Filip Müller. Tres años en las cámaras de gas.

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«Cuando, el 15 de marzo de 1939, los nazis invadieron Bohemia y Moravia, los 118.000 judíos que allí vivían vieron los acontecimientos con recelo; pero ni la más alocada de las imaginaciones hubiera podido imaginar, en pleno siglo XX, el exterminio sistemático de todo un grupo étnico. Sólo unos días después de la ocupación entró en vigor lo que se conocía como la legislación racial. Para empezar, todos los judíos fueron expulsados del funcionariado. Sus fábricas y negocios fueron «arianizados». A los médicos judíos se les prohibió tratar a los pacientes o, más bien, trabajar en cualquier rama de la organización nacional de la salud. Poco a poco, los judíos fueron expulsados de la vida política, económica, cultura y social del país, hasta quedar por completo excluido. Sus derechos fueron recortados cada vez más.

Fueron obligados a declarar sus bienes y entregar sus aparatos de radio, sus instrumentos musicales, sus equipos de sky y sus abrigos de piel. Sus carnets de identidad se marcaron con una gran J. Desde los siete años tenían que llevar una estrella de David amarilla sobre sus ropas. Sólo podían estar fuera de casa hasta las 8 p.m. No se les permitía mudarse de casa o abandonar sus domicilios por el motivo que fuera sin un permiso. Se prohibió el matrimonio con gentiles, así como las visitas a los jardines y piscinas públicas, cines, teatros y campos de deporte. No se les permitió asistir a la escuela secundaria o a la universidad. Los horarios de compras para los judíos quedaron restringidos; no se les permitió cortarse el pelo con peluqueros gentiles, así como tampoco enviar su ropa a la lavandería. […]

No había nadie dispuesto a tomar medidas en su favor; pero ni siquiera el cada vez mayor número de acosos, humillaciones y abusos consiguió meter en la cabeza de los afligidos judíos que cosas mucho peores les iban a ocurrir. Después de que el mundo entero les diera la espalda y les fueran robadas la mayoría de sus pertenencias, a partir de noviembre de 1941 fueron trasladados al gueto modelo de Theresienstadt. Por comparación, las condiciones tolerables de allí estaban pensadas para que el mundo exterior creyera que los nazis estaban dispuestos a mostrar un mínimo de humanidad con los judíos. La existencia del gueto estaba destinada, por lo tanto, a contrarrestar los rumores de que se estaba llevando a cabo un exterminio en masa de aquellos. Lo cierto es que el gueto de Theresienstadt era el punto de recogida y tránsito de judíos en su camino hacia los campos de exterminio del este.»

SINOPSIS: «Tres años en las cámaras de gas», de Filip Müller.

«Este testimonio ofrece en detalle un truculento relato de de lo que realmente ocurrió en las cámaras de gas: desde el momento en que cientos de miles de prisioneros de Auschwitz llegaron en trenes como ganado; a la separación de las familias y el proceso de selección; a las brutales palizas y amenazas por parte de oficiales de las SS; a las mentiras destinadas a inducir a los presos a pensar que estaban a punto de ser «desinfectados» en las duchas públicas en lugar de asesinados; a la tortura sádica de algunos; El horror vivido como testigo directo por parte del autor hizo que luchara por mantenerse con vida para dar el mundo un testimonio veraz.»

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