Sri Aurobindo. Sobre la educación.

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«El primer principio de la verdadera enseñanza es que nada puede ser enseñado. El maestro no es un instructor o un policía, sino un ayudante y un guía. Su trabajo es sugerir y no imponer. No moldea la mente del alumno tan solo le muestra cómo perfeccionar sus instrumentos de conocimiento y le ayuda y le alienta en el proceso. No le imparte conocimiento, le muestra cómo adquirirlo por sí mismo. No convoca el conocimiento que todos llevamos dentro, le muestra dónde encontrarlo y cómo habituarse a sacarlo a la luz. La distinción que reserva este principio para la enseñanza de los adolescentes y de los adultos y niega su aplicación en el niño es una doctrina conservadora y poco inteligente Niño y hombre, chico o chica, solo hay un sonoro principio para la buena enseñanza. La diferencia de edad solo sirve para disminuir o incrementar la cantidad de ayuda y orientación necesarias, pero no cambia su naturaleza.

El segundo principio es que la mente debe ser consultada en su propio crecimiento La idea de martillear al niño hasta dañe la forma deseada por el padre o el profesor es una superstición bárbara e ignorante. Es él mismo quien debe ser inducido a expandirse de acuerdo con su propia naturaleza. No puede haber mayor error que el que los padres organicen de antemano las cualidades, capacidades, ideas o virtudes particulares que su hijo habría de desarrollar en el futuro o que establezcan para él una carrera predeterminada. Forzar la naturaleza a abandonar su propio dharma es hacer un daño permanente, mutilar su crecimiento y desfigurar su perfección.

Es una tiranía egoísta sobre el alma humana y una herida abierta en el corazón de la nación que pierde el beneficio de lo mejor que un hombre podría haber dado de sí mismo y se ve obligada a aceptar, en su lugar, algo imperfecto y artificial, de segunda categoría, superficial y común. Cada uno tiene en sí algo divino, algo suyo propio, una oportunidad única y no repetible de perfección y de fuerza en una esfera, por pequeña que sea, que Dios le ofrece para tomar o rechazar. La tarea consiste en encontrarla, desarrollarla y usarla. El objetivo principal de la educación debería ser ayudar al alma en crecimiento a sacar lo mejor de sí misma y perfeccionarlo para hacer un noble uso de ello.

El tercer principio de la Educación es trabajar desde lo próximo a lo lejano, desde lo que es a lo que será. La base de la naturaleza de un hombre es casi siempre, además del pasado de su alma, su herencia, su entorno, su nacionalidad, su país, la tierra de la que se nutre, el aire que respira, las vistas, los sonidos, los hábitos a los que está acostumbrado. Ellos lo moldean no menos poderosamente por el hecho de ser menos perceptibles, desde ahí se debe comenzar. No debemos confundirnos y creer que toda su naturaleza está conformada por las raíces de la tierra que le vio nacer, pero tampoco cerca la mente con imágenes e ideas de una vida que ajena, importada o extraña a aquella en la que debe físicamente moverse.

Si algo debe ser traído de fuera debe ser ofrecido, no forzado a la mente. Un crecimiento natural y libre es la condición de un verdadero desarrollo. Hay almas que se rebelan contra su entorno de una forma natural y que parecen pertenecer a otra época o a otra región. Dejémosles que sean libres de seguir su inclinación; pero la mayoría se consumen, se vacían, se vuelven artificiales si artificialmente se moldean en un medio extraño. Es disposición divina entender por qué uno nace donde nace, por qué uno debe pertenecer a tal o cual nación, o a tal o cual tiempo, nacer en un tipo y otro de sociedad, entender hasta qué punto somos hijos del pasado, poseedores del presente, creadores del futuro. El pasado es nuestro fundamento, el presente nuestro material, el futuro nuestro objetivo y nuestra cima. Cada cual debe tener su justo y natural lugar dentro del sistema educativo de la nación.»

SINOPSIS: «Sobre la educación», de Sri Aurobindo.

«Año tras año, gobierno tras gobierno, en la mayoría de los países, pero en especial en este, se suceden las reformas educativas como olas en el mar, cambiando la superficie pero sin tocar el fondo de un modelo educativo que parece haber llegado a su límite y que, como dice Aurobindo en este pequeño libro, «solo se salva en Europa de tener unos resultados desastrosos por la negativa del estudiante común a someterse a los procesos que implica». Salta a la vista que es necesaria una regeneración radical del sistema y los artículos que en este libro se recogen pueden ser una estupenda herramienta para ello. Aun incompletos, aun tratándose tan solo de rápidos bosquejos al hilo de unas circunstancias precipitadas, dejan inmediatamente entrever la increíble capacidad de síntesis del autor, su tremenda capacidad para, entre tanto ruido, dar con la fuente exacta del problema, definirla, analizarla y dar con las soluciones apropiadas. Desde la excesiva fragmentación de la enseñanza, a la prematura inclusión de un segundo idioma, pasando por la deciente forma de entender y enfocar la educación moral, Aurobindo disecciona una por una las trabas que lastran el funcionamiento de un modelo educativo que se caracteriza, ante todo, por por su deciente comprensión de la mente y de la biología humana.»

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