Alexandre Kojève. La noción de Autoridad.
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«La dominación nace de la lucha a muerte por el «reconocimiento». Ambos adversarios se fijan un objetivo esencialmente humano, no animal, no biológico: el de ser «reconocidos» en su realidad o dignidad humanas. Pero el futuro Amo afronta la prueba de la Lucha y el Riesgo, mientras que el futuro Esclavo no llega a dominar su miedo (su miedo animal, a la muerte). Por lo tanto, cede, se da por vencido, reconoce la superioridad del vencedor y se somete a él como el Esclavo a su Amo. Y así nace la autoridad absoluta del Amo en sus relaciones con su Esclavo. Entonces: el Amo supera lo animal que hay en él (y que se manifiesta mediante el instinto de conservación) y lo subordina a lo específicamente humano en su interior (ese elemento humano que se manifiesta mediante el deseo de «reconocimiento», mediante la «vanidad», que está desprovista de cualquier valor biológico, »vital»). Por el contrario, el Esclavo subordina lo humano a lo natural, a lo animal. Se puede decir, en consecuencia, que la Autoridad del Amo sobre el Esclavo es análoga a la Autoridad del hombre sobre el animal y sobre la naturaleza en general, con la diferencia de que el «animal» es consciente de su inferioridad y la acepta libremente. Y es por ello que existe ahí Autoridad: el Esclavo renuncia consciente y voluntariamente a su posibilidad de reaccionar contra la acción del Amo; lo hace porque sabe que esa reacción implica arriesgar su vida y porque no quiere aceptar ese riesgo.»
«Se puede entonces decir que la génesis de la Autoridad es la génesis de su «reconocimiento» por parte de quienes la van a experimentar. Y es precisamente por eso que se puede decir -pues es lo mismo- que la Autoridad se impone por sí misma a quienes la experimentan: o bien no existe Autoridad en absoluto, o bien es «reconocida» por el mero hecho de su existencia. Autoridad y «reconocimiento» de la Autoridad no son más que una sola cosa. Pero es posible distinguir entre ese «reconocimiento» (de la Autoridad) y lo que podríamos llamar su manifestación. Esta no sólo es un «signo exterior de respeto», etc., sino también la forma exterior del propio «acto de reconocimiento».
Por ejemplo: alguien propone un «proyecto» y, en consecuencia, es «elegido» Jefe; es su proyecto lo que ha engendrado su Autoridad de Jefe, y no la «elección» por parte de los demás; no tiene Autoridad por haber sido elegido; ha sido elegido porque ya gozaba de la Autoridad nacida de su «proyecto»; la elección solo es la «manifestación», el «signo exterior» de su Autoridad, engendrada espontáneamente (es decir, por el acto de «reconocimiento» de su Autoridad).
De manera general, la Autoridad (y su «reconocimiento») nace (espontáneamente) en el «candidato» antes de su elección, la cual tiene lugar más tarde y es solo una (primera) manifestación de esa Autoridad ya existente (es decir, «reconocida»); del mismo modo, la no elección de un «candidato» no hace más que manifestar su falta de Autoridad.»
«De hecho, si se puede hablar de una Autoridad de la Mayoría, se puede hablar también de una Autoridad de la Minoría. Sin duda, la primera parece ser más obvia: se observan constantemente casos de sometimiento (consciente y voluntario) a los actos de la Mayoría únicamente porque se trata de la Mayoría. Y hay una variante bien conocida de su Autoridad: la Autoridad de la «opinión pública», del «qué dirán», el deseo de no «hacerse notar» de «actuar como todo el mundo», etc. Sin embargo, no debemos descuidar los casos contrarios.
Existe lo que podríamos llamar la Autoridad de lo «original» sobre lo «trivial»; tenemos asimismo el matiz peyorativo de expresiones como «gran masa», «multitud», «populacho», «hombre medio», etc. Y está también el fenómeno universalmente difundido que recibe el nombre de «esnobismo». El «esnob» es un hombre que se imagina «original», con «personalidad», etc., pero que de hecho es esclavo de una Autoridad (no menos que el «pequeño burgués»), del «qué dirán»; simplemente reconoce la Autoridad de lo que él cree que es la «élite», asumiendo de manera tácita que ésta es necesariamente una Minoría. Por lo tanto, estaríamos tentados de decir que hay casos (el «esnobismo», por ejemplo) donde la Minoría ejerce una Autoridad sui generis por el solo hecho de ser una Minoría, del mismo modo que hay casos (un consejo o una asamblea, por ejemplo) en los que la Mayoría ejerce una Autoridad en cuanto a Mayoría.»
