Autobiografía de Quincy Jones. Quincy Delight Jones Jr.

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«El jazz me condicionó para no ser rígido de pensamiento, para tener siempre la mente abierta. En la vida hay que improvisar. Por eso, cuando la gente dice que le he dado la espalda al jazz, no puede estar más lejos de la verdad. El jazz determina cómo tratas con la gente, cómo quieres a la gente, va de libertad, de imaginación, de ser capaz de reaccionar rápido. Es una manera de ver el mundo totalmente flexible y democrática. Todo esto me ha moldeado como empresario e influye en mi manera de tratar con los otros, pero también conmigo mismo.»


«Tener una carrera profesional y desarrollar el sentido para los negocios es un proceso acumulativo. Cuando estás metido en ellos, siempre lo estropeas. Un paso sigue al otro: unas veces ganas, otras la pifias. Pero, pasado un tiempo, y a una cierta edad, «estropearlo» se transforma en ganar «experiencia». Cuantas más oportunidades tengas de ganar, perder, o empatar, eso es experiencia. No se aprende tanto si solamente ganas, o si solo juegas sobre seguro.»


«Nunca aprendí a conducir. Lo intenté, pero no me concentraba en lo que debía. Una vez me matriculé en una autoescuela. Conseguí incluso conducir desde mi casa hasta los estudios de MGM en Culver City, pero en cuanto me ponía a pensar en otras historias, intentaba parar frente al semáforo a tiempo con la melodía que me rondara por la sesera y me subía, sin remedio, al bordillo cada vez que doblaba una esquina. De aparcar, ya ni os cuento. Al final, el monitor me devolvió el dinero y me dijo, «Déjalo correr: un loco menos en la carretera». Y eso hice.»


«Hacer bandas sonoras para televisión puede ser una de las cosas más estresantes de la profesión de músico, y el caso de Ironside fue especialmente duro, con persecuciones de coches, escenas de amor, todo tipo de cambios de ultima hora. Cuando empecé a componer para una orquesta de cuarenta y cuatro instrumentos, llenaba pentagramas de semicorcheas y fusas, todo lo que me venía a la cabeza. Henry Mancini y/o Benny Carter se pasaban a veces por allí, y cuando veían mis papeles, decían: «¿Estás loco? Escribes cuarenta y cuatro minutos de música a la semana como si fuera para un largometraje. Esto es la tele, Q, utiliza redondas, pasajes largos con la cuerda y el viento. Deja que un instrumento solista, o la sección rítmica o el bajista, bailen encima de esa base. No intentes componer un Pájaro de fuego para cada episodio o no vivirás para contarlo». Al final capté el mensaje, pero aun así era un trabajo extenuante.»


«Michael [Jackson] y yo corrimos muchas aventuras juntos, pero el éxito puede ser tan difícil de gestionar como su opuesto. Yo creo que al éxito hay que mirarlo a la cara; pero si uno empieza a engullir los elogios y la adulación, cuando luego te dicen que eres una mierda, hay que tragárselo también. Todo ello encierra una peligrosa trampa, y saber cómo encajarlo es una auténtica proeza psicológica. Hace falta una gran fortaleza espiritual para surcar esas aguas traicioneras y salir indemne.

Nadie, absolutamente nadie, permanece siempre en la cima. Es algo que he podido comprobar a lo largo de los años. He trabajado con los mejores y nunca intenté perseguir la fama. Uno se topa con ella, así de simple. Disfruté de las mismas cosas buenas que Sinatra o que Basie y Smelly, pero sin las complicaciones que conlleva. Cuando la fama te alcanza, más te vale estar preparado. Luego, cuando llueve, a mojarse y punto.»


«La música negra siempre ha tenido que inventarse su propia sociedad, una subcultura para ayudar a sobrevivir a los marginados, tanto  en lo psicológico como en lo espiritual. Ideamos un argot, un lenguaje corporal, una sensibilidad, una ideología y un estilo de vida propios para que combinaran con la música. Después del bebop ninguna música se ha apoderado de toda una cultura como lo ha hecho el hip hop: está por todas partes. Como los demás géneros nuevos, el hip hop surgió de la calle y, en consonancia con la tradición de la música africana como fuerza vital -en contraposición al virtuosismo de la música de concierto occidental-, es formalmente tan poderoso, a su manera, como cualquiera de sus predecesores.»


