Bertrand Russell. Elogio de la ociosidad.

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«Tenemos que admitir que buena parte de la tradicional educación cultural era estúpida. Los jóvenes consumían muchos años aprendiendo gramática latina y griega, sin llegar a ser, finalmente, capaces de leer un autor griego o latino, ni a sentir siquiera el deseo de hacerlo (excepto en un pequeño porcentaje de los casos). Las lenguas modernas y la historia son preferibles, desde cualquier punto de vista, al latín y al griego. No solamente son más útiles, sino que proporcionan mucha más cultura en mucho menos tiempo. Para un italiano del siglo XV, dado que prácticamente todo lo que merecía la pena leer estaba escrito, si no en su propia lengua, en griego o en latín, estos idiomas eran indispensables llaves de la cultura. Pero desde aquellos tiempos se han desarrollado grandes literaturas en diversas lenguas modernas, y el proceso de la civilización ha sido tan rápido, que el conocimiento de la antigüedad se ha hecho mucho menos útil para la comprensión de nuestros problemas que el conocimiento de las naciones modernas y su historia comparativamente reciente.»


«El bravucón del colegio rara vez es un muchacho cuyo aprovechamiento en los estudios está por sobre el promedio. Cuando tiene lugar un linchamiento, los cabecillas son casi invariablemente hombres muy ignorantes. Esto no es así porque el cultivo de la mente produzca sentimientos humanitarios positivos, aunque puede hacerlo; es más bien porque proporciona otros intereses que el mal trato a los vecinos, y otras fuentes de respeto a la propia personalidad que la afirmación de dominio.

Las dos cosas más universalmente deseadas son el poder y la admiración. Los hombres ignorantes, generalmente, no pueden conseguir ninguna de las dos sino por medios brutales que llevan aparejada la adquisición de superioridad física. La cultura proporciona al hombre formas de poder menos dañinas y medios más dignos para hacerse admirar. Galileo hizo más que cualquier monarca para cambiar el mundo, y su poder excedió inconmensurablemente el de sus perseguidores. No tuvo, por tanto, necesidad de aspirar a ser, a su vez, perseguidor.

Quizá la ventaja más importante del conocimiento «inútil» es que favorece un estado mental contemplativo. Hay en el mundo demasiada facilidad, no solo para la acción sin la adecuada reflexión previa, sino también para cualquier clase de acción en ocasiones en que la sabiduría aconsejaría la inacción.»


«No se debe suponer que la tendencia a la uniformidad sea completamente buena ni completamente mala. Tiene grandes ventajas, y también grandes desventajas; su ventaja principal es, por supuesto, que crea una población capaz de cooperación pacífica; su gran desventaja es que crea una población inclinada a la persecución de minorías. Probablemente, este último defecto sea temporal, ya que cabe imaginar que dentro de poco ya no haya minorías. Depende, en gran medida, desde luego, de cómo se alcance la uniformidad.

Tomemos, por ejemplo, lo que se hace en las escuelas con los italianos del sur. Los italianos meridionales se han distinguido a través de la historia por sus crímenes, sus estafas y su sensibilidad estética. Las escuelas públicas los curan, efectivamente, de la última de las tres cosas, y en este aspecto los asimilan a la población nativa de los Estados Unidos; pero, con respecto a las otras dos cualidades distintivas, sospecho que el éxito de las escuelas es menos señalado. Esto ilustra los peligros de la uniformiddad como objetivo; las buenas cualidades se destruyen más fácilmente que las malas, y, en consecuencia, es más fácil llegar a la uniformidad rebajando el nivel medio.»


«En Estados Unidos, todos los profesionales están asimilados al tipo de hombre de negocios. Es como si tuviésemos que decretar que una orquesta debe estar formada solamente por violines. No parece haber una comprensión justa del hecho de que la sociedad tiene que ser un sistema o un organismo en que los distintos órganos desempeñan papeles diferentes. Imaginaos al ojo y al oído discutiendo si es mejor ver u oír y decidiendo ambos no hacer una cosa ni otra, ya que ninguno puede hacer las dos. Esto, me parece, sería la democracia tal como se la entiende en los Estados Unidos.

Existe una extraña envidia por cualquier clase de excelencia que no pueda ser universal, excepto, por supuesto, en la esfera del atletismo y del deporte, donde la aristocracia es aclamada con entusiasmo. Parece que el norteamericano medio fuese más capaz de humildad en relación con sus músculos que en relación con su cerebro; quizá esto se deba a que su admiración por los músculos es más profunda y auténtica que su admiración por el cerebro.»


