Henri Bergson. Historia de la idea del tiempo.
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«Si dejo caer un pedazo de azúcar en un vaso de agua, para beber el agua azucarada es necesario esperar cierto tiempo para que el azúcar se disuelva. Haga lo que haga, es necesario esperar; es decir, es necesario que se produzca un proceso de maduración de la realidad exterior, material. Si no hubiera duración en las cosas, duración interior en las cosas, análoga a mi propia duración, ¿cómo podría comprender un hecho de este tipo? Si el tiempo no fuera más que una palabra, las unidades serían unas cualesquiera, indeterminadas: la duración que implica un fenómeno de este tipo no estaría determinada en relación con el flujo de mi propia duración. Este flujo es algo concreto que no puedo reducir ni prolongar.»
«Si digo que el niño se convierte en hombre y considero al niño en cuanto tal como una realidad terminada y al hombre como algo terminado, entonces tengo dos términos lógicamente inmutables: el niño y el hombre. De este modo, el cambio, el paso de niño a hombre, se vuelve algo que lógicamente no se puede comprender, puesto que habría que admitir que el niño -que, según asumimos, no es más que niño, es un niño- resulta ser en cierto momento, en la transición, hombre. Pero ya lo decíamos, la realidad no es ni el niño ni el hombre, es la progresión, la evolución, el devenir por el cual el niño se vuelve adolescente, el adolescente se vuelve hombre, el hombre se vuelve un anciano.
Estos términos -infancia, adolescencia, virilidad, vejez- no son realidades sino punto de vista o perspectivas de la mente sobre una realidad que es cambiante. La realidad verdadera es el cambio, el devenir, la transición continua. Por lo tanto, aquello que no existe más que para nuestra mente, aquello que no tiene sino el valor de un signo, para emplear la terminología de nuestras primeras lecciones, son estos mismo términos: infancia, adolescencia, etc. Tales signos corresponden a perspectivas, visiones inmóviles que tiene la mente de una realidad que se transforma y pasa.»
«Supongamos que quisiera aprender la pronunciación de una lengua extranjera difícil de pronunciar -digamos, la pronunciación del inglés-. ¿Cómo lo hago? Hay dos formas diferentes de proceder. Podría tomar un manual de pronunciación en el que se muestre la pronunciación del inglés por medio de las letras del alfabeto tal como debieran ser pronunciadas por un francés. En ese caso, me encontraría frente a una representación de la pronunciación del inglés en términos conocidos, y si el manual está bien hecho y me empeño en este tipo de estudios, lograré una pronunciación aproximada, suficiente, de la lengua extranjera -una pronunciación tal que si visito el país y hablo la lengua, me daré a entender si me prestan atención-. Y me tendrán que prestar atención, pues, de entrada, se imaginarán que yo hablo francés, ya que en realidad aprendí la pronunciación del inglés en términos del francés, en función del francés, en relación con el francés. Tendré un conocimiento relativo de la pronunciación del inglés.
¿Qué necesito para tener un conocimiento absoluto? Sería necesario viajar a Inglaterra, vivir con los ingleses, vivir la vida inglesa. Sería necesario sumergirme en la pronunciación presente del inglés. Aprendería lo mismo, la misma pronunciación, pero de una forma completamente diferente; no tendría que vérmelas con elementos separados, con letras que combinaría a fin de formar sonidos; no tendría ya letras junto a otras letras, sílabas junto a otras sílabas, palabras junto a otras palabras. No. Probablemente comenzaría con frases; tendría en la mente -o mejor dicho, en el oído- el habla inglesa, como si fuera música o, más bien, como la melodía que es la pronunciación.
Así, no tendré un conocimiento del inglés relativo al francés sino que tendré un conocimiento del inglés relativo al inglés mismo. Es decir, un conocimiento absoluto y no relativo a la pronunciación del inglés. Conocer relativamente es conocer desde fuera, es estar fuera de lo que se aprende.
Por el contrario, conocer absolutamente dicha pronunciación es conocerla no desde fuera, sino desde dentro. Para conocer esta pronunciación de manera absoluta no debo quedarme en casa, sino que debo ir a Inglaterra. Conoceré entonces la pronunciación no desde mí, sino desde ella misma, en sí, como dicen los filósofos. Así de sorprendente y evidente resulta, en este primer ejemplo, la diferencia entre un conocimiento relativo y un conocimiento absoluto.»
SINOPSIS: «Historia de la idea del tiempo», de Henri Bergson.
«Todos los filósofos se han planteado el problema de explicar el devenir, es decir, la duración. Y en esta Historia de la idea del tiempo, el filósofo francés, Henri Bergson, lo ejemplifica claramente con el lenguaje. Compuesto por dos elementos esenciales, el lenguaje expresa en el sustantivo lo concreto y lo individual, a la vez que lo inmóvil y lo estable, mientras que en el adjetivo expresa lo general y lo cambiante. Bergson vincula estos dos elementos del lenguaje con los dos instintos fundamentales del ser humano como ser social: el sustantivo, que es lo estable, como expresión de la tendencia del individuo a someterse a la disciplina social; el adjetivo, que es el cuerpo en movimiento, como expresión de la tendencia del individuo a innovar.
En lugar de partir de conceptos claros y de contornos estables, y en lugar de intentar reconstruir con ellos la movilidad y la duración, Bergson propone emanciparse de los conceptos, descartar las categorías, al menos de forma provisional, para lograr colocarse en la duración pura y, desde ahí, volver a bajar a los conceptos. Y hacerlo es un esfuerzo que más que construcción requiere intuición.»
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