del derecho de esta a la autonomía sexual.»


«La invisibilización de la violencia sexual en cuanto violencia consiste en hacer pasar la violencia sexual por sexo, en transmitir que una situación que es violencia sexual no es tal cosa, sino simplemente sexo, haciendo invisible el hecho de que es violencia. De esta invisibilización surge una normalización de la violencia sexual: tras negar que esa situación es violencia, y conceptualizarla como sexo, se normaliza, se convierte en no problemática. De esa normalización de la violencia sexual como si fuera sexo surge una erotización de esta.

En el patriarcado actual están asentados todos los cimientos para que esto suceda: que la sexualidad siga siendo un terreno en que se reproduce la desigualdad de poder entre varones y mujeres significa que, en este ámbito, ellas siguen sin ser consideradas sujetos al mismo nivel que los hombres; que lo que ellas quieran o no quieran es menos relevante que lo que quiera el varón, y que, por tanto, que ellas no quieran realizar una práctica no es imprescindible para considerar dicha práctica sexo. 

El hecho de que de la desigualdad a la violencia hay un continuo es claro en este análisis: partiendo de esa desigualdad, el consentimiento y el deseo de las mujeres en el terreno de la sexualidad siguen siendo asuntos secundarios, y su ausencia no siempre se traduce en que una situación sea considerada violencia sexual. Si bien su consentimiento y la falta de él, gracias a la lucha feminista, son, cada vez más, socialmente considerados relevantes, su deseo sigue siendo ignorado y la ausencia del mismo aún se juzga irrelevante. La ausencia de deseo por parte de las mujeres sigue sin ser considerada suficiente para afirmar que una situación es violencia sexual.

En el patriarcado actual, se sigue entendiendo que la ausencia de resistencia activa de una mujer es equivalente a su consentimiento. Así, si un mujer no está mostrando resistencia activa (gritar, llorar, defenderse), se considera que está consintiendo; y ese supuesto consentimiento, pese a la ausencia de deseo por su parte, se juzga suficiente para afirmar que esa situación no es violencia sexual, sino sexo.»


«La pornografía responde a esta sexualidad masculina en que la excitación sexual procede de dos componentes: del placer puramente físico y del placer de sentir esa superioridad de poder. La pornografía permite a los varones obtener ese placer vinculado al poder en la visualización de situaciones atravesadas por la desigualdad entre hombres y mujeres: cuando el placer de ellas desaparece y se limitan a darles placer a ellos, cuando dicen que no pero acaban accediendo, cuando están tan borrachas que se percibe que no podrían defenderse aunque quisieran , cuando están inconscientes, cuando dicen que no e intentan mantenerlo, cuando se quedan bloqueadas, cuando lloran, cuando gritan de dolor, cuando se defienden…

En estos casos, es precisamente esa resistencia activa de las mujeres lo que otorga al varón la excitación de la sensación de poder, pues, por mucha resistencia que opongan las mujeres, ellos no dejan de violarlas y de obtener placer en ese acceso no deseado. No hay nada que pueda hacer una mujer en la pornografía que consiga que los varones dejen de ejercer violencia contra ella: cuanto más extremo sea su sufrimiento, mayor confirmación del poder masculino y, por tanto, mayor excitación sexual. La sensación de superioridad masculina alcanza en este tipo de vídeos una de sus expresiones más claras y directas; la erotización de la violencia sexual, su máxima expresión: se erotiza sin tapujos, de manera directa.»

SINOPSIS: «Política sexual de la pornografía», de Mónica Alario.

«Que la pornografía se ha convertido en la «educación sexual» de las nuevas generaciones es un hecho innegable. Ahora bien, ¿qué es lo que encuentran a un clic de distancia los chicos entre los ocho y los once años en las páginas web de pornografía? ¿En qué medida podemos decir que eso es «educación» o es «sexual»? ¿Cómo repercutirá este aprendizaje en las mujeres y niñas? En el núcleo de «Política sexual de la pornografía» se sitúa la diferenciación entre sexo y violencia sexual; la reflexión de por qué parte de esta violencia se considera, simplemente, sexo; la pregunta de cómo es posible que los varones se exciten sexualmente en situaciones que son violencia contra las mujeres y niñas; y, por supuesto, la cuestión fundamental: qué consecuencias tiene para todas las mujeres y niñas que se haga equivaler pornografía y sexo.»

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