Martha Nussbaum. La ira y el perdón.
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«Las ideas de venganza tienen raíces profundas en la imaginación de la mayoría. En última instancia es probable que deriven de ideas metafísicas en torno al equilibrio cósmico que son difíciles de eliminar y que pueden formar parte de nuestro legado evolutivo. Ciertamente el primer fragmento que se conserva de filosofía occidental, las famosas palabras del pensador griego Anaximandro, que data del siglo VI a.e.c., se basa justamente en una analogía poderosa de este tipo entre la institución del castigo y la alternancia de las estaciones: se dice que se «pagan multa y desagravio» la una a la otra por su transgresión secuencial, cuando lo cálido y lo seco expulsan a lo frío y húmedo. Pensamos naturalmente de este modo, sin importar la razón. Muchas obras amadas de la literatura contienen ideas como el «merecido», lo que nos proporciona un intenso placer estético. No es posible decir si el placer que obtenemos de estas narrativas proviene de un pensamiento previo en torno al equilibrio cósmico o si este tipo de narrativas nutre o incrementa nuestra tendencia a pensar de este modo. Quizá sean ambas.»
«La mayoría nos mostramos impotentes ante muchas cosas, entre ellas la vida y la seguridad de aquéllos a quienes amamos. Se siente mucho mejor si podeos conformar un proyecto de venganza y ocuparnos en su ejecución (demandar al mal doctor, quitar la custodia de nuestros hijos a un ex) que aceptar la pérdida y la condición real de impotencia en la que nos ha dejado la vida. Por consiguiente, la venganza suele tener una función psíquica. Si la cultura nos han convencido de que la venganza es buena, se sentirá una satisfacción verdadera al obtenerla. Esta satisfacción suele llamarse continuamente cierre. Sin embargo, el hecho de que una enseñanza cultural construya patrones de sentimiento que se vuelven reales no debería hacer que acojamos un engaño, en especial cuando la vida no tardará en abrirnos los ojos.
Los litigios por negligencia no resucitan a los muertos, y un acuerdo de divorcio punitivo no restaura el amor. De hecho, en ambos casos es probable que el proyecto de venganza ponga en juego la felicidad futura en vez de promoverla. Asimismo, incluso si las personas sienten un placer sobrecogedor cuando toman represalias contra el agresor, ese placer no les proporciona razón alguna para respaldar o convertir en ley dichas preferencias sádicas y mezquinas. Las personas pueden aprender a encontrar placenteras muchas cosas negativas (la discriminación racial, la violencia doméstica y el abuso infantil) y muchas fantasías tontas (la idea de que su gato canaliza el espíritu de su ancestro amado). Estos placeres deben estar absolutamente ausentes de una evaluación normativa.»
«La ira tiene una utilidad muy limitada pero real, misma que deriva, muy probablemente, de su papel evolutivo como mecanismo de «lucha o huida». Podemos conservar este papel limitado para la ira a la vez que insistimos en que la fantasía de venganza resulta profundamente engañosa y que, en la medida en que tiene sentido, lo tiene sobre un trasfondo de valores enfermos. En consecuencia, es muy probable que esta emoción nos lleve por el mal camino.»
«Todos los niños humanos son en cierta medida narcisistas, tienen una inclinación a pensar que deben ser omnipotentes. Aun más profundo que el género es el fenómeno de la impotencia humana en combinación con la expectativa de control. El estatus mismo de la infancia humana -con gran competencia cognitiva y una absoluta falta de poder físico- es el caldero de la ira. Por lo cual se puede esperar de ambos géneros que tengan muchas ocasiones para la ira, misma que las normas de género pueden alterar y modular, pero no eliminar.
Una manera en que las culturas provocan la ira en hombres y mujeres es mediante la creación de guiones de emociones descriptivos. No obstante, otra es a partir de la manipulación diferencial de la impotencia: ¿qué piensa cada género que debe controlar y qué tan responsable es de su acceso a ese control?»
