Kajsa Ekis Ekman. Sobre la existencia del sexo.
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«Se suele decir que la nueva teoría del género es un discurso sobre y para los trans. Es por el colectivo trans por el que debemos cambiar nuestra concepción del género. De repente este colectivo se ha convertido en devoción y preocupación del mundo entero. Lo que está claro es que cuando se analiza el cuidado que recibe el colectivo trans, se cae en la cuenta de que no es cierto en absoluto. En el mismo momento en que uno se denomina «trans», empieza a ser visto como una persona divergente -por mucho que se diga que esto es algo positivo- y es necesario corregirla, como un fallo que hay que rectificar.
De pronto, la ética médica y la ciencia probada dejan de ser relevantes. Además, sacrifica su vida y su fertilidad en un mismo pack y no recibe ayuda alguna o disculpas si su cuerpo sale dañado. Si tiene ideas de suicidio antes de la reasignación de sexo, son utilizadas como un argumento para vender las virtudes de las hormonas y si las tiene después del tratamiento, todo el mundo mira para otro lado. Si se quita la vida o muere, el Sistema de Salud no se responsabiliza. Es un símbolo, no un ser humano por el que hay que preocuparse.
Se considera que no merece un futuro como todos los demás y su sufrimiento es interesante solo si se puede utilizar como munición política en otros temas que a menudo no tienen ninguna relación con la situación de esa persona. De hecho, no tiene el papel de protagonista: es el atrezo de un discurso que va mucho más allá de él, un discurso que aborda la reformulación del concepto de género en su totalidad y apunta a un segmento de la población mucho más amplio. La nueva teoría del género no solo construye un relato sobre las personas trans sino que incluso una identidad completamente nueva: los cis.»
«El biologismo es definido por la Psicología como: «La explicación de fenómenos psíquicos a partir de teorías y principios fisiológicos y de la biología evolutiva». Es decir, el biologismo es esa conexión entre el cuerpo y la psique. La idea de que aquel que nace con un cuerpo de mujer también es apto para realizar determinados trabajos o manifestar determinadas conductas es biologismo.
La idea de que es posible comportarse femeninamente, de que quien nace mujer debe comportarse de la forma que la sociedad ha determinado que es propiamente femenina y de que las personas que se comportan femeninamente son, en consecuencia, mujeres es biologismo.
Fue precisamente esta idea la que Simone de Beauvoir intentó combatir con sus argumentos a lo largo de toda su obra, demostrado que las conductas que llamamos «femeninas» y «masculinas» son producto de un clima cultural.»
«En los últimos años la prensa ha publicado reportajes sobre gente que finalmente ha llegado a «ser lo que es». El matiz es significativo: visto así, uno no es quien es, sino que debe llegar a ser quien es. El yo verdadero es el género de cada uno, y el género ya no es una construcción social sino una identidad individual.»
«¡Los roles sexuales han vuelto sin que nos hayamos dado cuenta! Pero el sexo y el género se han intercambiado el puesto. El género es ahora lo real, y el sexo, lo irreal. Se dice que el sexo es algo que se «asigna» al nacer, es decir, es una construcción social que la sociedad le pone al niño o niña. La identidad de género, en cambio, dicen que es congénita. Un esencialismo de género: el género como esencia al margen del cuerpo que se tenga.
El sexo no se disuelve para nada, tal y como creíamos. Al contrario. Ha sido redefinido. Porque ahora los estereotipos son la piedra angular del concepto «género». En realidad lo que se está produciendo es un enroque. El nuevo discurso sobre el género conserva conceptos feministas fundamentales pero los llena con su opuesto. El concepto de «construcción social» se mantiene y se refiere a la pertenencia a la crítica social feminista, y el concepto «género congénito» se mantiene y se refiere a algo fijo y eterno; la diferencia radica en que se han intercambiado el puesto. Por consiguiente, ahora los estereotipos son el sexo verdadero. La feminidad ya no es un útero, sino lacitos de color rosa y muñecas; la masculinidad ya no es un pene, sino la guerra y las máquinas. Y los roles sexuales, dicen, los llevamos ya al nacer.»
