Carole Pateman. El contrato sexual.
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«Contar historias de todo tipo es el mejor modo que los seres humanos han tenido para entenderse y para entender su mundo social. La historia política más famosa e influyente de los tiempos modernos la escribieron los teóricos del contrato social. La historia o la historia conjeturada cuenta cómo se creó una nueva sociedad civil y una nueva forma de derecho político a partir de un contrato originario. Hallamos explicación a la relación de la autoridad del Estado con la ley civil, y a la legitimidad del gobierno civil moderno, al aceptar que nuestra sociedad tuvo origen en un contrato.
El interés en la idea de un contrato originario y en la teoría del contrato en general, que afirma que las relaciones sociales libres tienen una forma contractual, es probablemente mayor ahora que en ningún otro tiempo desde los siglos XVII y XVIII, cuando los escritores clásicos conjeturaron sus versiones. Se habla mucho sobre el contrato social, pero se guarda un silencio profundo sobre el contrato sexual. El contrato originario es un pacto sexual-social, pero la historia del contrato sexual ha sido reprimida.»
«El contrato social es una historia de libertad, el contrato sexual es una historia de sujeción. El contrato original constituye, a la vez, la libertad y la dominación. La libertad de los varones y la sujeción de las mujeres que se crea a través del contrato original, y no se puede entender el carácter de la libertad civil sin la mitad despreciada de la historia, que revela cómo se establece a partir de un pacto el derecho patriarcal de los varones sobre las mujeres.
La libertad civil no es universal; es un atributo masculino y depende del derecho patriarcal. Los hijos destronan al padre no solo para ganar su libertad sino también para asegurarse a las mujeres para ellos mismos. Su éxito en esa empresa se relata en la historia del contrato sexual. El pacto originario es tanto un pacto sexual como un contrato social; es sexual en el sentido de que es patriarcal, es decir, el contrato establece el derecho político de los varones sobre las mujeres. También es sexual en el sentido de que establece un orden de acceso de los varones al cuerpo de las mujeres. El contrato está lejos de oponerse al patriarcado; el contrato es el medio a través del cual se instituye el patriarcado moderno.»
«La historia del contrato social se considera una explicación de la creación de la esfera pública de la libertad civil. La otra, la privada, no se ve como políticamente relevante. El matrimonio y el contrato matrimonial son, por lo tanto, considerados también políticamente irrelevantes. Sin embargo, ignorar el contrato matrimonial es ignorar la mitad del contrato originario. En los textos clásicos, como mostraré con algún detalle, el contrato matrimonial desplaza el contrato sexual y ese desplazamiento crea dificultades para recuperar y relatar la parte perdida de la historia.
Con demasiada facilidad, se cree que el contrato sexual y el social son, si bien relacionados, dos contratos separados, y que el contrato sexual concierne solo a la esfera privada. De ese modo, el patriarcado parece no ser relevante para la esfera pública. Por el contrario, el derecho patriarcal se extiende a la sociedad civil. El contrato laboral y el denominado contrato de prostitución forman parte del mercado público capitalista, y sostienen tan firmemente como el contrato matrimonial el derecho de los varones. Las dos esferas de la sociedad civil son, a la vez, separadas e inseparables. El ámbito público no puede comprenderse íntegramente en ausencia de la esfera privada y, de modo similar, el significado del contrato original se malinterpreta sin ambas mitades de la historia, mutuamente interdependientes. La libertad civil depende del derecho patriarcal.»
«El contrato social, tal como lo cuenta la historia, crea una sociedad en la que los individuos pueden hacer contratos seguros a sabiendas de que sus acciones están reguladas por la ley civil donde, si es necesario, el Estado hará valer sus acuerdos. Así, los contratos reales parecen ejemplificar la libertad que los individuos ejercieron cuando firmaron el pacto originario. Según los contemporáneos del contrato, las condiciones sociales son tales que siempre es razonable que los individuos ejerzan su libertad y hagan contratos matrimoniales, contratos de empleo o incluso, de acuerdo con algunos autores clásicos y contemporáneos, contratos de esclavitud civil.