«Aunque la aflicción no suele clasificarse como una actitud reactiva, es tan cercana a la ira que necesitamos comenzar por señalar sus diferencias. La aflicción, al igual que la ira, se enfoca en un daño al yo (o al círculo de preocupaciones del yo). Esta pérdida es dolorosa y ese dolor es una similitud esencial entre ambas emociones. Sin embargo, la aflicción se enfoca en un evento, que puede ser un acto llevado a cabo por una persona, pero también un acontecimiento natural, como una muerte o un desastre natural. Y su foco está en la pérdida ocasionada por este acontecimiento. Incluso si se piensa que fue una persona quien ocasionó el acontecimiento, la pérdida, y no el perpetrador, permanece como el foco: no toma a la persona como su blanco.
De haber un blanco, se trata de la persona que murió o que partió. La idea de injusticia tampoco es esencial para la aflicción, pues una pérdida es una pérdida sin importar si se infligió de modo injusto. Por todas estas razones, la tendencia al acto en la aflicción es muy diferente a la de la ira: la aflicción busca restaurar o sustituir aquello que se ha perdido, mientras que la ira por lo regular busca hacer algo a un perpetrador o en torno a él. La aflicción aborda el hueco o la grieta en el yo; la ira, el daño injustamente inflingido por el blanco.»
«El desprecio es otra «actitud reactiva» que se asocia frecuentemente con la ira. En su origen, nuevamente, las dos emociones parecen distintas. El desprecio es una actitud que considera a otra persona como baja o vulgar, por lo regular a partir de una o varias características perdurables de las que se considera culpable a la persona. Presenta a «su objeto como algo bajo en el sentido en que está en un grado inferior en valor como persona, en virtud de que no llega a cumplir con algún ideal interpersonal legitimo de la persona.»
Por supuesto que el ideal puede o no ser verdaderamente legítimo y la persona puede o no inclumplirlo verdaderamente. En muchos casos el desprecio no se dirige a fallos de carácter ético, sino, en su lugar, a una falta de reconocimiento social, riqueza o posición. Por consiguiente la imputación de culpabilidad (que distingue el desprecio de la lástima condescendiente) suele ser un error: las personas suelen culpar a los pobres de su pobreza, pues piensan que es un signo de pereza y los desprecian por esta razón. No obstante, parecería que estamos en lo correcto al afirmar que el desprecio suele incluir la idea, correcta o incorrecta, de que la persona es culpable de las características que son el foco del desprecio, incluso si solo son manifestaciones de debilidad por las que la persona en realidad no es responsable.
Por lo tanto, el desprecio se parece a la ira en que ambos tienen un foco y un blanco: su foco es una o varias características y su blanco es la persona que se considera baja a causa de esas características. En ambos casos, el blanco es una persona, pero el foco de la ira es un acto y el del desprecio es una o varias características relativamente estables.»
«Los celos son similares a la envidia: ambos contienen hostilidad hacia un rival en relación con la posición o el disfrute de un bien valioso. Sin embargo, los celos suelen estar relacionados con el miedo a una pérdida específica (por lo regular, aunque no siempre, una pérdida de atención personal o amor) y, por consiguiente, con la protección de los bienes y las relaciones más preciados para el yo. Su foco está en el rival que se considera una amenaza potencial del yo. Si bien hasta el momento puede no haber ningún acto injusto (conocido), los celos pueden transformarse en ira hacia el rival por intentar (supuestamente) dicho acto. Los deseos de venganza y las acciones vengativas son el resultado usual. A diferencia de la envidia, los celos rara vez se relacionan con la posición relativa en sí misma: típicamente se enfocan en bienes importantes; ésa es la razón por la que son tan difíciles de satisfacer, pues la seguridad en torno a los bienes importantes casi nunca puede alcanzarse.»
«Se ha argumentado que el contendido conceptual de la ira incluye la idea de un acto injusto contra algo o alguien importante para el yo, y que la ira (salvo una excepción importante) también incluye conceptualmente la idea de algún tipo de venganza, sin importar cuán sutil sea. Al ser así, incluso cuando en realidad se ha cometido una injusticia seria, la ira está éticamente condenada en uno de dos modos. Ya sea que la víctima imagine que la venganza restaurará aquello importante que se dañó (la vida de alguien, por ejemplo), pero esto es un sinsentido metafísico, sin importar cuán común sea en las culturas humanas, en la literatura y quizá en nuestro equipo evolutivo, o cuán imbuido esté en ellos; o ya sea que la persona imagine que la ofensa no se relaciona realmente con la vida o la integridad corporal o con otros bienes importantes, sino que solamente es una cuestión de estatus relativo: lo que Aristóteles llama ultraje.