«Se dice que el sexo es una cosa y la identidad de género otra muy distinta, sin embargo, hablamos precisamente de identidad de género y no de personalidad. Una y otra vez oímos decir que la identidad de género es biológica e inquebrantable y, a la vez, que no tiene nada que ver con el sexo. Pero, ¿dónde está entonces la identidad de género? Sobre esto no está ya tan seguros sus partidarios.»
«Si la identidad de género se pudiera encontrar en el cerebro, determinar el género sería una cosa muy sencilla. Entonces podríamos dejar de mirar qué tienen los recién nacidos entre las piernas y las visitas al psicólogo antes de una operación de reasignación de sexo serían innecesarios. Si la identidad es algo fijo, congénito y biológico, debería poder determinarse a través de una simple prueba. Se podría escanear el cerebro de cada bebé al nacer para saber si es niña o niño. Pero no existe aún el análisis de sangre, ni la radiografía cerebral ni la prueba de ADN que pueda determinar la «identidad de género». Lo que hay son hipótesis y tendencias que se contradicen con otras hipótesis y otras tendencias.
Casi todos los trabajos científicos sobre la materia constatan que los resultados hasta el momento son difíciles de interpretar y no se puede afirmar nada con seguridad. Dicho con otras palabras: ¡la ciencia no sabe si existe algo que se llama identidad de género!»
«Ramnehill representa una tercera corriente dentro de la teoría de la identidad de género. A su entender, no es, como en el caso de Cohen, el individuo mismo el que decide su sexo, y lejos quedan también los genes, las hormonas y el movimiento arquetípico masculino como marcadores sexuales. Aquí es el entorno el que decide. Si los otros ven en una persona una mujer, y la tratan como tal, entonces él o ella «se convierte» en mujer.
Una definición así permite a Ramnehill aprovechar la idea feminista del género como construcción social y, con eso, esquivar tanto la trampa del biologismo del cerebro sexualizado como la idea neoliberal de que todo el mundo es automáticamente lo que quiera ser. Si los demás me ven como una mujer, me tratarán como te tratan a ti; por lo tanto, compartimos las mismas experiencias.»
«La definición social del género influye en las leyes contra la discriminación, en la estadística, en el deporte, en la integración de la igualdad y en muchos otros campos. Sustituir, tal y como propone Ramnehill, la definición específica de género por una definición construida sobre la base de la interpretación subjetiva tiene muchas carencias.
En primer lugar, su lógica es circular: X es lo que es tratado como X. Volvemos a la pregunta, ¿qué es X, entonces? Si aplicamos la misma tesis a todas las categorías -una silla es lo que es tratado como una silla, un perro es lo que es tratado como un perro, un terrorista es quien es tratado como terrorista, un sueco es aquel al que los demás ven como un sueco-, enseguida vemos por dónde cojea. Ante todo hay que determinar cómo es tratado correctamente un perro, una mujer, una silla o un terrorista para poder denominarlo como tal. En efecto, una tesis circular sin un punto de referencia externo se vuelve vacía.»
«Pero si la única diferencia entre hombres y mujeres es su estatus en la jerarquía sexual, y esta está «construida» totalmente, ¿cómo puede ser que sean siempre las que tienen un rol determinado en la reproducción, o sea, parir, las «mujeres» y las que están en lo más bajo de la jerarquía? ¡Es una casualidad increíble si no hay conexión alguna con la biología!»
«Los proponentes de la nueva teoría sobre el género están de acuerdo en una sola cosa: el sexo no tiene nada que ver con los órganos sexuales; pero no hay ningún consenso en cómo definir el género. Los que piensan que la identidad de género está en el cerebro son incapaces de fijar una vía científica para demostrarlo. Los que piensan que es el individuo mismo quien decide no consiguen terminar una frase sin caer de nuevo en los estereotipos. Los que piensan que el género es lo que el entorno cree aun así no aceptan que el entorno pueda decidirlo. Y los que piensan que el género es únicamente social no pueden articular sus argumentos sin referirse a la biología.»
«El mensaje de estos libros es que un niño al que le gustan los pintalabios necesita un diagnóstico. Una niña a la que le gusta jugar con coches debe ir al médico. Deberían cambiar de nombre y de categoría, y sus cuerpos, ser modificados gracias a la medicina. No se trata de personas adultas que llevan toda la vida sintiendo que querrían ser otra persona; se trata de niños a los que se les diagnostica por jugar mal.
