Zygmunt Bauman. Amor líquido.
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«En todo amor hay por lo menos dos seres, y cada uno de ellos es la gran incógnita de la ecuación del otro. Eso es lo que hace que el amor parezca un capricho del destino, ese inquietante y misterioso futuro, imposible de prever, de prevenir o conjurar, de apresurar o detener. Amar significa abrirle la puerta a ese destino, a la más sublime de las condiciones humanas en la que el miedo se funde con el gozo en una aleación indisoluble cuyos elementos ya no pueden separarse. Abrirse a ese destino significa, en última instancia dar libertad al ser: esa libertad que está encarnada en el Otro, el compañero en el amor.»
«Sin humildad y coraje no hay amor. Se requieren ambas cualidades, en cantidades enormes y constantemente renovadas, cada vez que uno entra en en un territorio inexplorado y sin mapas, y cuando se produce el amor entre dos o más seres humanos, estos se internan inevitablemente en un terreno desconocido.»
«La promesa de aprender el arte de amar es la promesa (falsa, engañosa, pero inspiradora del profundo deseo de que resulte verdadera) de lograr «experiencia en el amor» como si se tratara de cualquier otra mercancía. Seduce y atrae con su ostentación de esas características porque supone deseo sin espera, esfuerzo sin sudor y resultados sin esfuerzo.»
«El amor no encuentra su sentido en el ansia de cosas ya hechas, completas y terminadas, sino en el impulso a participar en la construcción de esas cosas. El amor está muy cercano a la trascendencia; es tan solo otro nombre del impulso creativo y, por lo tanto, está cargado de riesgos, ya que toda creación ignora siempre cuál será su producto final.»
«El deseo y el amor tienen propósitos opuestos. El amor es una red arrojada sobre la eternidad, el deseo es una estratagema para evitarse el trabajo de urdir esa red. Fiel a su naturaleza, el amor luchará por perpetuar el deseo. El deseo, por su parte, escapará de los grilletes del amor.»
«Tener hijos implica sopesar el bienestar de otro, más débil y dependiente, implica ir en contra de la propia comodidad. La autonomía de nuestras propias preferencias se ve comprometida una y otra vez, año tras año, diariamente. Uno podría volverse, horror de los horrores, alguien «dependiente». Tener hijos puede significar tener que reducir nuestras ambiciones profesionales, «sacrificar nuestra carrera», ya que los encargados de juzgar nuestro rendimiento profesional nos mirarían con recelo ante el menor signo de lealtades divididas. Lo que es más doloroso aún, tener hijos implica aceptar esa dependencia de lealtades divididas por un período de tiempo indefinido, y comprometerse irrevocablemente y con final abierto sin cláusula de «hasta nuevo aviso», un tipo de obligación que va en contra del germen mismo de la moderna política de vida líquida y que la mayoría de las personas evitan celosamente en todo otro aspecto de sus vidas.»
«Pareciera ser que el logro fundamental de la proximidad virtual es haber diferenciado a las comunicaciones de las relaciones. A diferencia de la antigua proximidad topográfica, no requiere lazos preestablecidos ni los genera necesariamente. «Estar conectado» es más económico que «estar relacionado», pero también bastante menos provechoso en la construcción de vínculos y su conservación.»
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«Sería tonto e irresponsable culpar a los artefactos electrónicos por el lento pero constante retroceso de la proximidad personal, de la contigüidad directa y cara a cara, multifacética y multipropósito. Sin embargo, la proximidad virtual se jacta de tener ciertas características que en un moderno mundo líquido resultan sin duda ventajosas, y que no pueden obtenerse en un marco de cercanía no virtual del tipo téte-à-téte. No es extraño , entonces, que la proximidad virtual sea la opción de elección, practicada con mayor celo y abandono que cualquier otra clase de cercanía. La soledad detrás de la puerta cerrada de una habitación particular y con un teléfono celular a mano es una situación más segura y menos riesgosa que compartir el terreno común del ámbito doméstico.»
«Cuanto más atención y esfuerzo de aprendizaje consumen la proximidad de tipo virtual, menos tiempo se dedica a la adquisición y ejercicio de las habilidades que la proximidad no-virtual requiere. Tales habilidades caen en desuso: son evitadas, olvidadas o directamente jamás aprendidas, o se recurre a ellas cuando no queda más remedio y a regañadientes. El despliegue eventual de tales facultades puede representar un desafío sumamente incómodo e incluso insalvable, lo que no hace más que convertir a la proximidad virtual en una opción más tentadora, Una vez encarado, el pasaje de la proximidad no-virtual a la de tipo virtual toma velocidad propia. Parece autoperpetuarse; también se autoacelera.»