Otro modo de leer la historia, como lo vio Rousseau, es que el contrato social permite que los individuos se sometan voluntariamente al Estado y a la ley civil; la libertad deviene en obediencia y, a cambio, se brinda protección. Según esta lectura, los contratos reales de todos los días reflejan el contrato original, pero ahora suponen un intercambio de obediencia por protección; crean lo que llamaré «dominación y subordinación civil.
Una de las razones de por qué la dominación patriarcal y la subordinación no han recibido la atención que merecen es que la subordinación, con demasiada frecuencia, ha sido un tema secundario entre los críticos del contrato. Se ha prestado mucha atención a las condiciones en las que se realizan los contratos y a la cuestión de la explotación una vez que se ha sellado el contrato. Los defensores de la doctrina del contrato sostienen que los contratos de la vida cotidiana concuerdan suficientemente con el modelo de contrato original en el que partes iguales acuerdan libremente sus términos; los contratos reales proporcionan, así, ejemplos de libertad individual.»
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«Narrar la historia del contrato sexual es mostrar cómo se produce la diferencia sexual, qué es ser «hombre» o «mujer», y de qué modo la construcción de esa diferencia como diferencia política es un punto central para la sociedad civil. El feminismo ha estado siempre vitalmente interesado en la diferencia sexual y las feministas se enfrentan ahora a un problema complejo. En el patriarcado moderno, la diferencia entre los sexos se presenta como la quintaesencia de la diferencia natural. El derecho patriarcal de los varones sobre las mujeres se presenta como el reflejo del propio orden la la naturaleza. ¿Cómo entonces, deben abordar las feministas la diferencia sexual?
El problema radica en que en un periodo en el que el contrato concita amplias simpatías, la insistencia patriarcal en que la diferencia sexual es relevante políticamente, sugiere demasiado fácilmente que los argumentos que se refieren a las mujeres en tanto que mujeres refuerzan la apelación patriarcal a la naturaleza. La respuesta feminista adecuada, entonces, parece ser trabajar en favor de la eliminación de toda referencia a la diferencia entre varones y mujeres en la vida política; es decir, por ejemplo, que todas las leyes y políticas debieran ser «genéricamente neutrales».»
«El patriarcado moderno no está sustentado, en primer término y sin más, en la sujección familiar de las mujeres. Las mujeres se comprometen en relaciones sexuales con los varones y son esposas antes e convertirse en madres de familia.
La historia del contrato sexual se centra en relaciones heterosexuales y en las mujeres en cuanto seres sexuados encarnados. La historia ayuda a comprender los mecanismos por los cuales los varones afirman su derecho de acceso sexual a los cuerpos de las mujeres, y reclaman además el derecho de mando sobre el uso de esos cuerpos. Sin embargo, las relaciones heterosexuales no están confinadas a la vida privada. El ejemplo más dramático del aspecto público del derecho patriarcal es la demanda de los varones de que los cuerpos de las mujeres se vendan como mercancías en el mercado capitalista: la prostitución es una gran industria capitalista.»
«Según Rousseau y Freud, las mujeres son, pues, incapaces de trascender sus pasiones sexuales, las relaciones particulares y dirigir su razón según las demandas del orden universal y de las ventajas públicas. Las mujeres, por tanto, no pueden tomar parte del contrato original. Carecen de todo lo requerido para crear y luego proteger la protección (como dice Hobbes) representada por el Estado y la ley civil de los individuos. Solo los «individuos» pueden hacer contratos y respaldarlos en términos de contrato original. Las mujeres son lo «opuesto» a la ley civil, representan todo lo que los varones deben dominar para poder dar lugar a la sociedad civil.»
«Es necesario relatar la mitad desaparecida de la historia, descubrir el contrato sexual y los orígenes de la esfera privada para comprender el patriarcado moderno. Aún así, es muy difícil reconstruir la historia del contrato sexual sin perder de vista el hecho de que las dos esferas de la sociedad civil están a la vez, y al mismo tiempo, separadas e interrelacionadas de una manera muy compleja. Establecer que el contrato sexual y el contrato social -el contrato original- crean dos esferas puede resultar seriamente confuso en tanto la formulación sugiere que el derecho patriarcal gobierna solo el matrimonio o la esfera de lo privado.
