Martin Heidegger. Introducción a la metafísica.
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«Cuando les digo: «¿por qué es el ente y no más bien la nada?», la intención de mi preguntar y decir no es la de comunicarles el hecho de que ahora se desarrolla en mí un proceso interrogativo. Por cierto, el enunciado de la frase interrogativa también puede entenderse así, pero entonces no se escucha el preguntar mismo. No se llega en modo alguno a un preguntar compartido con otros ni a un preguntarse a sí mismo. No despierta para nada la actitud interrogativa, ni menos aún un modo de pensar que cuestiona. Este consiste en un querer saber. El querer no es en absoluto un mero desear o aspirar. Quien desea saber, aparentemente también pregunta, pero no va más allá del decir la pregunta: precisamente termina allí donde comienza propiamente la interrogación. Preguntar es querer saber. Quien quiera, quien ponga toda su existencia en un querer, está decidido, en el en el doble sentido de «decidido» y «abierto». La decisión no posterga nada, no se sustrae sino que actúa al instante y sin demora. Estar decidido no consiste en llegar a una mera conclusión, sino que es el principio del obrar que decide, anticipa y atraviesa toda acción. El querer consiste en estar decidido.»
«Saber significa poder sostenerse en la verdad. La verdad es la manifestación del ente. Según esto, el saber consiste en poder sostenerse en esta manifestación del ente y mantenerse firme en ella. Tener simplemente conocimientos, por amplios que sean, en absoluto es saber. Ni siquiera lo es cuando estos conocimientos, por medio de planes de estudios y de exámenes, se reducen a lo más importante desde el punto de vista práctico. Ni tampoco cuando estos conocimientos, reducidos a las necesidades del uso, fueran cercanos a la vida real, su posesión supondría saber alguno. Aquel que disponga de esos conocimientos y que además se haya entrenado en algunas habilidades y maniobras prácticas, será no obstante un chapucero desorientado frente a la realidad existente, que siempre es diferente de lo que el ciudadano de miras estrechas entiende por próximo a la vida y a la realidad. ¿Por qué? Porque no posee un saber, ya que saber significa poder aprender.
El entendimiento común piensa ciertamente que los que saben son aquellos que no necesitan aprender, puesto que ya han terminado su aprendizaje. Pero no es así; solo sabe aquel que entiende que debe volver a aprender constantemente y el que, a raíz de esta comprensión, haya llegado ante todo a la posición de poder aprender siempre. Esto es mucho más difícil que poseer unos conocimientos.»
«Efectivamente, no se puede hablar de la nada y tratarla como si fuese una cosa, como ahí fuera la lluvia o una montaña o, en general, un objeto cualquiera. Por principio, la nada sigue siendo inaccesible a toda ciencia. Quien pretenda hablar verdaderamente de ella, tendrá que convertirse necesariamente en acientífico. Pero esto solo sería una gran desventura si se creyera que el pensamiento científico es el único propiamente riguroso pensamiento, y que solo él puede y debe convertirse en criterio del pensamiento filosófico. Sin embargo, la situación de este asunto es a la inversa. Todo pensamiento científico es una forma derivada y luego como tal consolidada del pensamiento filosófico.
La filosofía jamás nace de la ciencia o por causa de la ciencia. Jamás se puede equiparar la filosofía a las ciencias. Antes bien, se antepone a ellas, y no solo «lógicamente» o dentro de una tabla del sistema de ciencias. La filosofía se halla en un dominio y orden totalmente diferentes de la ex-sistencia espiritual. La filosofía y su pensar solo comparte el mismo orden con la poesía; aunque poetizar y pensar tampoco sean lo mismo. Hablar de la nada seguiría siendo repulsivo y un sin-sentido para la ciencia. En cambio, además del filósofo, puede hacerlo el poeta, y ciertamente no porque en la poesía se trabaje con menos rigor -como cree el entendimiento común-, sino porque en la poesía (solo me refiero a la auténtica y grandiosa) impera una esencial superioridad del espíritu frente a toda mera ciencia. Desde esta superioridad, el poeta habla siempre como si expresara e invocara al ente por primera vez. El poetizar del poeta y el pensar del pensador siempre dejan tanto vacío en el espacio cósmico que cualquier cosa en él pierde por competo su carácter indiferente y banal, ya sea un árbol, una montaña, una casa, el trino de un pájaro.»
«Poder preguntar significa ser capaz de esperar, aunque fuese toda una vida. Pero en una época para la cual solo es real lo que se mueve rápidamente y lo que se puede hacer con las manos, estimará que el preguntar es ajeno a la realidad, algo que no es rentable. Mas, lo esencial no son los números, sino el tiempo justo, es decir, el justo instante y la justa perseverancia.»
SINOPSIS: «Introducción a la metafísica», de Martin Heidegger.
«La insistente pregunta por el ser, su relación con la nada y con el ente, por su naturaleza última, por la legitimidad y el sentido mismo de la pregunta por el ser tal como es y tal como nuestro lenguaje le abre su espacio, son los temas principales de esta obra. Para Heidegger, la historia de la metafísica es la historia del ser, pero al mismo tiempo es la historia de su olvido, porque la metafísica no se ocupó en preguntar por el ser del ente y su relación con la nada. De ahí que en este texto vuelva una y otra vez sobre la pregunta: «¿Por que es el ente y no mas bien la nada?». La historia de la metafísica también es nuestra propia historia, es nuestro destino, en la medida en que sólo nuestro preguntar por el ser puede abrir ese espacio en el que el ser puede surgir y mostrarse. Pero este poder de «apertura» no debe confundirse con un poder sobre el ser del ente, no debe pensársela como una relación entre sujeto y objeto. De ahí las críticas posteriores de Heidegger a la ciencia y la técnica y su insaciable apoderarse del ente para hacerlo disponible a cualquier precio. Detrás de esta exploración ontológica, conceptual, etimológica e histórica están también ciertas huellas del antiguo «error político» de Heidegger. Aunque en 1935 había abandonado cualquier tentación de esperar alguna solución a la decadencia de nuestra cultura desde el ámbito político nacionalsocialista, este texto no deja de mostrar breves relámpagos de admiración por aquel espíritu. ¿Son fingidos o reales? En cualquier caso, al publicar este texto después de la guerra, Heidegger estaba dispuesto a que su discurso se defienda o se denuncie por sí solo.»
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