Ana de Miguel. Neoliberalismo sexual.
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«La práctica de la prostitución refuerza la concepción de las chicas/mujeres como cuerpos y trozos de cuerpos de los que es normal disponer y que ni siquiera suscitan el interés de preguntarse cómo o por qué están ahí. El hecho de que los varones busquen y encuentren placer sexual en personas que obviamente no les desean en absoluto es, sin duda, una importante materia de reflexión sobre el abismo que se abre bajo la aparente igualdad y reciprocidad en las expectativas y vivencias sobre la sexualidad.
Esta despersonalización de seres humanos, a veces muy jóvenes y en su mayoría inmigrantes de todas las etnias y países empobrecidos, supone, aparte de la inmoralidad que pueda significar, la reproducción activa de las identidades más arcaicas y conservadoras del patriarcado: por un lado están las mujeres madres y esposas e hijas y por otro las putas, las mujeres que al no ser de ninguno pueden ser de todos, las célebres «mujeres públicas».»
«Lo que nos interesa resaltar, una vez más, es cómo funciona el patriarcado del consentimiento. Las españolas tienen derecho a que su apellido vaya el primero. Y sin embargo, apenas se hace uso de este «derecho». La mayoría de los bebés que nacen continúan llevando en primer lugar el apellido del padre. ¿No resulta un tanto extraño? ¿Es que las mujeres no desean que sus hijos lleven su apellido en primer lugar? ¿No les gusta que sus hijos lleven el apellido por el que se reconocen y al que están apegadas desde la infancia? Parece que no.
Es decir, quieren tener ese hijo, le esperan nueve meses, cambian sus hábitos de vida, pueden dejar de beber o de fumar, de hacer deporte, de comer determinados alimentos. Si trabajan en la empresa privada, lamentablemente, se enfrentan a un despido. Todo es poco por el futuro ser, pero espera, no les gusta, no desean que sus hijos lleven primero su apellido.
El patriarcado del consentimiento determina sus palabras «de verdad que a mí no me importa», «lo que importa es que nazca sano». ¿En qué cabeza cabe que tengas que elegir entre que tu hijo nazca sano o que lleve primero tu apellido? Además, no se trata de olvidar la genealogía paterna, solo de cuestionar la genealogía patriarcal, de colocar su apellido en segundo lugar.
El caso del apellido nos parece emblemático para mostrar cómo funciona el patriarcado del consentimiento. Las mujeres no solo van a mantener que no les importa que su apellido vaya el segundo sino que tienen que sostener que eso de los apellidos es una bobada. No tiene ninguna importancia. Y, algo crucial, van a añadir que es su decisión. Que al padre, en realidad, igual le da, pero ella lo prefiere así. Es muy importante que no sea el hombre quien se vea obligado a imponer la «ley del padre»: «va a llevar mi apellido y punto, cariño». Esto no se puede hacer explícito. La coacción tiene que asumirse de forma implícita, sin órdenes de ningún tipo. «Hágase en mí según tu palabra», pero sin que suene a orden.»
«Una de las claves para afrontar un rumbo nuevo es poner fin a la reproducción del rosa y el azul, pensar en una formación menos coactiva, más humana. Socializar es tratar de incorporar a las personas a la cultura en la que han de vivir, sin plantearse nada al respecto. Educar es algo diferente y más complejo. El que educa ayuda al individuo a incorporarse a una cultura, pero de manera crítica y comprometida. Es decir, el que educa ayuda a discernir qué es lo bueno y lo malo de la cultura. Insta a aceptar lo moralmente bueno y a combatir lo que resulta inadmisible desde el punto de vista moral.
No podemos seguir pensando que educamos en igualdad porque los contenidos formales de las asignaturas son los mismos. La diferencia entre lo que se denomina el currículum oficial y el currículum oculto tiene que estar clara para la sociedad. Es cierto que los contenidos formales de la educación son los mismos, que se enseñan la misma geografía y las mismas matemáticas. Pero si la escuela no aborda la educación crítica y en valores de forma explícita, estaremos tolerando que esta educación quede en manos de la televisión, los bloggers y youtubers y los medios de comunicación de masas, en los que ya hay canales específicos para niñas y para niños».
