Amelia Valcárcel. Feminismo en el mundo global.

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«En los años 50 las mujeres con derecho a voto y oportunidades educativas debían ser reconducidas al hogar y se pretendió que aceptaran la división de funciones tradicional, que, para tal efecto, fue reacuñada. Esto implicaba que renunciaran a hacer ejercicios verdaderos de sus nuevos derechos. Por una parte los varones que regresaron del frente reclamaban sus antiguos empleos, lo que implicaba que las mujeres los desalojaran y volvieran al hogar, bajo el sobrentendido de que lo habían abandonado de modo provisorio por causa de fuerza mayor.

Para hacer esto posible el hogar mismo debía renovarse y el papel femenino tradicional adecuarse al nuevo estado de cosas. Mujeres con derechos ciudadanos recientemente adquiridos y una formación elemental o media, en número significativo, debían poder encontrar en el papel de ama de cada un destino confortable.»


«Volviendo a Confucio, «quien no sabe el significado de las palabras no puede conocer a los hombres». Saber el significado de las palabras implica también saber por qué no existen algunas palabras. Hasta hace muy poco, pongamos por caso, las palabras que designaban profesiones respetables no tenían femenino. Abogadas, médicas, ingenieras y juezas, decanas y rectoras, presidentas y coronelas eran barbarismos. Algunas lo siguen siendo.

Como si le faltaran frentes, el feminismo se comprometió también con la lucha por el cambio del lenguaje y sabemos las batallitas y hasta batallas que también en ese terreno ha tenido que lidiar. Quienes no estaban dispuestos a admitir las nuevas palabras comenzaron por declarar que no eran necesarias, precisamente porque solo se trataba de cuestiones insignificantes de gramática. Los géneros gramaticales eran los que eran y no se atenían nada más que a procesos internos del propio lenguaje.

Hubiera resultado quizá más sencillo argumentar que no teníamos palabras para designar posiciones hasta entonces inexistentes; pero, claro, eso comprometía a crearlas y eso era lo que provocaba precisamente la resistencia. Ni que decir tiene que el escasísimo número de cooptadas en las redes de la sabiduría admitida se alinearon en contra de cualquier cambio: no entendían su pertinencia, por descontado. Y así tenía que ser: ellas estaban justamente orgullosas de ser cosas que solo se podían nombrar en masculino.»


«Cuando floreció la gran generación de investigadoras, en la primera década del siglo XX, ello fue resultado de la política seguida por los colegios profesionales. Como ya dije, si se vedaba a las mujeres el ejercicio profesional corriente emplearían, lógicamente, sus fuerzas en otra parte. Hubo, pues, más investigadoras con relación a las cifras de mujeres universitarias, no porque a las mujeres les guste el trabajo afanoso, metódico y en solitario -dada su modestia, que tal cosa llegó a decirse-, sino porque investigaban, dado que no podían ejercer.

Del mismo modo, si las cifras de mujeres suficientemente preparadas no se reflejan en las escalas jerárquicas no será porque las mujeres, de suyo modestas, no deseen relevancia; o no quieran comprometerse en horarios fuertes por la doble dedicación, profesional y doméstica, al menos si las tasas de natalidad siguen siendo las que conocemos. Más bien sucederá que existen y las mujeres las sufren, sistemáticas maniobras de exclusión.»


«Al feminismo, pese haber mostrado y demostrado su enorme capacidad de proponer nuevas metas de innovación y justicia, parece que no hay que darle, y no se le da, nada por adelantado. No hay que darle canal ni cuartel. Que lo arranque. Así se piensa y se actúa. Cuando consigue en efecto algo de lo que no cabe negar que es valioso, se procesa, se digiere y se declara obtenido por el mero paso del tiempo y el sentido común. No ha habido lucha, trabajos, victoria. El grupo completo de las mujeres sigue sin referentes, sin pasado, siendo siempre «recién llegadas». Siempre es el «año cero» en que todo comienza y con las mismas dificultades.

No es exagerado decir que, en sucesivos presentes, la cultura masculina ha sido y es resistencial, beligerante y taimada. Actúa volviendo el pasado no significativo y el presente no conflictivo. Si algo estuvo mal, ya no hay motivo de airearlo, ya pasó; ahora ya todo está como debe.» 

«Uno de los modos por los que el sistema de saber-poder patriarcal ha desechado la inteligencia femenina ha sido relegándola al mundo de la intuición. A día de hoy todavía corre el tópico -cada ve más gastado- de que las mujeres son intuitivas mientras que los varones son racionales. Cuando en tales contextos -la atribución de género a la inteligencia- se pronuncia o escribe el término «intuición», hay que desconfiar. Tal uso suele acompañarse del conocido tópico según el cual «todas las mujeres son un poco brujas».