En este caso, la idea de venganza en verdad tiene una suerte de sentido sombrío, pues el sobajamiento del infractor en verdad eleva relativamente al afectado. Sin embargo, este énfasis en el estatus es defectuoso en un sentido normativo. Por lo tanto, una persona racional rechazará los dos caminos imperfectos, que he llamando el camino de la venganza y el camino del estatus, y avanzará rápidamente hacia lo que he llamado la transición, alejándose de la ira hacia pensamientos constructivos en torno al bienestar futuro.
Existe una especie de ira que, según he argumentado, no tiene estas fallas. La llamo ira de transición porque, si bien reconoce la injusticia, luego avanza. La totalidad de su contenido cognitivo es «Qué indignante. No debe volver a pasar». La ira de transición, un caso límite de la ira, no es tan común como creeríamos en un inicio. Continuamente el deseo de cobrarse ojo por ojo se mete a hurtadillas y la contamina.»
«Somos vulnerables de maneras importantes porque amamos a otros y confiamos en ellos. La vulnerabilidad suele ocasionar aflicción, y también una gran ira. En ocasiones esta última está bien fundada, pero, a diferencia de la aflicción, nunca está del todo justificada: puede contener un enfoque excesivo en el estatus o materializar una fantasía de venganza que carece de sentido. En ambos casos, al reconocer honestamente las acciones negativas que ocurrieron, las personas deberían enfocarse en el bienestar de los otros y en la creación de un futuro. La ira no ayuda en esta tarea.
En ocasiones el perdón puede ayudarnos si la persona libra una lucha interna difícil contra la ira; sin embargo, es probable que los profesionales (religiosos y clínicos) hayan exagerado las aseveraciones a su favor, pues su oficio es ayudar a las personas a librar estas luchas, por lo que deben representarla como algo necesario y valioso. La manera en que la ira desaparece en la transición parecería mucho más prometedora: uno deja de pensar en los estados interiores propios y comienza a pensar en la manera de hacer algo útil, quizá incluso generoso, para los demás.»
«La principal razón por la que no solemos acoger la búsqueda de la no ira, tanto personal como social, es que, a pesar de que las culturas modernos están sumamente divididas en este aspecto, muchas personas en la sociedad estadounidense moderna siguen pensando que la ira es buena, poderosa y masculina. La alientan en sus hijos (especialmente en los niños) y la permiten tanto en ellos como en otros. Respaldan políticas legales basadas en sus supuestas bondades.
Los griegos y los romanos, por el contrario, no alentaban la ira. Si bien se enojaban mucho, y pese a que no se ponían de acuerdo en si debía eliminarse del todo o solo restringirse mucho, en su mayoría la consideraban una enfermedad y una debilidad, y veían a las personas iracundas como infantiles (o en sus términos, femeninas) en vez de poderosas (en sus términos, masculinas). Entender eso es la mitad de la lucha. El cultivo de uno mismo es difícil, pero es imposible si nunca se empieza.»
SINOPSIS: «La ira y el perdón», de Martha Nussbaum.
«La presente obra analiza filosóficamente una de las emociones humanas más perniciosas y contingentes: la ira. Desde la Antigüedad ésta ha sido objeto de grandes debates, y Martha Nussbaum se vale de ellos para mostrar la conexión entre la ira, la venganza y la justicia. Comienza con una interpretación de La Orestíada, de Esquilo, en la que resalta no sólo el peso de la razón, sino también la transformación de los sentimientos para alcanzar la justicia. La tesis principal es que la ira envuelve siempre un deseo de venganza que hay que trascender si se busca el anhelado dictum de la diosa Dike. De ese modo, la filósofa contrapuntea varias propuestas éticas que van desde el perdón cristiano, hasta ejemplos de empatía y generosidad de figuras emblemáticas como Nelson Mandela y Mahatma Gandhi.»
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