Nikolaus Harnoncourt. La música es más que las palabras.

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«En mi opinión, desde hace por lo menos un siglo -o tal vez incluso dos- hay una tendencia creciente a pensar que la buena vida y la felicidad que está al alcance de los seres humanos son de naturaleza material. Éste es para mí el mayor error que pueden cometer los seres humanos. Las personas más felices que he conocido -y créame que han sido muchas- eran gente muy sencilla. Todavía no he encontrado a nadie a quien el hecho de heredar abundantes riquezas o cualquier otro tipo de bienes materiales, le haya hecho más feliz de lo que era antes. La idea según la cual el bienestar tendría algo que ver con la satisfacción y la fortuna es un error. No hay nada más terrible que el hecho de que algunos seres humanos pasen hambre y padezcan extrema necesidad. ¡Son cosas que no deberían tolerarse! Pero, cuando un hombre tiene todo lo necesario para vivir, tiene también todo lo necesario para ser feliz. Esta tendencia al materialismo, hoy constatable por doquier, aleja a los seres humanos de las cosas espirituales, que para colmo de males ya han dejado de transmitirse en la escuela. Solo se presta atención a lo útil. Todo ha de tener un objetivo, pero cada vez son menos los que se interesan por la búsqueda de sentido.

Ahora bien, la moral no busca objetivos; se limita a ofrecer sentido. En la medida en que dejamos de lado la moral, nos convertimos en bestias. Yo veo este peligro. Si únicamente quiero poseer y acaparar más y más cosas, sin límite alguno, al final me resultará indiferente el hecho de que por debajo de mí haya otros que sufren necesidad. En semejantes condiciones, los límites morales desaparecen.»


«Todos los niños tienen derecho a aprender a calcular, a escribir y a leer Y han de aprenderlo muy bien, de manera que les sirva para toda la vida. Pero este canon educativo también debería incluir -y con idéntica categoría- el arte, como de hecho sucedió durante la Edad Media en la educación monástica, o justamente allí donde el arte se enseñó como la base de la educación. Actualmente, la escuela sigue las directrices que le marcan los políticos, y yo mismo, en más de una ocasión, he escuchado cómo algunos de ellos, cuando luego se han visto presionados a ahorrar, han dicho que el arte debe quedarse a la cola, porque el dinero no llega para todo y el aprendizaje del cálculo y de la escritura son más importantes para que los individuos posteriormente puedan enfrentarse con éxito a los problemas que les plante la vida y el mundo del trabajo.

Eso es un error fatal. Personalmente albergo una pequeña esperanza de que parte de los intelectuales se convenza finalmente de la importancia básica que tiene la formación cultural. Quien piense que el bienestar es simplemente una cuestión material se equivoca. Pero ¡cómo se ha extendido hoy día este error! En los debates políticos, bienestar y dinero se equiparan. Yo pienso que el hombre no debe pasar hambre, pero desde el momento en que el individuo está en condiciones de tener don de vivir, qué comer, sin verse obligado a pasar hambre, hay cosas mucho más importantes que el dinero. Por desgracia, muchos descubren demasiado tarde que no pueden comprar la tranquilidad y la felicidad.»


«Todo ser humano comprende, sin tener que recurrir al pensamiento lógico, cosas esenciales de este mundo; y uno de los lenguajes de esta razón del corazón es la música; o mejor, el arte. Considero imperdonable no formar este segundo tipo de pensamiento, pues ello se deriva lo que nosotros denominamos moral, y otras muchas, muchísimas cualidades, que el ser humano necesita para poder vivir dignamente. 

Esto es lo decisivo: La raison du coeur tiene ya una enorme significación en el entorno familiar. Mucho antes de ser escolarizado, el niño tiene derecho a una educación basada en el amor. Pero esta educación debe tener continuidad en la escuela. La decisión política de ahorrar en la educación de las cualidades artísticas de los niños tiene consecuencias fatales.»