«Las personas educadas en la igualdad tienden a buscar una relación amorosa que les empodere y ayude a llegar a ser las personas que quieren ser. Los hombres han de recoger el guante, asumir el valor de la reciprocidad y tomar el protagonismo en el cuidado de las relaciones. La revolución no está, de forma intrínseca, en la mera forma de las relaciones: en tener una o dos parejas, en ser pareja abierta, ni siquiera en ser lesbiana o queer. Pensar que la monogamia es capitalista y autoritaria y que el poliamor es socialista y democrático es algo que ha quedado una y otra vez desmentido por la experiencia.
La reciprocidad y la lealtad y sus opuestos pueden darse en todo tipo de relaciones. Puestas a elegir, mejor que la forma del amor, su contenido: el amor que empodera, pero empodera para poder hacer también alguna otra cosa más que amar. No pasa nada por reconocer que necesitamos amor y que queremos una buena historia de amor, pero nunca a cualquier precio.»
«¿Tenemos que volver a hablar de una sexualidad normal y otra anormal? Ni mucho menos; la pregunta relevante no es sobre si tal conducta es normal o no, sino sobre los límites que vamos a poner al poder, es decir, al poder del dinero y del deseo de los unos sobre los otros. Al deseo de los que detentan el poder en su afán de acceder a los cuerpos que desean. Porque el sexo pone en conexión a seres humanos y, por tanto, es susceptible de relaciones de abuso y dominación; y, en consecuencia, objeto de reflexión filosófica y moral.
La pregunta pertinente no es si nos parece normal o no que a un señor le atraigan sexualmente los niños, las ovejas o las mujeres penetradas por caballos. La pregunta pertinente, una vez más, es por los límites al poder y los deseos del poder. Y el terreno de la filosofía, la moral y la política es el idóneo para pensar, debatir y sostener que no todo tiene justificación, ni todo es igualmente valioso.»
«Hoy, especialmente cuando hay sexo por medio, se trata de imponer la idea de que toda acción es feminista con tal de que sea fruto de la decisión individual de una mujer. Y si ganas dinero con tal acción, ya es superfeminista. Algunas artistas que ganan mucho dinero por desnudarse o contar su vida sexual desempeñan un papel importante en la legitimación de esta nueva normativa sexual. Pero algo tiene que estar claro: que una mujer gane dinero con lo que hace, sea heterosexual, lesbiana o transexual, no hace de ello un acto ni subversivo ni feminista.
El problema, volviendo al debate teórico, reside en que en el «posfeminismo» y el enfoque queer el concepto de elección se ha convertido en el tema central de las argumentaciones, y a menudo en su punto final. Yo lo he elegido, no hay problema. Esta tesis, en realidad, procede del liberalismo económico y del liberalismo sexual. Megan Murphy ha argumentado de forma breve y contundente que lo que no puede hacerse es presentar cada elección que hace una mujer como un «acto feminista». Por nuestra parte, añadimos que esto sucede, sobre todo, en el ámbito de la sexualidad.
Cuando una mujer toma «elecciones» en otro ámbito, sí se admite mejor el análisis crítico del sistema. Por ejemplo, cuando toma la decisión de «dejar el empleo» para cuidar de personas dependientes. El análisis suele ser que, en realidad, no es una elección libre sino condicionada por el sistema. Y si no es así, si vamos a admitir que todas las elecciones son libres y nadie puede cuestionarlas, pues entonces sí que el feminismo ha desaparecido del análisis.»
«La cuestión que está en juego es el enfrentamiento entre una concepción neoliberal de la sexualidad, en que todo vale si hay dinero y «consentimiento» por medio, y una concepción radical y estructural de la sexualidad. Una concepción, la primera, en que personas «libres» e «iguales» pactan y eligen frente a otra en que se considera que las estructuras normativas y coactivas determinan a favor del sistema y de los privilegiados «las elecciones» y el «consentimiento» de los individuos. El consentimiento, el dinero y los medios de comunicación de masas se limitan a hacer aceptable lo inaceptable.»
«La prostitución afecta al imaginario de lo que es una mujer y lo que se puede esperar de ella, también a lo que se puede hacer con ella. Refuerza la concepción de las mujeres como cuerpos y trozos de cuerpos de los que es normal disponer y que ni siquiera suscitan el interés de preguntarse cómo ni por qué están ahí. De hecho, la mayor parte de las mujeres que ejercen la prostitución no hablan la lengua del «cliente». La relación puede definirse como una relación «abre las piernas y cierra la boca».