Esto no es preocuparse por las personas trans. No tiene nada que ver con la mente abierta ni con la tolerancia. Todo lo contrario. Es la vuelta de un orden sexista extremadamente rígido que patologiza y medicaliza a los niños que no se comportan según los estrechos patrones de género. Tendríamos que retroceder setenta años para encontrar un equivalente a una teoría sobre le sexo y el género tan invasiva como esta. La idea es que hay que depurar el sexo de las personas que no encajan en él a través de la medicina. Que esto pueda ser considerado progresista me resulta absolutamente incomprensible.»
«El sexo es ahora una categoría psicológica con marcos fijos. Es cuestión de encajar en ellos, de ser normal, de no romper con los patrones de género. El chico con un vestido altera el orden, y la chica con vestido, no. Si antes se quería quitar el vestido al niño con pene, ahora se quiere quitar el pene al niño con vestido. La consigna es la libertad, sí, pero la libertad de ser como los demás.
Oímos decir que uno puede librarse de las normas mediante el deseo de ser normal. Se habla del derecho de ser diferentes…pero aquel que no encaja en los roles de género sufrirá el resto de su vida. Oímos hablar de ser uno mismo siendo otro. Oímos decir que el modelo binario se tiene que eliminar…y al mismo tiempo se dice que el azul es para niños y el rosa para niñas. Los órganos sexuales no tienen nada que ver con el género de cada uno…pero aun así hay que reasignarlo para que pueda «concordar» con la identidad de género. El sexo ya no será definido por la biología…y aun así la identidad de género es biológica.
Combinando estos factores ideológicos tan contemporáneos, la nueva teoría del género puede ser aceptada tanto por parte de los conservadores homófobos como de los posmodernos progresistas ultraliberales. Los primeros buscan la normalidad; los segundos, la divergencia, y los dos las encuentran en el concepto de identidad de género.
El discurso tantea todo el tiempo diciendo que deroga conceptos para después exigir una comprensión previa del mismo concepto para que pueda ser comprensible. Las palabras «mujer», «hombre» y «sexo» tienen que ser eliminadas…pero el discurso rezuma literalmente estas mismas palabras. Se dice que se nos «asigna» un sexo al nacer y se sobreentiende que el sexo no es algo que exista, sino algo que la comadrona atribuye al bebé. Pero si este sexo no existiera, no habría nada que reasignar en la consulta del médico. Sería únicamente una cuestión discursiva. Por tanto, el discurso cuenta con que en algún rincón de nuestro ser sabemos con certeza que el sexo biológico existe, si no, la palabra «transexual» sería incomprensible, ya que atañe a la relación con el sexo biológico. Es decir, que tenemos que expulsarlo de nuestra mente y aun así conservarlo en la memoria.»
«Tal y como ha demostrado el catedrático de Historia Thomas Laqueur en su interesantísima exposición La construcción del sexo, la perspectiva patriarcal del sexo no ha sido en absoluto binaria, ni tan solo dimórfica, sino jerárquica. Desde la Antigüedad, los pensadores -hombres- que reflexionaron sobre le tema dieron por hecho el modelo de sexo único. Durante mucho tiempo no se reconoció en ningún caso que la mujer fuera algo por sí misma, sino que era un no-hombre, y se la definía, pues, como una negación.»
«Los conservadores quieren preservar la unión del sexo y el género, pero en su análisis el sexo determina el género. Las mujeres son femeninas y los hombres masculinos. La nueva teoría de género también se basa en mantener unidos el sexo y el género, pero en este caso es el género lo que determina el sexo. Las personas que son femeninas son mujeres y las que son masculinas son hombres. La misma relación pero en el orden inverso, lo cual da lugar a una especie de biologismo posmoderno.
Tienen en común la creencia en la congruencia de sexo -que un determinado cuerpo encaja con una determinada personalidad-, pero ahora es la conducta lo que decide sobre el cuerpo. Las ideas han tomado el relevo y las riendas. Mandarán sobre la materia, lo cual puede ser interpretado como una forma de omnipotencia. La carne no decidirá sobre el ser humano en una sociedad controlada por la alta tecnología. Al contrario, la carne será sometida a la voluntad del ser humano y a los avances de la ciencia.