«Dado que (en caso de igualdad «cualitativa») la mayoría es necesariamente más fuerte que la minoría, esta por lo general lo sabe y renuncia conscientemente a cualquier «reacción», que de antemano estaría condenada al fracaso, y por eso la mayoría no tiene generalmente necesidad de emplear la fuerza o la violencia. Tal renuncia consciente a la «reacción», por parte de la minoría, produce al mismo tiempo la ilusión de una «autoridad» sui generis de la mayoría. Pero solo es una ilusión, pues esa renuncia consciente no puede ser calificada como voluntaria. De manera general, el fuerte puede casi siempre imponerse sin emplear efectivamente su fuerza, ya que la sola amenaza basta para provocar una renuncia a todo intento de reaccionar; pero tal renuncia a la «reacción» nada tiene que ver con el reconocimiento de una autoridad. Si un campeón de boxeo me dice que salga de un café, lo hago sin «rea accionar», pero no ciertamente porque a mis ojos tenga Autoridad.»
«Cuando se habla de «elección» y de «nominación», se tiene la sensación de estar empleando dos categorías políticas distintas. De hecho, existe una diferencia esencial, y la podemos mostrar definiendo esas nociones del siguiente modo: hay transmisión de la Autoridad por nombramiento cuando el candidato a ella es designado por quien o quienes poseen por sí mismos Autoridad, y una Autoridad del mismo tipo (por ejemplo, cuando un Jefe es nombrado por un Jefe); hay transmisión por elección cuando el candidato es designado por quien o quienes no tienen ninguna Autoridad o tienen una Autoridad de otro tipo (por ejemplo, cuando un Juez es nombrado por un Jefe). En efecto, en el segundo caso hay verdaderamente una elección, es decir, se escoge (al mejor), puesto que el candidato no puede extraer su Autoridad de quien lo ha elegido, visto que este no la tiene y, por tanto, dicho candidato debe su Autoridad solo a sí mismo (la elección no hace más que revelar su «valor», es decir, precisamente su Autoridad); en el primer caso, por el contrario, el candidato puede ser en principio cualquiera, dado que extrae su Autoridad de quien lo ha elegido (este puede transmitirle su «virtud», por ejemplo, en forma de directrices, consejos, educación, etc.).»
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«Lo Eterno tan solo tiene una Autoridad propiamente dicha en relación con las acciones humanas, en la medida en que anula algunas de ellas, a saber, las que tienen el carácter de «reacciones» contra la intervención activa del elemento Eternidad. Así pues, no es la Eternidad en cuanto tal la que tiene Autoridad: la tienen las acciones de carácter Eterno. Ahora bien, una acción es «eterna» cuando está «fuera» del tiempo (es decir, cuando es independiente de las condiciones creadas por el Pasado, el Presente o el Futuro), o cuando es en «todo momento» (es decir, en el Presente, el Pasado y el Futuro).
Pero esto es precisamente lo que caracteriza la acción «justa»: esa acción (el juicio «justo», por ejemplo) está fuera del tiempo porque no es una función nivel «interés» del momento, ni de los «sesgos» dictados por el Pasado ni, finalmente, de los «deseos» anclados en el Futuro; y es de «todo el tiempo», porque, al ser justa, sigue siéndolo «eternamente», y porque puede aplicarse de forma indefinida (en cuanto «juicio») tanto el Presente como al Pasado y el Futuro. Y si la Eternidad, al ser la negación de los modos particulares del tiempo, puede ser considerada como la totalidad o la integración de estos últimos, entonces la Autoridad de Juez ( la «justicia») puede interpretarse también como una «integración» de las otras tres; estas últimas no pueden formar una unidad armónica, o incluso estable o «eterna», más que a condición de subordinarse en bloque a la Autoridad de Juez o a la «justicia».
Se puede decir por tanto que si la eternidad solo se ‘ manifiesta’ bajo la forma de una ‘ autoridad’ en la medida en que se realiza en el mundo en cuanto justicia, entonces la autoridad de juez, por su parte, sólo haya fundamento metafísico en la ‘ penetración’ de la eternidad en el tiempo, siempre que tal ‘ penetración’ tenga por ‘ efecto’ tanto la ‘ duración’ como la ‘ unidad’ de este último. la eternidad, en su Relación con el tiempo, es entonces la base metafísica de la autoridad de juez.»
«Veamos primero el Pasado. No es él en cuanto tal que tiene Autoridad: la naturaleza es más antigua que el hombre; la edad de una piedra puede ser muy «venerable». Sin embargo, no hay Autoridad en estos casos. El Pasado que ejerce una Autoridad sobre mí es un pasado histórico; es mi Pasado, es decir, el Pasado que es la «causa» de mi Presente y la «base» de mi Futuro; es el Pasado el que determina el Presente en vista del Futuro. Dicho de otro modo, el Pasado solo adquiere Autoridad en la medida en que se presenta bajo forma de una «tradición». Ahora bien, hemos visto que la Autoridad de Padre es precisamente la Autoridad de la «causa» histórica o de «la tradición». Se puede entonces decir que el tiempo (en el modo del Pasado) se «manifiesta» bajo forma «autoritaria» en cuanto Autoridad de Padre, y que esta última tiene su fundamento metafísico en la «presencia» del Pasado en el Presente, es decir, en toda realidad que forma parte de un mundo temporal.