De modo que las mujeres con grandes dotes de penetración y rapidez son calificadas como «intuitivas», y de forma similar, se dice de aquellas con grandes dotes expositivas y de persuasión que tienen «mucho desparpajo». En cada caso lo que se busca es una expresión minorativa para nombrar un talento que ocurre fuera de su lugar admitido. Naturalmente utilizar así el lenguaje cuando a la masa casi completa del talento femenino le está prohibido el saber forma parte de los postulados; pero seguir utilizándolo en el presente es un asunto más crudo porque significa directamente una desautorización.»


«La «discriminación positiva» concede una ventaja para garantizar un igual punto de salida, cierta igualdad de oportunidades, aunque no existan iguales capacidades o idénticos méritos, pero esta pequeña o gran falta de imparcialidad, como ya se dijo, se compensa con el más justo procedimiento del sistema: la democracia como conjunto ético y político, que busca, sobre todo, ser integrador. La democracia hace además esto por razones también utilitarias: dejar personas, colectivos en situación de marginalidad es peligroso para su estabilidad y continuidad. Amenaza la cohesión social.»


«Techo de cristal, se viene repitiendo pero nunca sobra, es el nombre que recibe el fenómeno siguiente: a medida que las calificaciones educativas y profesionales de las mujeres fueron aumentado desde los años 70 del siglo XX (cuando obtuvieron el pleno derecho a la educación), aumentó también su presencia en el mercado laboral y el mundo del trabajo cualificado.

Sin embargo, en los siguientes veinte años se produjo un fenómeno que comenzó a llamar la atención de las y los investigadores: la presencia de mujeres era y es alta en los tramos más bajos de cualquier escala organizacional, sobrepasando incluso su número al de varones; desciende mucho en los tramos medios, situándose en torno a un tercio, y se colapsa abruptamente en los tramos altos, en los que la presencia de mujeres es insignificante. Este fenómeno es el «techo de cristal». 

La expresión alude gráficamente a que parecería existir un enorme pero invisible obstáculo impidiendo que personas adecuadas, pero del sexo femenino, obtuvieran metas profesionales esperables de su preparación, sus disposiciones y méritos. Como la única variable que da cuenta y explica el fenómeno es precisamente el género, se puede afirmar que existen personas adecuadas, pero se considera inadecuado su sexo.»


«En resumen y por lo general, la «discriminación positiva» intenta, para salvaguardar el bien mayor de la integración social, eliminar la serie de discapacidades que una persona hubiera podido llegar a acumular en el punto de salida de su engarce social: nacimiento, raza, clase, procedencia, salud, etc. Difícilmente se extiende hasta el punto de llegada: obtener tales o tales puestos, niveles o bienes.

La paridad se compromete más precisamente con este otro asunto de los resultados. Por ejemplo si recomienda que a formación y méritos similares sea elegida para el desempleo de un puesto o función una persona del sexo femenino, si se da el caso de que las mujeres tengan bajos niveles de presencia en esa determinada rama de la actividad.

Con todo, tanto la «discriminación positiva» como la paridad comprometen una visión de la justicia política y social que busca el maximin de entrada, pero también en los resultados finales, promoviendo la igualdad de oportunidades y la nivelación de logros. Ambas son imprescindibles para intentar realizar en la medida de lo posible la idea democrática de igualdad, que, sin unos mínimos básicos asegurados para todos, convertiría a la libertad en una ficción.»


«El uso del mismo sistema con el que opera la «discriminación positiva» -las cuotas- no nos debe confundir sobre lo divergente de ella que es el objetivo paridad. No se trata de implementar con un «plus» una desventaja de salida. La paridad actúa sobre individuos que tienen las mismas cualificaciones y a los que solamente el género separa.

Por ejemplo, es discriminación positiva que una minoría racial obtenga sus grados educativos obligatorios con solo acudir al aula, con relativa independencia de su desempeño en los exámenes; pero no lo es el impedir que una persona que cumple los requisitos no sea cooptada para determinado puesto únicamente porque es mujer.»


«En el ámbito público, donde la paridad está en trámite de ser admitida (aunque con las importantes cortapisas del consenso y la permanencia), ningún varón se opondrá frontalmente a una reivindicación o un planteamiento feminista. Pondrá a una mujer a que lo haga. Y la escogida para tan ruin oficio generalmente esperará un pago por la faena de aliño que tenga que ejercer.»


«La agenda feminista es ahora global. En cada parte del planeta está abierta por páginas distintas, pero está abierta- En algunos lugares todavía la agenda de la primera ola, la libertad en la elección de estado y la educación elemental, es la prioritaria; en otros, es la de la segunda ola: la plenitud de los derechos educativos y políticos. Por último, y en los países de cabecera, la agenda de la tercera ola, de los derechos sexuales-reproductivos y la paridad, es la agenda viva y abierta. Todas sus páginas remiten al mismo marco interpretativo: la igualdad en la ciudadanía y el disfrute de las libertades. Tales vindicaciones y las victorias que de ellas se han derivado y todavía se derivan, no pueden hacerse sin utilizar una argumentación universalista: el universalismo es el fundamento esencial del feminismo.»