Contrariamente a esto, las feministas han defendido durante mucho tiempo que el sexo debe liberarse del género, que no tienen ninguna relación. Para la feminista, el género no es más que opresión y prejuicios sexistas.»
«Olvídate del género como construcción cultural o como estructura; olvídate también del género como algo que la gente hace: ahora es algo que el individuo es, una esencia íntima y eterna más allá de la cultura y de las jerarquías de poder, incluso más allá de los órganos sexuales.
Te dicen que el género es algo congénito y eterno y que no hay ninguna sociedad en el mundo que pueda cambiarlo, que tu género emana de tu interior como una esencia misteriosa y solo tú puedes reconocer su auténtica fragancia. ¡Dime tu pronombre y te diré quién eres! Y cuando descubras tu género, no tendrás ninguna duda: ahí está la auténtica verdad sobre ti. Tú «eres» mujer, hombre, no binario, trans o agénero y, por lo tanto, lo has sido siempre. El péndulo ha vuelto a girar. La identidad de género vuelve a ser algo fijo. En otras palabras, el género ha ocupado el antiguo lugar del sexo.»
«Estamos viendo nacer una especie de biologismo posmoderno, un biologismo sin biología, en el que la idea de que uno puede llegar a ser lo que quiera se combina con la creencia en las esencias sexualizadas. De ese modo es posible conservar el credo neoliberal sobre la libertad individual y al mismo tiempo se retoman con toda su fuerza las rígidas normas que definen lo masculino y lo femenino. El antiguo biologismo era monolítico y fatalista: el cerebro de quien nacía con cuerpo de mujer estaba adaptado por la naturaleza para ciertos comportamientos y tareas. No había escapatoria. Todo aquel que se lanzara contra los imposibles roles sexuales se topaba con una pared.
El nuevo biologismo en cambio está fragmentado: se dice que el cerebro y el cuerpo pueden tener cada uno su sexo. Y así, se abre una puerta de salida: a quien sienta que el rol sexual le aprieta demasiado se le brinda la posibilidad de cambiar para que así pueda sentirse cómodo en su yo «verdadero». Los dos biologismos ponen el signo de igual entre el sexo y el género, pero en el orden opuesto: según el antiguo biologismo, el sexo determina el género; según el nuevo, el género determinad el sexo.»
«A menudo se ha dicho que lo sorprendente de la lucha trans es lo rápido que ha ido. Mientras que muchos colectivos, como el de las mujeres o los homosexuales, han tenido que luchar durante décadas para conseguir visibilidad y algunas pequeñas mejoras, los cambios legales relativos a la identidad de género se han colado en el orden del día, y son de la máxima prioridad sin que nadie sepa cómo ha podio suceder.
En diez años la cuestión del colectivo trans ha tenido un gran impacto y ha provocado cambios profundos, mientras que los homosexuales tuvieron que luchar durante cincuenta años para conseguir siquiera poder registrar oficialmente a su pareja. En algunos países, como en Chile, el género es una decisión libre que toma cada individuo mientras que el aborto, en el momento de escribir este libro, aún está prohibido. Hay que recordar, sin embargo, que la reasignación de sexo es un mercado.»
«La estrategia se debe basar en utilizar los derechos humanos como argumento, ya que los que se oponen serán víctimas de una «estigmatización política por vulnerar los derechos humanos». La declaración de las Nciones Unidas debe ser utilizada de manera que «el derecho a la salud» pueda interpretarse como el derecho a un tratamiento de reasignación de sexo; que «el derecho a la vida privada» pueda interpretarse como el derecho a decidir uno mismo su sexo, y que «el interés superior del niño» pueda interpretarse como que este tiene derecho a decidir sobre las eventuales intervenciones en su cuerpo. Los cambios legales no deben presentarse como fruto del interés de las empresas farmacéuticas o de las clínicas, sino como el derecho de los jóvenes a no tener que «avergonzarse de lo que son»»
«Para los idealistas que luchan por los derechos del colectivo LGTBI, esto es una revolución progresista. Para las clínicas y las compañías farmacéuticas, es puro negocio. En algún punto de la intersección entre estos dos movimientos opuestos, que podrían chocar y convertirse en antagonistas, en cambio se funden.
