Alan Watts. La sabiduría de la inseguridad.

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«La más remota de todas las posibilidades para la mente moderna es que exista una manera de mirar la vida aparte de todas las concepciones, creencias, opiniones y teorías. Si existe semejante punto de vista, sólo puede proceder del cerebro vacío de un necio. Sufrimos el engaño de que todo el universo permanece en orden gracias a las categorías del pensamiento humano, temiendo que si no las sostenemos con la mayor tenacidad, todo se desvanecerá en el caos. Debemos repetir: la memoria, el pensamiento, el lenguaje y la lógica son esenciales para la vida humana. Son sólo la mitad de la cordura. Pero una persona, una sociedad que está sólo medio cuerda, es que está loca. Mirar la vida sin palabras no es perder la capacidad de formar palabras, pensar, recordar y planear. Al contrario, sólo por medio del silencio podemos descubrir algo nuevo de qué hablar. Quien habla incesantemente, sin detenerse a mirar y escuchar, se repetirá a sí mismo ad nauseam.»


«¿Qué vamos a hacer al respecto?” es una pregunta que sólo formulan quienes no comprenden el problema. Si un problema puede resolverse, comprenderlo y saber qué hacer al respecto son una y la misma cosa. Por otro lado, hacer algo al respecto a un problema que uno no comprende es como tratar de eliminar la oscuridad apartándola con las manos. Cuando se hace la luz, la oscuridad se desvanece de inmediato.»


«El error habitual de la práctica religiosa es confundir el símbolo con la realidad, mirar el dedo que señala el camino y luego consolarse chupándolo en vez de seguir la dirección. Las ideas religiosas son como palabras, poco útiles y con frecuencia engañosas, a menos que uno conozca las realidades concretas a que se refieren. La palabra “agua” es un medio útil de comunicación entre las personas que saben lo que es el agua. Lo mismo es cierto con respecto a la palabra y la idea llamada “Dios”. Al llegar aquí, no deseo parecer misterioso o hacer afirmaciones de “conocimiento secreto”. La realidad que corresponde a “Dios” y “vida eterna” es honesta, sin engaño, clara y expuesta a la vista de todos. Pero es preciso una corrección mental para verla, de la misma manera que una visión clara requiere a veces la corrección que proporcionan unas gafas.

La creencia obstaculiza, en vez de ayudar, el descubrimiento de esta realidad, tanto si uno cree en Dios como si cree en el ateísmo. Hemos de hacer una distinción clara entre creencia y fe, porque, en la práctica general, la creencia ha llegado a significar un estado mental que es casi opuesto a la fe. La creencia, tal como uso la palabra en este contexto, es la insistencia en que la verdad es lo que uno querría o desearía que fuera. El creyente abrirá su mente a la verdad a condición de que ésta encaje con sus ideas y deseos preconcebidos. La fe, por otro lado, es una apertura sin reservas de la mente a la verdad, sea ésta lo que fuere. La fe carece de concepciones previas; es una zambullida en lo desconocido. La creencia se aferra, pero la fe es un dejarse ir. En este sentido de la palabra, la fe es la virtud esencial de la ciencia y, del mismo modo, de cualquier religión que no se engañe a sí misma.»


«Hay, pues, dos maneras de comprender una experiencia. La primera es compararla con los recuerdos de otras experiencias, y así nombrarla y definirla. Esto es interpretarla de acuerdo con lo muerto y el pasado. La segunda es tener conciencia de ella tal como es, como cuando, en la intensidad de la alegría, nos olvidamos del pasado y el futuro, dejamos que el presente lo sea todo y ni siquiera nos detenemos a pensar: “Soy feliz”. Ambas maneras de comprender tienen su utilidad, pero corresponden a la diferencia entre conocer una cosa mediante palabras y conocerla inmediatamente.

Un menú es muy útil, pero no puede sustituir a la cena. Una guía es un instrumento admirable, pero difícilmente puede compararse con el país que describe. La cuestión, pues, es que cuando tratamos de comprender el presente comparándolo con los recuerdos, no lo comprendemos tan profundamente como cuando somos conscientes de él sin comparación. Sin embargo, ésta suele ser la manera en que abordamos las experiencias desagradables. En vez de ser conscientes de ellas tal como son, tratamos de abordarlas según lo que sabemos del pasado. La persona asustada o solitaria empieza en seguida a pensar: “Tengo miedo” o “estoy muy solo”. Desde luego, éste es un intento de evitar la experiencia.

No queremos ser conscientes de este presente, pero como no podemos salir del presente, nuestra única escapatoria son los recuerdos. Ahí nos sentimos en terreno seguro, pues el pasado es lo fijo y lo conocido, pero también, naturalmente, lo muerto. Así, para tratar de librarnos del miedo, nos esforzamos en seguida para separarnos de él y “fijarlo”, ya sea interpretándolo de acuerdo con los datos que nos proporciona la memoria, ya sea de acuerdo con lo que ya está fijo y es conocido. En otras palabras tratamos de adaptarnos al presente misterioso comparándolo con el pasado (recordado), nombrándolo e “identificándolo”.»


«No puede haber duda de que el poder de recordar y predecir, de realizar una secuencia ordenada a partir de un caótico revoltijo de momentos desconectados, es un maravilloso desarrollo de la sensibilidad. En cierto sentido, es el logro del cerebro humano, que proporciona al hombre los poderes más extraordinarios de supervivencia y adaptación a la vida. Pero la manera en que utilizamos generalmente este poder tiende a destruir todas sus ventajas, pues sirve de muy poco ser capaz de recordar y predecir si eso nos incapacita para vivir plenamente en el presente. Si mi felicidad en este momento consiste principalmente en revisar recuerdos y expectativas felices, sólo soy vagamente consciente de este presente, y seguiré teniendo esa vaga conciencia del presente cuando ocurran las buenas cosas que he estado esperando, pues me habré formado el hábito de mirar atrás y adelante, haciendo así que me resulte difícil atender el aquí y el ahora. Entonces, si mi conciencia del futuro y el pasado me hace menos consciente del presente, debo empezar a preguntarme si estoy viviendo de veras en el mundo real. Después de todo, el futuro carece por completo de sentido e importancia a menos que, más tarde o más temprano, se convierta en presente. Así, planear para un futuro que no va a convertirse en presente es tan absurdo como planear para un futuro que, cuando llegue, me encontrará “ausente”, empeñado en mirar por encima del hombro en vez de mirarle a la cara.»

SINOPSIS: «La sabiduría de la inseguridad», de Alan Watts.

«Este libro significa una inversión radical del pensamiento ordinario sobre la búsqueda de la seguridad. El autor plantea la pregunta: ¿cómo vivir en un mundo de inseguridad? ¿en un mundo privado del consuelo de las tradicionales creencias religiosas? Y la respuesta la encuentra en la ley de la retrocesión: los seres humanos sufren y perecen debido a los esfuerzos mismos que hacen por no sufrir y por no perecer. Ya lo expuso Lao-tzé, el viejo maestro del pensamiento paradójico. «Quienes se justifican, no convencen». «Para conocer la verdad hay que liberarse del conocimiento». «Nada más poderoso que el vacío». No es una filosofía del nihilismo sino al contrario: es una llamada a vivir el presente sin la ansiedad generada por el espejismo del tiempo y de la historia. Es una filosofía, evidentemente taoista, que enseña que la salvación comienza cuando uno asume no hay «salvación», y que la seguridad surge cuando uno asume su más radical inseguridad. Escrito en estilo lúcido y ameno, este libro de Alan Watts posee inagotable actualidad en nuestra época de incertidumbre y crisis.»

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