Pasemos al Futuro. Tampoco el Futuro puro y simple tiene autoridad alguna; toda cosa tiene un porvenir ante sí, y esto no aumenta en modo alguno su prestigio. El Futuro solo ejerce una Autoridad en la medida en que es mi Futuro, el porvenir histórico, el que determina el Presente (o se considera que lo determina) mientras mantiene sus lazos con el Pasado. Dicho de otro modo, el Futuro solo ejerce una Autoridad en la medida en que se «manifiesta» bajo forma de proyecto (concebido en el Presente y en vista del Futuro, sobre la base de los conocimientos del Pasado). Ahora bien, la Autoridad del «proyecto» no es otra que la de Jefe. Se puede decir entonces que el futuro se «manifiesta» bajo forma «autoritaria», en cuanto Autoridad de Jefe, la cual tiene por base metafísica la «presencia» virtual del Futuro en todo lo que es un Presente (humano, esto es, histórico), es decir, una realidad temporal (histórica, se entiende).
Pero lo inexistente en el mundo temporal es lo que ya no existe, o bien lo que aún no existe: es el Pasado o el Futuro. Se constata pues una «presencia real» del Pasado y del Futuro en el Presente que tiene Autoridad: es un Presente que ha nacido del Pasado y que está preñado de Futuro. Ahora bien, tal Presente (humano o «histórico») no es más que la acción en el sentido fuerte de la expresión, la acción que realiza en el Presente tanto la memoria del Pasado como el proyecto de Futuro. Pero la acción se opone al ser. Y esta oposición se realiza y se «manifiesta» en y por (o, si se prefiere, en cuanto) transformación del ser por la acción, la cual, en última instancia, es una destrucción activa del ser. No obstante, el «riesgo» que engendra la Autoridad de Amo es precisamente tal acción, en el sentido propio de la palabra, una acción que se opone al ser del Amo (su vida), que lo pone en peligro y puede, llegado el caso, aniquilarlo por completo. Y toda actividad de Amo (basada en ese «riesgo») es una realización y «manifestación» del Pasado y del Futuro en el Presente, una acción en el sentido propio de la palabra.
Ahora bien, la acción es una «manifestación» del tiempo en el modo del Presente. Se puede entonces decir que el presente (del mundo histórico) es la base metafísica de la Autoridad de Amo, y que dicho presente solo se «manifiesta» bajo una forma «autoritaria» en la medida en que se realiza como acción propiamente dicha, acción que no se detiene ante el riesgo de una destrucción total del ser que le sirve de soporte. (La Autoridad de la «necesidad del momento», opuesta a la del «sueño de futuro» y a la «salvaguardia del pasado», es a fin de cuentas la Autoridad de las necesidades de la guerra o, de manera general, de los riesgos vitales que comporta la penetración del Pasado de una nación en un Futuro a través de su Presente. La Autoridad de Amo no es pues tan solo la del guerrero. De manera general, es la Autoridad de quien (en todos los dominios) está «preparado para correr el riesgo», «saber actuar», es «capaz de tomar una decisión (proyecto)», se «pone en marcha», etc.,; en suma, la Autoridad de quien sin embargo no es siempre «razonable» y «prudente».»
«En términos metafísicos, el «poder» legislativo, que (en la medida en que no es pura fuerza) consiste en la Autoridad de Jefe, representa el aspecto «autoritario» de la existencia del Futuro, mientras que el «poder» ejecutivo, que realiza la Autoridad de Amo, representa el Presente. Ahora bien, el Futuro, separado del Presente, es una pura abstracción privada de toda «sustancia» metafísica. Y esto, en el plano de la existencia humana y política, se traduce en el hecho de que la Autoridad de Jefe, aislada de la de Amo, adopta un carácter «utópico»: la legislación, separada de la ejecución, construye una «utopía» sin vínculo con el Presente (es decir, con la realidad), una utopía que, en consecuencia, no llega a realizarse (es decir, a mantenerse en el Presente) y conduce a la ruinas de la Autoridad que la produjo y, con ella, del propio Estado bajo su forma «separada».