El mensaje de la industria del sexo insiste en que trabajar en ella es liberador y empoderador para las chicas que lo hace, que es producto del girl power. No es lógico pensar que estar desnuda frente a hombres vestidos e investidos del derecho a acceder a tu cuerpo sea una fuente de poder y autoestima, pero la industria de la comunicación es tan potente que hace falta desarrollar una visión crítica frente a ella.»
«¿Qué tipo de mundo están construyendo los hombres que con su demanda determinan la existencia de la prostitución? Un mundo más injusto en el sentido fuerte de la palabra. Un mundo en el que cada día tiene menos sentido la máxima kantiana de que las personas no son medios sino fines en sí mismas. La prostitución de mujeres es para los hombres una escuela de egolatría, prepotencia y negación de toda empatía, en la que priman los deseos y no importa en absoluto lo que vivan y sientan las mujeres prostituidas. Es una auténtica escuela para aprender e interiorizar las relaciones de desigualdad.»
«Como se señala habitualmente, el capitalismo alteró las relaciones entre los sexos. El nuevo sistema económico incorporó masivamente a las mujeres proletarias al trabajo industrial -como mano de obra más barata y sumisa que los varones-, pero en la burguesía, la clase social ascendente, se dio el fenómeno contrario. Las mujeres quedaron enclaustradas en un hogar que era, cada vez más, símbolo del estatus y éxito laboral del varón. Las mujeres de la burguesías media experimentaban con creciente indignación su situación de propiedad legal de sus maridos y marginación de la educación y las profesiones liberales, marginación que, si no contraían matrimonio, las conducía inevitablemente a la pobreza.
En este contexto, las mujeres comenzaron a organizarse en torno a la reivindicación del derecho al sufragio, lo que explica su denominación como sufragistas. Esto no debe entenderse nunca en el sentido de que esa fuese su única reivindicación. Muy al contrario, las sufragistas luchaban por la igualdad en todos los terrenos apelando a la auténtica universalización de los valores democráticos y liberales. Sin embargo, y desde un punto de vista estratégico, consideraban que una vez conseguidos el voto y el acceso al Parlamento podrían comenzar a cambiar el resto de las leyes e instituciones. Además, el voto era un medio de unir a mujeres de condiciones sociales y económicas y opciones políticas muy diferentes. Su movimiento era de carácter interclasista, pues consideraban que todas las mujeres sufrían en cuanto mujeres, e independientemente de su clase social, discriminaciones semejantes.»
«La teoría, pues, nos permite ver cosas que sin ella no vemos; el acceso al feminismo supone la adquisición de un nuevo marco de referencia, «unas gafas» que muestran a menudo una realidad ciertamente distinta de la que percibe la mayor parte de la gente. En los inicios, solo una minoría apoyó reivindicaciones como el derecho al voto, la educación superior o el divorcio. La socialización en las normas y valores patriarcales es tan perfecta que ha generado grandes consensos y se ha solapado con un orden tan natural como libremente elegido.
La ruptura de estos consensos: «los hombres son más violentos», «la prostitución es imposible de erradicar», «las mujeres no quieren ser independientes», exige una notable desintoxicación ideológica. De ahí la importancia crucial de la teoría y del conocimiento de la historia. La puesta en marcha de la crítica al prejucio y la pasión por el conocimiento.
El fin de este proceso tiene como resultado lo que ya hemos denominado como la liberación cognitiva, y la constitución de una identidad colectiva feminista. Un Nosotras capaz de articularse en función de los intereses específicos de las mujeres como tales, capaz de abstraer las profundas diferencias que por fuerza ha de tener un sujeto colectivo que afecta a la mitad de la humanidad.»
SINOPSIS: «Neoliberalismo sexual», de Ana de Miguel.
«La ideología neoliberal tiene el objetivo de convertir la vida en mercancía, incluso a los seres humanos. En ese sentido, la conversión de los cuerpos de las mujeres en mercancía es el medio más eficaz para difundir y reforzar la ideología neoliberal. La poderosa industria del sexo patriarcal avanza apoyándose en dos ideas complementarias. Por un lado, en la teoría de la libre elección: ahora que las mujeres «ya son libres», «ya tienen igualdad», ya pueden «elegir» vivir de su cuerpo, o de trozos de su cuerpo. Por otro lado, y para contrarrestar cualquier crítica, esta tesis se envuelve en cierta retórica transgresora y posmoderna: toda relación es aceptable si hay «sexo consentido» por el medio.»
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