John Dewey. La educación.

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«Se aprende mediante el planteamiento de problemas. El pensamiento se puede y se debe educar porque necesita ser desarrollado, alimentado y porque espontáneamente en él prevalecen la simplicidad y la uniformidad, a veces las analogías superficiales. Hay que enseñar a cuidarse de la variedad de los particulares, de las excepciones. Hay que enseñar a pensar. Pero no existe un método para pensar, sino que pensar es el método. Pensar es el método de la experiencia inteligente, cuando se parte de la idea de que su producto es como la obra de arte: no puede establecerse de antemano. Las escuelas antiguas (como siguen siéndolo muchas de las escuelas, porque en los sistemas educativos se siguen inconscientemente ideas platónico-aristotélicas) juzgan los resultados o productos, la respuesta correcta, no el proceso. En ellas se parte de la convicción de que sólo hay un mapa del territorio, el mapa verdadero, el que los alumnos deben aprender y repetir. Lo atestiguan la permanencia de los programas de las materias y de los libros de texto. No se ha entendido que más importante que el aprendizaje y repetición es el desarrollo de hábitos mentales efectivos.

Comprender algo es captar su significado, pero al significado se llega gracias a la práctica, al uso. No se puede pensar en general sino a partir de situaciones vividas. La dificultad de la educación formal consiste en asegurar la existencia de situaciones vividas, plantear problemas que conduzcan a trazar mapas para territorios, crear experiencias significativas en las que los niños y los jóvenes se vean inmersos. Hoy en día, en cambio y por desgracia, como en los tiempos en los que vivió Dewey, parece que los únicos problemas en los que los alumnos piensan más a menudo se reduce a averiguar qué piensa el profesor y qué tienen que contestar para que la respuesta sea justa.»

SINOPSIS: «La educación», de John Dewey.

«Todavía hoy estamos buscando en qué consistes una buena educación. Hace más de 100 años, Dewey afirmó que educar no es adiestrar, que la transmisión de conocimientos no es comunicación, que los profesores no sólo tienen que conocer su materia sino también a sus alumnos. La revolución copernicana que propone nos enseña que una buena escuela no es la que tiene magníficas instalaciones sino excelentes profesores.»

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