En cuanto al Presente, se «deshumaniza» en la medida en que se separa del Futuro. Lo cual, en el plano político, significa que el «poder» ejecutivo «separado» degenera en simple «administración» o «policía» (el «gobierno Gendarme»): se convierte en una pura «técnica», que sólo cuenta con lo que «es», es decir, con el dato «bruto». Ahora bien, el «dato bruto» no es más que el estado de las fuerzas presentes. Entonces, es la fuerza la que determina la acción del «poder» ejecutivo separado: se convierte en una «administración» o una «policía» de clase, como dicen los marxistas. Es decir, pierde su Autoridad política de Amo.
El Estado «separado» queda así anulado en cuanto Estado: por una parte, la Autoridad de Amo (poder ejecutivo), a la que se contempla como «separada» de las otras, es decir, con un «soporte» independiente, cesa por completo de existir; por otra parte, y por eso mismo, la Autoridad de Jefe (poder legislativo) es aniquilada en la utopía; la separación de los «poderes» legislativo y ejecutivo desemboca pues en la supresión de las Autoridades de Amo y de Jefe; la Autoridad política (de la que ha sido excluida de antemano la autoridad de Padre), es decir, la Autoridad del Estado, queda así reducida a una pura y simple Autoridad de Juez; y en esas condiciones, cabe preguntarse en qué medida hay todavía un Estado propiamente dicho.»
«El estudio teórico de la psicología de la Autoridad experimentada tiene, además de un interés intrínseco, un valor práctico incuestionable. En efecto, el conocimiento de esa psicología debe servir de base a toda «propaganda» o «demagogia» racional, es decir, verdaderamente eficaz. (Entendemos por demagogia la educación política del pueblo, es decir, una actividad pedagógica que se sirve de los medios provistos por los que hoy llamamos «propaganda»). Si sabemos qué siente el hombre común al someterse a una Autoridad -es decir, por eso mismo, qué espera de quiénes la ejercen-, es posible hacerle ver que efectivamente tiene ante si una Autoridad, y una ejercida «de forma correcta»; o al menos es posible hacerle creer que es así. E incluso se pueden (y se deben) corregir sus reacciones psicológicas, haciéndole experimentar efectivamente lo que se experimenta en el caso «normal» (incluso «moral») de la Autoridad «correctamente» ejercida y experimentada.»
«Generalmente, se escuchan quejas de que la Revolución Nacional aún no se ha realizado o efectuado. Pero una Revolución nunca se realiza. Y es que en la medida en que algo se realiza, ese algo deja de ser revolucionario. La revolución es siempre algo que está en camino de realizarse, que está en vías de ser. Y lo que está por realizarse mediante la acción negadora de lo que existe es, precisamente, la idea revolucionaria. Entonces, es preciso «quejarse» de la ausencia no de una realidad política nueva, sino de una idea revolucionaria. Y es por la elaboración de esa idea por donde hay que comenzar.»
«Una situación revolucionaria sólo se puede mantener con la condición de que se convierta en una acción revolucionaria. Y esta no es más que el proceso de realización de la idea revolucionaria. Sin idea, no hay acción revolucionaria propiamente dicha, esto es, no hay creación de una realidad política verdaderamente nueva. Pero un simulacro de idea puede engendrar un simulacro de acción revolucionaria, y esa actividad pseudorevolucionaria puede contribuir a mantener (durante cierto tiempo) la situación revolucionaria (sin la cual ninguna acción revolucionaria es verdaderamente posible). Para no volver a caer en la «inercia» (es decir, en la «prolongación automática» del Pasado inmediato, a través del Presente, en el Futuro), la nación debe al menos tener la impresión de actuar según una idea revolucionaria. Y es esa impresión la que debe producir la presencia del simulacro de la idea.»
SINOPSIS: «La noción de Autoridad», de Alexandre Kojève.
«Alexandre Kojève es una de las personalidades más fascinantes del siglo pasado. Nacido en Rusia, abandona el país tras la Revolución y, después de formarse en Alemania, se instala en Francia, donde en la década de los treinta impartirá un célebre seminario sobre Hegel que marcará el pensamiento francés del siglo XX y, tras la Segunda Guerra Mundial, desempeñará un papel esencial en la creación de la futura Unión Europea. Además, sus tesis sobre el fin de la historia y su debate con Leo Strauss ejercerán una enorme influencia en los EE UU.
La noción de Autoridad, escrita en 1942, cuando Francia ha sido derrotada por el nazismo y Kojève participa activamente en la Resistencia, es junto con la obra de Weber, Schmitt o Arendt uno de los textos esenciales en cualquier discusión sobre la soberanía y la autoridad política. Asimismo, representa una breve introducción a la filosofía del derecho de Kojève, y nos muestra cuáles eran sus intereses intelectuales justo antes de convertirse, como ya se ha dicho, en uno de los arquitectos de la reconstrucción de Europa y de la futura Unión Europea.»
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