Victoria Camps. El gobierno de las emociones.
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«De todos los sentimientos, el de la compasión y sus semejantes, como la amabilidad o la simple bondad, expresan mejor que ningún otro la dependencia intrínseca al ser humano. Si fuéramos capaces de concebirnos como seres dependientes, y no como seres autosuficientes -ha escrito MacIntyre-, tendríamos en nuestra forma de autoconcebirnos la base necesaria para la ética. De la misma opinión son los autores del bello libro On Kindness, para quienes dicha virtud no debe ser vista sólo como “la solución al problema de los otros”, sino como la expresión de la interdependencia esencial humana. La sociedad occidental moderna se resiste a esta verdad fundamental, al valorar por encima de todo la independencia. Necesitar a los demás es percibido como una debilidad. Sólo a niños pequeños, a los enfermos y a los muy ancianos se les permite la dependencia con respecto a los demás; para el resto, la autosuficiencia y la autonomía son las virtudes cardinales. La dependencia es despreciada incluso en las relaciones íntimas como si fuera incompatible con la confianza en uno mismo, en lugar de ser vista como lo único que la hace posible. El amante o el esposo ideal es un agente libre para quien el dar o recibir amor es una opción de usar y tirar; incluso en ese ámbito de deseos y anhelos intensos, es a fin de cuentas despreciable.»
«Uno de los ejemplos que Kant puso para explicar el imperativo categórico fue el del cumplimiento de las promesas. Cumplir la promesa dada es un deber moral porque, de lo contrario, la promesa carece de sentido. Quiere decir que es un deber moral porque, a su vez, es un requisito lógico. ¿Qué sentido tendría prometer si la promesa fuera siempre acompañada de la intención de no cumplir nada de lo prometido? El otro ejemplo de imperativo moral, también en Kant, es decir la verdad. Las razones son las mismas, por pura lógica, ya que mentir es transgredir el presupuesto básico de la comunicación que consiste en confiar en que el otro dirá la verdad y no se dedicará a mentir sistemáticamente.
Más aún, en “La paz perpetua”, Kant reformula el imperativo moral como el imperativo de la publicidad, que se enuncia así: “Son injustas todas las acciones que se refieren al derecho de otros hombres cuyos principios no soportan ser publicados”. Dicho en lenguaje llano: solo aquello que puede hacerse público es justo; lo que se reviste de opacidad no es de fiar. Pues bien, esos tres ejemplos kantianos ponen de manifiesto en qué cosiste la integridad moral y cuáles son las bases de la confianza. El que cumple las promesa, los pactos, los contratos, y que, por lo tanto, es sincero con los demás y, por lo mismo, es transparente en sus manifestaciones, ése merece toda la confianza.»
«Acabo con una cita de John Stuart Mill, el filósofo que mejor ha entendido la libertad como el intento de no sucumbir al despotismo de la costumbre y de la sociedad. Dice Mill: “Quien deja que el mundo -o el país donde vive- escoja por él su plan de vida no necesita de otra facultad que la de la imitación simiesca. En cambio, quien elige su propio plan pone en juego todas sus facultades”. El libro de Mill está precedido de un párrafo en el que su autor reconoce que sin el concurso y, sobre todo, inspiración de Harriet Taylor no hubiera llegado a la concepción de la libertad que defiende. Fue la relación afectiva e intelectual con una mujer que quiso ser libre lo que le enseñó que cualquier subordinación es una negación del respeto que uno se debe a sí mismo y que la libertad es una conquista del individuo.»
SINOPSIS: «El gobierno de las emociones», de Victoria Camps.
«¿Qué lugar ocupan la vergüenza, el miedo, la compasión, la confianza o la autoestima en la formación de la personalidad moral? ¿Nos gobiernan las emociones? ¿Son positivas para el discurso político? ¿Sería ética una soberanía del sentimiento? Victoria Camps lleva a cabo un estudio de las emociones para descubrirnos que los afectos no son contrarios a la racionalidad, sino que, por el contrario, sólo desde ellos se explica la motivación para actuar racionalmente. Sólo un conocimiento que armonice razón y sentimiento incita a asumir responsabilidades morales.»
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