Los activistas quieren luchar para conseguir el derecho de todo el mundo a ser uno mismo y las clínicas quieren rehacer a las personas, y en lugar de combatir al otro entran los dos en una curiosa simbiosis. Lo que podría parecer una actividad empresarial cínica que esteriliza a los jóvenes para lucrarse se vuelve un acto para salvar vidas, fomentar la tolerancia y romper con los patrones de género. La comercialización se convierte en un acto humanitario.»
«El mensaje de la sociedad a los jóvenes que se sienten fatal con su cuerpo o rol de género es: hormónate y opérate, entonces te sentirás mejor, encajarás, lograrás la congruencia de género, es decir, tu aspecto físico y tus sentimientos más íntimos coincidirán. Serás normal. Porque si no encajas como chica, encajarás como chico.
Los medios entrevistan a personas trans felices que cuentan que las operaciones fueron lo mejor que les podía haber pasado. «Ahora Amanda ya puede ser ella misma», sería un titular típico. El Sistema de Salud y la sociedad mandan el mensaje de que es fácil cambiar de sexo. El lenguaje es un elemento fundamental en todo esto: a extirpar los pechos se le llama «tratamiento»; a la esterilización, «terapia», a la detención del desarrollo sexual del cuerpo, «tomar un respiro». Y. si no lo haces…te arriesgas a morir.»
«La empresa Always, fabricante de compresas, declaró en octubre de 2019 que habían decidido eliminar el símbolo de la mujer de sus envoltorios. El símbolo de Venus ha suscitado quejas por parte de clientes, ya que les provoca repulsa y no era suficientemente inclusivo. La empresa Tampax, fabricante de tampones, no quiso ser menos y al cabo de un año dejó de utilizar la palabra «mujer» y empezó a dirigirse a «personas que menstrúan» para celebrar la diversidad: «Es un hecho que no todas las mujeres menstrúan. Y también es un hecho que no todas las personas que menstrúan son mujeres. ¡Celebremos pues la diversidad entre todos los menstruantes!». Tampax se pronuncia regularmente sobre la necesidad de romper tabúes acerca de la regla, pero ha sustituido esos tabúes por uno de nuevo: la palabra «mujer».»
«Que los trans existen es un hecho que podemos reconocer totalmente sin tener que exigir por ello la eliminación de la palabra «mujer». Pero en lugar de ser la excepción que confirma la regla, ahora la excepción tumbará cualquier regla.
Sin embargo, la supresión de la palabra «mujer» acarrea consecuencias bastante más graves. Si ya no podemos decir «mujer», ya no es posible hablar de la salud de las mujeres, de la discriminación de la mujer en la investigación médica o del concepto del cuerpo femenino en general. Los órganos sexuales se abordan en una discusión aparte, la menstruación en otra, el embarazo en una tercera, etc. Perdemos la posibilidad de ver la opresión de la mujer como una totalidad. Empezamos a conceptualizar las partes del cuerpo como si se hubieran escindido y tuvieran vida propia, y en lugar de ser una parte de nosotras somos un apéndice de esas partes: vamos de un lado a otro con el coño y el útero a cuestas aunque, más allá de eso, no existimos como concepto.
Ninguna de las palabras nuevas contiene un potencial emancipador: «soy una persona con útero» no alegra a nadie, y resulta difícil imaginar que las «menstruantes» se unan para rebelarse. Es una alienación de la mujer de largo alcance que el hombre no experimenta. Esto supone una violencia verbal que descuartiza a la mujer intelectualmente como si no fuera una unidad orgánica sino una composición de partes del cuerpo sin ninguna relación entre sí y se pudiera separar y recolocar con una disposición distinta. No es solo la posibilidad de comprender la estructura patriarcal lo que desaparece, sino la posibilidad de concebirse a sí misma como un yo, como una persona. La mujer ya no puede ser -como dijo Simone de Beauvoir- una situación. El nombre de nuestro sexo no es un mero detalle. El nombre en común es el propio fundamento de todos los colectivos. Toda concienciación empieza por el nombre común. ¿Quiénes somos?»