En lo relatos clásicos, el contrato sexual queda desplazado al contrato matrimonial, pero esto no significa que la ley del derecho sexual masculino esté confinada a las relaciones maritales. El matrimonio es extremadamente importante, no porque la esfera privada se constituya en el matrimonio, sino porque el poder natural de los varones como «individuos» se extiende a todos los aspectos de la vida civil. La sociedad civil (como un todo) es patriarcal. Las mujeres están sometidas a los varones tanto en la esfera privada como en la pública; por cierto, el derecho patriarcal de los varones es el mayor soporte estructural que une ambas esferas en un todo social.»
«Hasta bien avanzado el siglo XIX, la posición legal y civil de la esposa se asemejaba a la del esclavo. Bajo la doctrina de la ley de protección común, una esposa, como un esclavo, estaba civilmente muerta. Un esclavo no tenía existencia legal separada de su amo, y esposo y esposa eran «una persona», la persona del marido.
Las mujeres de clase media y alta eran capaces de eludir el pleno ejercicio de la ficción legal de la unidad matrimonial mediante la ley de equidad, utilizando argucias tales como contratos prematrimoniales y de confianza. Pero tales excepciones -en comparación, no todos los amos de esclavos usaban su poder plenamente- no mitigaban la fuerza de la institución de protección como recuerdo de los términos de la relación conyugal establecida mediante el relato del contrato original.»
«La percepción de la prostitución como problema de las mujeres está tan arraigado que cualquier crítica a la prostitución conlleva, muy frecuentemente, la acusación de los contractualistas contemporáneos a las feministas de que criticar la prostitución implica menosprecio por las prostitutas.
Sostener que algo está mal con la prostitución no implica necesariamente un juicio adverso sobre las mujeres que se comprometen en tal trabajo. Cuando los socialistas critican el capitalismo y el contrato de empleo no lo hacen porque menosprecien a los trabajadores, sino porque son los defensores de los trabajadores. No obstante, las apelaciones a la noción de falsa conciencia, tan popular hace algunos años, sugieren que el problema del capitalismo es un problema de los trabajadores. Reducir la cuestión del capitalismo a las deficiencias de conciencia de los trabajadores desvía la atención sobre el capitalista, el otro participante del contrato de empleo.
De modo similar, el supuesto patriarcal de que la prostitución es un problema de las mujeres, asegura que el otro participante del contrato de prostitución escape al escrutinio. Una vez que la historia del contrato sexual haya sido contada, la prostitución puede verse como un problema de los varones. El problema de la prostitución, entonces, aparece encapsulado en la cuestión de por qué los varones exigen que las mujeres vendan sus cuerpos como bienes en el mercado capitalista.
Ls historia del contrato sexual también ofrece la respuesta: la prostitución es parte del ejercicio de la ley del derecho sexual masculino, uno de los modos en que los varones se aseguran el acceso al cuerpo de las mujeres.»
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«Los defensores de la prostitución, con frecuencia, la presentan como un ejemplo de «sexo sin amor», para satisfacción de los apetitos naturales. El argumento, no obstante, es un non sequitur. Los defensores del sexo sin amor y los seguidores de lo que una vez se dio en llamar amor libre siempre presuponen que la relación se basa en la atracción sexual mutua entre un varón y una mujer y que implica satisfacción física mutua. El amor libre y la prostitución son polos diferentes. La prostitución es la utilización del cuerpo de una mujer por un varón para su propia satisfacción. No hay deseo o satisfacción de la prostituta. La prostitución no busca el placer mutuo en el intercambio de los cuerpos, sino que es el uso unilateral de un varón del cuerpo de una mujer a cambio de dinero.
Que la institución de la prostitución se presente como una extensión natural del impulso sexual humano y que el «sexo sin amor» se iguale a la venta de los cuerpos de las mujeres en el mercado capitalista es posible solo porque se olvida una cuestión importante: ¿por qué, en el mercado capitalista, los varones exigen que la satisfacción de su apetito natural deba tomar la forma de acceso público a los cuerpos de las mujeres a cambio de dinero?»
