Celia Amorós. Mujeres e imaginarios de la globalización.

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«El movimiento feminista ha resignificado el lenguaje del terrorismo al llamar a la eufemísticamente denominada «violencia doméstica», -que parece sugerir que sus víctimas, como lo afirma Carmen Caballero, son «víctimas de andar por casa»- «violencia sexista», «patriarcal» son mis expresiones preferidas o, al menos, «violencia de género». Ha enseñado así a sumar lo que hasta hace poco no se sumaba, por tanto, no se conceptualizaba y, por lo mismo, no se politizaba. Las víctimas de la violencia sexista no se sumaban porque no se tenía el concepto que permitía homologar lo que había sido ora un «crimen pasional», ora un «habérsele ido a uno la mano», etc., etc., es decir, una mera retahíla de anécdotas que no había por que elevar a categoría. Por esta misma razón, no trascendía al debate público. Decimos por ello que conceptualizar es politizar. La teoría feminista, de este modo, hace honor al sentido etimológico de la palabra teoría, hacer «ver» en griego, visibilizando lo que antes era «privado», privado, entre otras cosas, de ser visto, de luz pública. 

Y es teoría crítica porque su «hacer ver» es inseparable de un irracionalizar, de un «inmoralizar», o sea, interpelar algo por inmoral en tanto que se lo percibe como inscrito en un continuum de dominación en el conjunto de manifestaciones y expresiones de un sistema que reproduce la hegemonía de los varones sobre las mujeres de forma ilegítima, es decir, sin título convalidado. Así, podríamos decir, irracionalizar, inmoralizar y deslegitimar el sistema de dominación masculina es politizar. La lucha feminista, de esta forma, se vuelve a la vez teoría -teoría crítica- y política.»


«Las violaciones como los asesinatos de mujeres, no son anécdotas. Hasta hace poco ni éstas ni aquéllos se sumaban porque eran anécdotas: mejor dicho, se las consideraba anécdotas porque no se sumaban. Solo pueden sumarse magnitudes homogéneas, y solo se las considera tales a la luz de los conceptos de una teoría: es así como pasan de la anécdota a la categoría. La teoría feminista, pues, ha tenido que habilitar conceptualizaciones idóneas para subsumir en ellas fenómenos aparentemente heterogéneos y dispersos. Ha podido hacerlo, porque, como teoría, su misión es ver y «hacer ver», visibilizar; ahora bien, como teoría crítica que es, su «hacer ver» está en función de un irracionalizar e inmoralizar conductas que en su día fueron consideradas socialmente como de recibo.»


«En la antigüedad clásica, el sofista Antístenes le decía a Platón: «Veo el caballo, pero no «la caballeidad»». Pues bien, Antístenes sería un nominalista: términos que connotan abstracciones como «caballeidad» son meros nombres que utilizamos como un expediente cómodo para referirnos a un conjunto de casos diversos que tienen en común una cierta similitud. Por considerar que los términos genéricos son meros nombres, se les ha dado en la historia de la filosofía la denominación técnica de «nominalistas».

En las antípodas del nominalismo, para cuyos adeptos solo tienen relevancia ontológica los individuos o los casos o instancias individuales que constituyen el ámbito de la denotación de los términos genéricos, se encuentra el llamado «realismo de los universales». Esta posición de raigambre platónica, pues para Platón la densidad entitativa estaba del lado de lo que denotarían conceptos tan abstractos y generales como «justicia» y «belleza». Se denomina técnicamente, en el contexto de esta polémica, «realismo de los universales», por entender que el correlato extralingüístico de estos términos es lo que tiene entidad relevante, y los casos individuales la adquieren por su participación en la misma de modo, podríamos decir, derivado.

Pues bien, entre estas posiciones extremas se sitúa el llamado «nominalismo moderado» o «conceptualismo», que es la posición que yo suscribo. De acuerdo con la misma, el correlato extranlingüístico de los términos universales -de ahí la denominación de la polémica- y abstractos no es una unidad ontológica, como querrían los/las «realistas». Pero tampoco lo constituyen casos aislados entre sí y discontinuos, como lo pretenden los nominalistas. Ponemos todo el énfasis en las relaciones y en ciertas continuidades susceptibles de ser detectadas entre lo que de otro modo no serían sino bloques ontológicos incomunicados. Somos nominalista porque concedemos todo el realce ontológico pertinente a lo individual. Pero coincidimos con los realistas en que hay que otorgar algún tipo de estatus ontológico a lo que da su sentido al hecho de que hagamos referencia a estos conjuntos de entidades bajo la misma rúbrica.»


«Los enunciados en que se expresa la igualdad implican la discernibilidad de los términos que homologan, en contraposición con los que expresan identidad. Pues bien, los espacios de poder están íntimamente relacionados con la individuación: en ellos es esencial, para orientarse y transitar por ellos, saber quién es quién: «¡usted no sabe con quién está hablando!». Y, en esa misma medida, generan paridad: hay que repartir para seguir compartiendo -y a la inversa-.

Las mujeres, por el contrario, serán tratadas práctica y simbólicamente como «las idénticas», como las indiscernibles -pues no son individuos- en un bloque ontológico y compacto. El término genérico «la Mujer» se emplea y se interpreta así en clave de lo que en nuestra Introducción llamamos «realismo de los universales». De este modo, poder, entre otras cosas, implica, como lo hemos afirmado ya, poder diferenciarse produciéndose como una unidad sustantiva en el ámbito de los pares. A su vez, esta forma de producirse como tal solo es posible en el ámbito de poder.»

SINOPSIS: «Mujeres e imaginarios de la globalización», de Celia Amorós.

«Dueña de una vasta producción filosófica y un implacable espíritu critico, que hace algunos años Alicia Puleo caracterizó de intempestivo, Amorós da nuevamente cuenta de la amplitud de sus intereses y de la riqueza de sus análisis críticos para abordar en esta obra los alcances y consecuencias que para las mujeres tiene el actual proceso de globalización. Desde su triple punto de partida recupera, primero, los conceptos de igualdad y de Universalidad con fuerte acento crítico feminista en el marco del paradigma informacionista.

En segundo lugar, hace valer su consistente formación marxista, recuperando el pensamiento de Heidi Hartmann, con especial sensibilidad respecto del trabajo invisible de las mujeres, la feminización de la pobreza, y el fenómeno in crescendo de las maquilas, que considera su expresión simbólica más pregnante. Las conceptualizaciones de Donna Haraway y sus cyborgs la llevan a reconceptualizar los procesos globalizadores a partir del testigo modesto en clave feminista. Se centra así en la violencia contra las mujeres (que denomina violencia patriarcal) a raíz de los crímenes de Ciudad Juárez y en franco diálogo con otras feministas (Lamas, Lagarde, Segato) que también han examinado el tema. Fiel a sus deudas con el existencialismo, acepta para sus conceptualizaciones los desafíos que la praxis le presenta.»

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