«Durante una de las clases particulares con Nadia Boulanger, le hablé de mi experiencia con Frank, de su estilo y su musicalidad, de su economía de medios, de cómo empleaba la voz como instrumento para expresar todo tipo de matices melódicos, de su manera coloquial de abordar las letras. Nadia me confesó que no sabía absolutamente nada de Sinatra, pero aprobó sin reservas lo que yo le contaba sobre su manera de enfocar la música. «Sensación, sentimiento, convicción, vínculo y conocimiento», dijo. «Eso es lo que todo artista lucha por alcanzar. El tipo de música es irrelevante cuando uno tiene como objetivo esas cinco cualidades».


Me encantaba charlar de música con ella. Nos sentábamos en el acogedor salón de Fontainebleau, su residencia de verano en la American School of Music, y Nadia se pasaba horas hablando de música. Ni lápiz ni pentagrama. No era una clase, era puro conocimiento. Nadia admiraba el jazz. Yo quería aprender a componer sinfonías, pero ella lo desechó de plano. «Tú llevas dentro algo único e importante. Dedícate a explotar esa veta que ya tienes».»


«Debo decir también que siempre he intentado hacer lo posible por no decepcionar a quienes habían depositado en mí su confianza. Es inevitable que surjan dificultades, son gajes del oficio. Pero no hay que dejar que el sufrimiento defina la experiencia vital de cada uno, ni hay que pasar a otros la patata caliente porque a uno le quemen los dejos. Se aprende y se madura con la dificultades; uno enseña al dolor a cantar. Uno deja que la luz destiña la oscuridad.»

SINOPSIS: «Autobiografía de Quincy Jones», de Quincy Delight Jones Jr.

«Dos decenios hubo que aguardar para deleitarnos con la épica y monumental ―de necesidad―autobiografía de Quincy Jones: Q, el proteico y excesivo portento que diera forma y sustancia a la música estadounidense desde los prolegómenos del bebophasta la eclosión del hip hop. Ahí es nada… Dotado como pocos, currante y tunante por igual ―mas inasequible siempre al desaliento―, Quincy Jones, leyenda viva de la música popular afroamericana, encontraría su verdadera vocación como compositor y arreglista, emprendiendo una carrera entre cuyos más destacados lances sobresaldrían la concepción, producción y realización de sus memorables álbumes para Frank Sinatra, Ray Charles, Dinah Washington, Sarah Vaughany Count Basie; además de incontables partituras para bandas sonoras de películas y programas de televisión; mas también la producción del álbum más vendido de todos los tiempos, Thriller, de Michael Jackson; y sin descuidar, por ello, sus propias composiciones ni sus igualmente encomiables aventuras empresariales y humanitarias. Cuéntase aquí, sin tapujo que valga, cómo desde su azarosa infancia en el South Sidede Chicago fue inadvertidamente cayendo presa de tan fatídico interés por la música y cómo, ya en el umbral de su adolescencia, encuentra la iluminación en Seattle gracias a tan temprana e irreprimible pasión. A sus primerizas andanzas como trompetista, escoltando, entre muchas otras estrellas, a Billie Holiday, y a sus no menos legendarias correrías por medio mundo con la banda de Lionel Hampton, seguirá la consolidación de una carrera que abarcará, prácticamente, todo el espectro de la música popular estadounidense, y cuyos logros le han reportado la increíble cantidad de setenta y seis nominaciones a los Grammy. Hito solo comparable al protagonizado por el propio Q en sus demás facetas como ejecutivo musical, cazatalentos, productor de cine y televisión e infatigable empresario; acaso uno de las más importantes figuras empresariales de la comunidad afroamericana estadounidense. Q es, en suma, el deslumbrante autorretrato de uno de los más grandes creadores de la cultura estadounidense contemporánea, tipazo cuya singladura vital vertebra una de las grandes historias de éxito de nuestro tiempo.»

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