«La masculinidad y la femineidad son identidades sexuales: el yo no se subsume por completo en su sexualidad, pero la identidad es inseparable de la construcción sexual del yo. En el patriarcado moderno, la venta de los cuerpos de las mujeres en el mercado capitalista implica la venta de un yo de modo diferente y en un sentido más profundo que la venta del cuerpo de un jugador varón de béisbol o a venta y el dominio sobre el uso del trabajo -del cuerpo- de un esclavo asalariado.
La historia del contrato sexual revela que la construcción patriarcal de la diferencia entre masculinidad y femineidad es la diferencia política entre libertad y sujeción, y que el dominio sexual es el medio más importante por el que lo varones afirman su virilidad. Cuando un varón hace un contrato de prostitución no está interesado en servicios no corpóreos sexualmente indiferentes, sino que hace un contrato en el que compra el uso sexual de una mujer por un período dado. ¿Por qué , si no, están dispuestos los varones a entrar en el mercado y pagar por «masturbación»? Por supuesto lo varones pueden afirmar su masculinidad también de otros modos, pero, en las relaciones entre los sexos, se obtiene una afirmación inequívoca en el «acto sexual».
La condición de mujer también se afirma en la actividad sexual y cuando una prostituta contrata el uso de su cuerpo se está vendiendo a sí misma en un sentido muy real. Los yos de las mujeres están involucrados en la prostitución de un modo muy diferente a la incorporación del yo en otras ocupaciones. Trabajadores de todo tipo están en mayor o menor medida ligados a sus trabajos, pero la conexión integral entre la sexualidad y el sentido del yo significa que, para su autoprotección, la prostituta debe distanciarse de su uso sexual.
Las mujeres involucradas en este oficio han desarrollado una variedad de estrategias de distanciamiento o un acercamiento profesional en el trato con sus clientes. Tal distanciamiento crea un problema para los varones, un problema que puede verse como una variante más de la contradicción de dominio y esclavitud. El contrato de prostitución permite a los varones constituirse en amos civiles durante cierto tiempo y, como los demás amos, desean obtener reconocimiento de su situación.»
«La fuerza de trabajo es una ficción política, pero el servicio que presta la madre subrogada es una ficción aún mayor. El trabajador contrata el derecho de dominio sobre el uso de su cuerpo y la prostituta contrata el derecho de uso sexual directo de su cuerpo. Los yos del trabajador y de la prostituta son, en sus diferentes modos, ambos puestos en alquiler.
El yo de la madre subrogada está en alquiler de un modo más profundo aún. La madre subrogada contrata el derecho sobre su singular capacidad fisiológica, emocional y procreativa de su cuerpo , es decir, de sí misma como mujer. Durante nueve meses tendrá la relación más íntima posible con otro ser en desarrollo, una parte de sí misma. El bebé, una vez que haya nacido, será un ser separado, pero la relación de la madre con su niño es cualitativamente diferente de los trabajadores con los productos que resultan de los contratos de la propiedad de sus personas.
El ejemplo de un contrato de subrogación cumplido tranquilamente por una madre subrogada despreocupada, como los ejemplos de los esposos que renuncian a su derecho patriarcal, o de las prostitutas que explotan a sus clientes, poco revela sobre la institución del matrimonio, de la prostitución o de la maternidad subrogada. El contrato de subrogación es otro medio a través del cual se asegura la subordinación patriarcal. En un aspecto, un contrato de subrogación es más bien un contrato de empleo. El empleador obtiene el derecho de mandar sobre el uso de los cuerpos de los trabajadores para, unilateralmente, tener poder sobre el proceso a través del cual se producen las mercancías.»
SINOPSIS: «El contrato sexual», de Carole Pateman.
«El contrato sexual, uno de los libros más conocidos de Pateman, fue publicado originalmente en 1988. En su investigación descubrió que en la base de las sociedades patriarcales ha habido siempre un pacto anterior al que hasta ahora se creía que fundaba las sociedades humanas, el que Jean-Jacques Rousseau denominó en el siglo xviii «el contrato social». El verdadero pacto fundador era el contrato sexual, que consiste en un pacto no pacífico entre hombres para distribuirse el acceso al cuerpo femenino fértil. Un ensayo imprescindible para entender que la desigualdad entre los sexos que arrastramos hasta hoy es consecuencia de la organización patriarcal, un sistema todavía a día de hoy plenamente vigente.»
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