«Sobre el problema de la libertad en la educación existen actualmente tres principales escuelas, que se derivan en parte de las diferencias en cuanto a los fines y en parte de las diferencias en cuanto a las teorías psicológicas. Hay quienes dicen que los niños deberían ser completamente libres, por muy malos que pudieran ser; hay quienes dicen que deberían estar sometidos por completo a la autoridad, por muy buenos que sean; y hay quienes dicen que deberían ser libres, pero que, a pesar de la libertad, habrían de ser siempre buenos. Esta última escuela es mayor de lo que, en buena lógica, tendría derecho a ser; como los adultos, no todos los niños serán buenos si todos son libres.

La convicción de que la libertad asegurará la perfección moral es una reliquia del rousseunianismo, y no sobreviviría a un estudio de los animales y de los bebés. Quienes sostienen esta creencia piensan que la educación no debería tener propósito positivo alguno, sino limitarse a ofrecer un ambiente adecuado para el desarrollo espontáneo. No puedo estar de acuerdo con esta escuela, que me parece excesivamente individualista e indebidamente indiferente con respecto a la importancia del conocimiento. 

Vivimos en comunidades que exigen la cooperación, y sería utópico esperar que toda la cooperación necesaria resultara de impulsos espontáneos. La existencia de una gran población en un área limitada solo es posible merced a la ciencia y a la técnica; la educación debe, por tanto, transmitir el mínimo necesario de éstas. Los educadores que conocen más libertad son hombres cuyo éxito depende de un grado de benevolencia, dominio de sí mismo e inteligencia entrenada que difícilmente puede generarse donde todos los impulsos se liberen sin restricción; no es probable, por tanto, que sus méritos perduren si sus métodos no pierden pureza.

La educación, considerada desde un punto de vista social, debe ser algo más positivo que una mera oportunidad de desarrollo. Desde luego, ha de proporcionarla, pero ha de proporcionar, además, un bagaje mental y moral que los niños ni pueden adquirir enteramente por sí mismos.»


«Galileo fue un rebelde y fue sabio; los que creen en la teoría de que la tierra es plana son igualmente rebeldes, pero son unos ignorantes. Hay un gran peligro en la tendencia a suponer que la oposición a la autoridad es esencialmente meritoria y que las opiniones no convencionales tienen que ser correctas; no se sirve a ningún propósito útil rompiendo faroles o sosteniendo que Shakespeare no es poeta.»


«Toda teoría pedagógica seria debe constar de dos partes: un concepto de los fines de la vida y una ciencia de la dinámica psicológica; esto es, de las leyes que rigen los cambios mentales. Dos personas que disientan en cuanto a los fines de la vida no pueden esperar llegar a un acuerdo en cuanto a la educación. La maquinaria educacional, en toda la civilización occidental, está dominada por dos teorías éticas: la del cristianismo y la del nacionalismo. Y estas dos, cuando se consideran seriamente, son incompatibles.»


«Hay otra consideración a la que conceden escasa importancia algunos defensores de la libertad. En una comunidad de niños en la que no intervienen los adultos surge la tiranía del más fuerte, que puede llegar a ser mucho más brutal que la tiranía de la mayoría de los adultos. Si dejamos jugar juntos a dos niños de dos o tres años, descubrirán, tras algunas peleas, cuál de los dos tiene que ser el vencedor, y el otro se convertirá en esclavo. Donde el número de niños es mayor, uno o dos de ellos llegan a adquirir absoluto predominio, y los otros tienen mucha menos libertad de la que tendrían si los adultos intervinieran para proteger a los más débiles y menos pendencieros.

La consideración hacia los demás no surge espontáneamente en la mayor parte de los niños, sino que ha de ser inculcada, y difícilmente podrá inculcarse sin el ejercicio de la autoridad. Éste es, quizá, el argumento más importante contra la abdicación de los adultos.»

SINOPSIS: «Elogio de la ociosidad», de Bertrand Russell.

«Una seria advertencia contra el peligro que supone la intolerancia para la sociedad occidental, un brillante análisis de las repercusiones de una reducción del horario de trabajo, un estudio de las consecuencias de la incorporación de la mujer al mundo laboral… quince apasionantes y agudos ensayos del gran filósofo inglés de siglo XX, Bertrand Russell.»

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