«Aunque suene raro, la fidelidad a la obra es un elemento decididamente perturbador, que puede echar por tierra el conocimiento del músico sobre las prácticas interpretativas con la disculpa del recurso al texto puro de las notas. La letra, que naturalmente debo aprender de nuevo si quiero hablar la lengua de la época en que fue creada la obra, no debe ponerse por delante del sentido. A menudo se piensa que lo que tenemos delante -es decir, las notas- es la verdadera obra. Es un error. La obra es lo que se esconde detrás de las notas: es decir, el sentido.»


«La educación, sobre todo, ha prescindido de forma mucho más clara del arte. En mi opinión, un niño tiene derecho a determinadas cosas. Y sencillamente debe disponer de ellas, para que llegue a convertirse en un hombre. Todos estamos de acuerdo en que los niños han de saber calcular, escribir y leer, ya que de otro modo no podrían sobrevivir en la sociedad. Pero el convencimiento de que este derecho incluye también el arte, y además desde una edad muy temprana, ha desaparecido de las escuelas. 

La forma de pensar que permite comprender el arte es muy fácil de adquirir para un niño. En cambio, para un adulto, acostumbrado a pensar exclusivamente con criterios utilitarios, este aprendizaje es mucho más difícil. El hecho de que hoy en día los planes de estudio y los sistemas educativos hayan sido diseñados por personas que piensan en una dirección completamente falsa, es una de las causas de mi profundo pesimismo. Creo que en este terreno se está creando un vacío que pronto, cuando hayan pasado dos o tres generaciones, ya no será percibido. Por lo tanto, cuando llegue ese momento, tampoco será posible llenarlo.»


«Si cierra los ojos, deja de ver la imagen. Y si no leemos, nos quedamos sin poesía. El oído no tiene cerradura: está abierto. Y si en su presencia suena una canción, la música penetra en el interior del oyente sin que éste pueda defenderse de ella. Aquí radica el carácter subversivo de la música: puede desarmar al oyente más frío. 

Hay individuos que asisten a un entierro, lamentan la pérdida de un ser querido y apenas se les nota. Pero, un momento después, toca un cuarteto de cuerda o canta un coro, y se abren las compuertas y caen todas las barreras emocionales. Esos individuos no pueden contener por más tiempo sus emociones. Solo la música consigue hacerlo.»


«Cuando la música me rocía, me vuelvo agresivo. Música, para mí, es sinónimo de escuchar con atención. No puedo percibirla sin escucharla. Por eso, no soporto la música en un ascensor o en una casa de huéspedes. Le pido al camarero que, por favor, desconecte el aparato. Si no me hace caso, dejo el local y no vuelvo a pasar por allí, 

Por lo que a mí respecta, no volvería a comprar en una tienda en la que una vez me han rociado con su música instalada, ¡No podría hacerlo! Si un dentista me hace escuchar un concierto de piano de Mozart porque piensa que de esa manera sentiré menos el dolor, sucede exactamente lo contrario: los dolores se hacen inaguantables, porque no soporto tener que oír música sin escuchar realmente. Y, naturalmente, enseguida me levanto y me marcho.»


«¿Cómo va estar en condiciones de mejorar las cosas un sistema educativo cuyos principios y planes de estudio son fijados por funcionarios del ministerio y por los políticos? Esto es lo que hay que decir si nos atenemos a los hechos. Un político no tiene por qué ser necesariamente un ser humano íntegro, que deba ser tomado en serio desde el punto de vista cultural. Puede ser un buen político y, sin embargo, desconocer muchas de las cosas que le son necesarias a un ser humano.»


«Simplemente, no me gusta que el público confunda la sala de conciertos con una tienda de oxigenación, que es lo que podrían dar a entender comentarios como los siguientes por parte de los asistentes: ahora necesito descansar del desagradable trabajo de mi jornada; ahora voy a escuchar algo hermoso, a procurarme un poco de «felicidad de Mozart», y mañana todo estará nuevamente en orden. Si la música dirige nuestra mirada hacia el misterio del alma humana, no puede utilizarse simplemente para pasar una velada agradable. Puede ser la ocasión de un gran enriquecimiento personal para quien sabe mirar.