«Género, como ya he argumentado, es una categoría analítica, no moral ni política. En todo el planeta tierra la gente sufre y realiza violencia una sobre otra. Las mujeres tienen el dudoso triunfo de soportar un índice muy elevado de violencia justo por una razón que no pueden cambiar: porque son mujeres.

Ser mujer no es una identidad que se escoja o que se pueda levantar. Y ha implicado y desgraciadamente todavía implica una sobrenormativa que puede ser puesta en ejercicio y demandada por recursos violentos aceptados por el grupo de referencia. Expresiones como violencia de género, encubren más que aclaran de qué violencia se trata, o sea, de qué género es la violencia de género.»


«Llamamos patriarcado a un tipo de esquema de poder universal y ancestral en el cual las mujeres han estado y están real y simbólicamente, bajo la autoridad masculina. Quizá debemos deshacernos de ciertos mitos intelectuales que se han depositado en nuestra cultura corriente: a propósito de la inversión del patriarcado, ha de decirse que para el patriarcado no existe un homólogo que sea el matriarcado. El matriarcado no ha existido nunca, excepto en la imaginación de literatos.»


«La violencia está en todas las creaciones que implican orden. Cuando un poder, sin embargo, ha logrado su objetivo de ser plenamente admitido, no necesita enseñar la violencia que tiene detrás y dentro; el poder entonces aparece naturalizado, admitido, es auctoritas. Se avala como inmanente y deja de mostrar su envés, su violencia; quizá el ejemplo más claro de auctoritas sea el poder religioso, aparentemente basado en la capacidad de convicción, pero todos conocemos los recursos violentos de las religiones. 

La violencia nunca desaparece, está larvada: se ejerce de un modo continuado en pequeñas dosis, simplemente para recordar el asunto. Cuando los estallidos de violencia se producen hay que buscar en la dinámicas del poder.»


«Las mujeres en este tipo de sistema están hipernormadas y comparten la norma. Cuando una norma es fuerte la gente la introyecta, es decir, no la siente como algo ajeno, sino que la acepta y la comparte. Quiero también con esto apuntar que el patriarcado tiene tantos valedores como valedoras: ningún sistema de poder puede cursar y desarrollarse sin la anuencia de los dominados. Las mujeres son, en un sistema sin fisuras, tan patriarcales como los varones, aunque ningún bien se les siga de su posición.

Solo cuando la libertad está presente entonces la norma que padecíamos nos puede empezar a parecer muy gravosa. O, dicho en otros términos, que -lo que es notable- para percibir lo injusta que es una situación hay que poder primero haberse separado relativamente de ella. Si no, simplemente la situación se vive como paisaje. Si le preguntáramos a alguien que estuvo en el fondo del mar cómo era aquello, nos dirá todo menos húmedo. El medio, lo más presente, la estructura profunda, no se percibe.»


«Para las jóvenes ahora, ser libres o creerse iguales, ambas cosas son de «sentido común» y ni siquiera imaginan que la situación pudiera ser distinta. Y esto ocurre porque los derechos no son solo algo que se tiene, sino en lo fundamental, nuevos espacios que se habitan. Vivimos dentro de ellos. Derechos y costumbres marcan las posibilidades de vida. Agrandan o empequeñecen nuestros mundos individuales, les dan forma. El avance de las mujeres, planetario, hacia su libertad, toma la forma de la vindicación de igualdad.»

SINOPSIS: «Feminismo en el mundo global», de Amelia Valcárcel.

«En grandes números, la globalización beneficia a las mujeres. Pero no todo es de color de rosa: la falencia de los estados nacionales, los fundamentalismos y las deslocalizaciones perjudican. Globalizada no está la atención médica, porque todavía más de medio millón de mujeres mueren en el parto al año, pero sí lo está el tráfico y la trata, que trafican con mujeres desde cualquier parte del planeta para ponerlas a disposición allí donde paguen por usarlas. Digamos que la agenda feminista está, además, abierta por páginas diferentes en cada lugar del mundo. Este libro se propone reflexionar sobre ello y dar alguna de las herramientas que permiten comprender el impulso de cambio que abrió la Modernidad y cómo actualmente se conjuga en los lugares más distantes y dispares. El feminismo nos conduce ahora de la supervivencia a la paridad, estamos en su «Tercera Ola». Seguimos en la punta de lanza de un movimiento mundial e irreversible por cuya agenda cruzan ahora buena parte de las tensiones civilizatorias.»

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