«Por otra parte, el amor es el anhelo de querer y preservar el objeto querido. Un impulso centrífugo, a diferencia del centrípeto deseo. Un impulso a la expansión, a ir más allá, a extenderse hacia lo que está «allá afuera». A ingerir, absorber y asimilar al sujeto en el objeto, y no a la inversa como en el caso del deseo. El deseo es ampliar el mundo: cada adición es la huella viva del yo amante; en el amor el yo es gradualmente transplantado al mundo. El yo amante se expande entregándose al objeto amado. El amor es la supervivencia del yo a través de la alteridad del yo. Y por eso, el amor implica el impulso de proteger, de nutrir, de dar refugio, y también de acariciar y mimar, o de proteger celosamente, cercar, encarcelar. Amar significa estar al servicio, estar a disposición, esperando órdenes, pero también puede significar la expropiación y confiscación de toda responsabilidad. Dominio a través de la entrega, sacrificio que paga con engrandecimiento. El amor y el ansia de poder son gemelos siameses: ninguno de los dos podría sobrevivir a la separación.»
«La mayoría de nosotros coincidiría en que el sufrimiento sin sentido y el dolor inflingido insensatamente no pueden tener excusa y no serían defendibles ante ningún tribunal, pero menos están dispuestos a admitir que matar de hambre o causar la muerte a un solo ser humano no es ni puede ser «un precio que valga la pena pagar», por «sensata» o incluso noble que pueda ser la causa por la que se paga. El precio no puede ser nunca la humillación o la negación de la dignidad humana.
No se trata tan solo de que la vida digna y el respeto debido a la humanidad de cada ser humano se combinan para constituir un valor supremo que no puede ser superado ni compensado por cualquier volumen ni cantidad de otros valores, sino que todos los otros valores solamente son valores en cuanto sirven a la dignidad humana y promueven su causa. Todas las cosas valiosas de la vida humana son tan solo vales de compra para ese valor que hace que la vida sea digna de ser vivida. Quien busque la supervivencia asesinando la humanidad de otro ser humano solo consigue sobrevivir a la muerte de su propia humanidad.
La negación de la dignidad humana desacredita el valor de cualquier causa que necesite de esa negación para confirmarse. Y el sufrimiento de un solo niño desacredita ese valor tan radical y completamente como el sufrimiento de millones.»
«La necesidad de moralidad (una expresión que es un oxímoron: cualquier cosa que responda a una «necesidad» no es de por sí la moralidad), o tan solo «la conveniencia de la moralidad», no puede ser establecida y menos aún comprobada discursivamente. La moralidad no es más que una manifestación innata de la humanidad, no «sirve» a ningún «propósito» y, por cierto, no está guiada por la expectativa de ningún provecho, comodidad, gloria o elevación. Es cierto que muchas veces se han hecho buenas acciones -serviciales y eficaces- a partir de que los benefactores han calculado a partir de ellas algún provecho, ya sea ganar la gracia divina, comprar la estima pública o asegurarse la absolución de gestos despiadados cometidos en otras oportunidades; sin embargo, no pueden calificarse de genuinos actos morales precisamente a causa de haber tenido esa clase de motivaciones.»
SINOPSIS: «Amor líquido», de Zygmunt Bauman.
«Amor líquido continúa el certero análisis de Zygmunt Bauman de la sociedad en el mundo globalizado y se centra, en esta ocasión, en el amor. Nos habla del miedo a establecer relaciones duraderas más allá de las meras conexiones; de la solidaridad, que parece depender de los beneficios que genera; del amor al prójimo, uno de los fundamentos de la vida civilizada y de la moral; y de los diversos proyectos para «deshumanizar» a los refugiados, a los marginados, a los pobres.
En Amor líquido, Zygmunt Bauman, a través de una de las reflexiones más audaces y originales de nuestro tiempo, revela las injusticias y las angustias de la modernidad. Pero no es absolutamente pesimista, también expresa su esperanza en el hombre, convencido de que es posible superar los problemas que plantea la moderna sociedad líquida.»
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