Escuchar música mientras tomamos una agradable ducha con agua templada para limpiarnos del polvo de cada día me parece del todo insuficiente. Me resultaría inaguantable tener que tocar la Sinfonía en sol menor de Mozart ante un público que ríe y cuchichea, sencillamente porque se trata de una obra destinada a abrir de par en par el alma del oyente. Y cuando leo en una crítica que los oyentes experimentaron la «felicidad de Mozart», no puedo dejar de preguntar: ¿qué oyó realmente quien escribió eso? Quien asiste a un concierto tiene que arriesgar algo. Ha de arriesgar, por lo menos, la posibilidad de experimentar algo, de que suceda algo que realmente le afecte, y no simplemente que se ha divertido de lo lindo.»


«Los médicos a uno lo hacen cada vez más viejo. Incluso los alabamos por algo que para mí continúa siendo un verdadero enigma. El ideal de los médicos parece ser la lucha contra la muerte, pero sobre todo deberían esforzarse, tal vez, por posibilitar una muerte digna a los seres humanos. Ya con el nacimiento se declara la muerte. El hombre nace para morir. Por consiguiente, ¿qué ha de hacer el ser humano en conjunto? Rebelarse contra la muerte es ridículo.»


«Todas las orquestas tienden a la rutina y, tratándose de una orquesta de ópera, sin esta rutina dejarían de existir, simplemente. Una representación debe superar todas las dificultades sin meter ruido. Pero esto es precisamente lo más odioso del mundo de la música. El director de un concierto no debe contentarse con superar en silencio todas las dificultades; por encima de todo, debe tratar de expresar algo de belleza y contenido. Rutina y buena música son absolutamente incompatibles. Por una sencilla razón: la belleza obliga a afrontar enormes riesgos.

Para que una frase suene bellamente, un músico siempre estará dispuesto a correr un gran riesgo. Ahora bien, si un músico recibe una bronca por cada error que comete, cada vez estará menos dispuesto a arriesgar algo por la belleza. Cuando se renuncia a la belleza en favor de la seguridad, siempre sale perdiendo el arte.»


«Le diría sin rodeos que el amor, si fuese explicable, dejaría de existir. Porque se convertiría en una cuestión de química y de antemano sabríamos qué ingredientes serían necesarios para elaborar el preparado que surtiese efecto. Lo disolveríamos en un vaso y, una vez ingerido, brotaría indefectiblemente el amor. Le seré sincero: no puedo imaginarme que alguien pretenda explicar el amor. Tal vez podría hacerlo un poeta; por eso el lenguaje de los poetas resulta tan misterioso para los seres humanos desprovistos del don de la poesía.

Un poeta quizá sería capaz de explicar cosas inexplicables. De todos modos, esta hipotética explicación poética habrá que leerla probablemente entre líneas; de lo que con toda seguridad nunca dispondremos es de una explicación al pie de la letra. Y. sin embargo, es probablemente lo único que cuenta. Y aquí radica lo realmente fantástico: hay algo que nadie puede explicar, pero que a la vez nadie está en condiciones de rehuir: el auténtico meollo de la vida. No sabría qué otra cosa decir y que, aunque de manera solo aproximada, sugiriera el sentido de la vida. Solo se trata de esto.»

SINOPSIS: «La música es más que las palabras», de Nikolaus Harnoncourt.

«Traducido al inglés y al alemán nada más publicarse, este libro se convirtió en un best-seller y a su autor en una referencia internacional. El filósofo analiza la desmoralización de la sociedad europea producida por el imperio del hombre-masa, un tipo de hombre nacido del desarrollo científico-técnico y del liberalismo del siglo XIX pero arisco a su pasado y decidido a imponer su propia vulgaridad por medio de la acción directa, la cual llevó en política a los totalitarismos fascista y bolchevique. Frente a los mismos, el autor hace una nítida defensa de la democracia liberal y una clara apuesta por la constitución de unos Estados Unidos de Europa como proyecto de futuro. Ortega es uno de los padres intelectuales de la Unión Europea.»

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