«La mujer cis, por tanto, es una mujer contenta con su rol de género. Se adapta de forma natural y nunca ha reflexionado mucho al respecto. Ante todo, es una privilegiada; porque si hay algo a lo que se vuelve una y otra vez en relación con el concepto cis es a los privilegios. La mujer es muy afortunada precisamente por haber nacido mujer y seguir siéndolo. Y como es tan afortunada, debería pedir perdón por ello. Debe aprender a ceder el paso y no centrarse en el feminismo. De repente, la mujer -el sexo oprimido con derecho a decir basta- se ha transformado en mujer cis, la privilegiada que debería pedir perdón.
De repente ser mujer es algo así como ser millonario y defender a las mujeres de pronto es estar en el lado de la élite. Artículos como estos rezuman un sentimiento de culpa que es impensable en los dirigidos a hombres. En las revistas de hombres no hay reportajes sobre cómo es la vida de los hombres trans o instándoles a ceder el paso y dejar pasar a los hermanos que por azar nacieron mujer, tampoco sobre el deber de apoyar a las mujeres trans. El imperativo es únicamente femenino, y establece que luchar por nuestros derechos es de egoístas, por no hablar de tener la osadía de «desafiar los estereotipos sexistas»»
«Pero si «cis» es la norma, entonces ¿no sería «trans» una manera de adaptarse a ella? ¿Ser «trans» no es el intento de llegar a ser «cis»? ¿No es precisamente lo lineal -que el sexo del cuerpo y del espíritu concuerden- el proyecto al que aspira la reasignación de sexo? ¿No es entonces la persona que mantiene su sexo biológico pero se niega a adaptarse al rol de género la que va contra las normas, la que se niega a ser congruente, la que no tiene ningún interés en que el sexo y el género se correspondan? Estas preguntas son un gran dilema para los representantes de la nueva teoría del género. ¿Cómo adaptarse y conservar la posición transgresora a la vez?»
«Es poco creíble que los vestuarios de mujeres se llenen de hombres que se han cambiado el sexo jurídico solo para joder. Ahora bien, en primer lugar no se puede ofrecer a la gente la posibilidad real de hacer algo y después alegar que nadie lo hará. Las leyes deben tener en cuanta que la gente hace de todo. En segundo lugar, el problema es que precisamente hacer justo eso encaja en el patrón de conducta de los delincuentes sexuales y los maltratadores de mujeres. ¿Quién si no querría registrarse como mujer sin querer serlo de veras? Hay una razón por la cual hemos construido un conjunto de estructuras sociales para crear espacios de privacidad para las mujeres. Si lo único que tiene que hacer el delincuente para poder entrar ahí es decir que es una mujer, la protección se vuelve cuando menos porosa.
Otra objeción es que tampoco se acaba el mundo porque una mujer vea a un hombre desnudo de vez en cuando y que de hecho no deberían existir los vestuarios separados por sexos. Y es una opción a considerar…Pero hay una cantidad suficiente de mujeres que por razones íntimas, culturales, religiosas o por experiencia no quieren, bajo ningún concepto, estar en la misma habitación desnudas con un hombre desconocido y desnudo independientemdente de cómo este se defina. Solo el riesgo de que esto pueda ocurrir impide a algunas mujeres sentirse libres de utilizar los vestuarios, al margen de lo que opinen los demás.»
SINOPSIS: «Sobre la existencia del sexo», de Kajsa Ekis Ekman.
«En los últimos años, una nueva teoría de género se va imponiendo internacionalmente como marca de progresía en medios de comunicación, artículos académicos, encendidas discusiones en las redes sociales y hasta en leyes o en proyectos de ley. Esta teoría abandona la distinción entre sexo (biológico) y género (cultural) que ha servido al feminismo para luchar contra los prejuicios y la discriminación de las mujeres. El objetivo proclamado es loable: conseguir la inclusión plena de las personas transexuales. Cada vez más gente idealista la apoya. Pero ¿es realmente esa la finalidad que le da su impulso arrollador? De lectura imprescindible para el debate en torno a nuestro presente y futuro, este libro de estilo directo y claro es el fruto de una exhaustiva investigación de Kajsa E. Ekman. La conocida autora sueca sostiene que asistimos a una reacción patriarcal que, utilizando de manera fraudulenta un lenguaje feminista, favorece intereses económicos, fomenta el retorno de la heterosexualidad obligatoria y de los viejos roles de género y prepara el recorte de las conquistas de igualdad duramente conseguidas por las mujeres.»
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