Genevieve Lloyd. El hombre y la Razón.
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«Descartes considera que su método abre el camino a un nuevo igualitarismo en el conocimiento. En una carta escrita poco tiempo después de la publicación del Discurso del método, comenta que sus pensamientos sobre el método le parecen apropiados para incluirlos en un libro del que desea que «incluso las mujeres» puedan comprender algo. Desde nuestra perspectiva, este tono puede sonar condescendiente, pero la observación debe interpretarse en el contexto de las asociaciones entre las versiones renacentistas anteriores del método y los procedimientos pedagógicos. En líneas generales, solo los chicos recibían una educación formal sistemática fuera del hogar. La exclusión de las mujeres del método fue una consecuencia directa de su exclusión de las escuelas en las que este se aplicaba. Las intenciones igualitaristas de Descartes también aparecen en su insistencia por escribir el Discurso del método en lengua vernácula en vez de en latín, la lengua docta de las escuelas. Descartes subraya que la obra va dirigida «a cuantos son virtuosos efectivamente y no por apariencia falsa y mera opinión».
El planteamiento es político y al mismo tiempo práctico. La utilización del latín era, por muchos motivos, el sello que distinguía a los instruidos. Las mujeres, educadas mayormente en casa y no en las escuelas, no tenían acceso directo al mundo instruido, latinoparlante. La enseñanza del latín a los niños marcaba por lo tanto los límites entre el mundo privado de la familia, en el que se utilizaba la lengua vernácula, y el mundo público del aprendizaje, al que tenían acceso los varones. La accesibilidad del nuevo método, incluso para las mujeres, constituía un poderoso símbolo de la transformación que marcó la relación entre el método y el razonamiento individual autónomo.»
«Las asociaciones entre masculinidad y determinación o definición clara persistieron en las articulaciones de la distinción entre forma y materia del pensamiento filosófico griego posterior. La masculinidad se equiparaba a la forma activa, determinada; la feminidad, a la materia pasiva, indeterminada. El escenario para tales alineamientos lo proporcionaba la interpretación griega tradicional de la reproducción sexual, en la cual el padre aportaba el principio formativo, la verdadera fuerza causal de la generación, mientras que la madre solo proporcionaba la materia que recibía la forma o determinación y alimentaba lo que había sido producido por el padre.»
«Los filósofos han definido su actividad en términos de la búsqueda de la Razón, libre de los efectos condicionantes de las circunstancias históricas y las estructuras sociales. Pero, a pesar de su proclamada trascendencia de este tipo de contingencias, la Filosofía se ha visto profundamente marcada por la organización social de la diferencia sexual, al tiempo que la ha marcado no menos profundamente. Es ahora cuando se están haciendo patentes las dimensiones plenas de la condición masculina del pasado de la Filosofía.
A pesar de sus aspiraciones a la verdad atemporal, la Historia de la Filosofía refleja los intereses y autopercepciones característicos del tipo de personas que han tenido acceso en todo momento a la actividad. Los filósofos, en distintos periodos, han sido clérigos, hombres de letras o catedráticos de universidad. Pero hay una cosa que han tenido en común a lo largo de la historia de la actividad: han sido predominantemente varones; y la ausencia de mujeres en la tradición filosófica ha significado que la conceptualización de la Razón la han llevado a cabo exclusivamente hombres.
No es de sorprender que los resultados reflejen su percepción de la Filosofía como un actividad masculina. Por supuesto han existido mujeres filósofas a lo largo de toda la tradición occidental. Pero, al igual que las mujeres de Razón de Filón o de San Agustín, han sido filósofas a pesar de, más que gracias a, su condición femenina; no ha habido participación de las mujeres en la formación de los ideales de Razón.»
«¿A qué equivale exactamente la «masculinidad» de la Razón? Está claro que lo que nos encontramos en la historia del pensamiento filosófico no es una mera sucesión de actitudes superficialmente misóginas que ahora podemos desechar, dejando al mismo tiempo intactas las estructuras más profundas de nuestros ideales de Razón. Lo que está en juego es más que el hecho de que los filósofos del pasado creyeran que el carácter femenino tenía sus imperfecciones. Muchos de ellos de hecho pensaban que las mujeres son menos racionales que los hombres; y formularon sus ideales de racionalidad partiendo de unos paradigmas masculinos. Pero la masculinidad de la Razón va más allá de esto.
Nuestras ideas y nuestros ideales de masculinidad y de feminidad se han conformado en el marco de unas estructuras de dominio: de la superioridad y la inferioridad, de las «normas» y la «diferencia», de lo «positivo» y lo «negativo», de lo «esencial» y lo «complementario». Y la propia distinción entre lo masculino y lo femenino ha actuado no como un simple principio descriptivo de clasificación, sino como la expresión de unos valores.»
«Resaltar la distinción masculino-femenino en relación con los textos filosóficos no supone distorsionar la Historia de la Filosofía. Sin embargo, sí requiere tomarse en serio la distancia temporal que nos separa de los pensadores del pasado. Tomarse en serio dicha distancia temporal requiere por supuesto también que no perdamos de vista lo que los propios pensadores consideraban fundamental en sus proyectos.
Este ejercicio implica, por un lado, una tensión constante entre la necesidad de confrontar los ideales pasados con perspectivas actuales y, por otro, una exigencia no menos grande de presentar con honestidad lo que los autores consideraban que estaban haciendo. Una resolución constructiva de las tensiones entre el feminismo contemporáneo y la Filosofía del pasado exige que hagamos justicia a ambas exigencias.»
SINOPSIS: «El hombre y la Razón», de Genevieve Lloyd.
«Esta obra de la pensadora australiana Genevieve Lloyd es considerada un clásico del feminismo filosófico. Traducida por primera vez al castellano, es de lectura indispensable para quienes estudian Filosofía o, igualmente, para quienes se interesan por la impronta que el androcentrismo ha dejado en la cultura que hemos heredado. Un repaso breve de los escritos de Platón, Aristóteles, Filón de Alejandría, san Agustín, santo Tomás de Aquino, Bacon, Descartes, Hume, Rousseau, Kant, Hegel, Sartre y Simone de Beauvoir, entre otros, permite a la autora mostrar la dinámica de los símbolos de la masculinidad y la feminidad en la tradición filosófica. Pero, distanciándose de algunas críticas feministas a la razón que terminarían perpetuando la carga simbólica que es necesario superar, Lloyd aclara: «La afirmación de que la Razón es masculina no requiere en absoluto apelar al relativismo sexual sobre la verdad, ni sugerir que los principios del pensamiento lógico válidos para los hombres no lo son también para las pensadoras».
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