Nicolás Maquiavelo. El príncipe.

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«También gana un príncipe gran estima cuando es un amigo y un enemigo de verdad, es decir, cuando se muestra sin ningún miedo a favor o en contra de unos y otros. Esa actitud siempre será más útil que quedarse neutral, porque, si dos hombres poderosos cercanos a ti llegan a las manos, su condición puede ser tal que, al vencer uno de ellos, tengas que temer al vencedor, o no. En cualquiera de los dos casos, siempre será más útil que te descubras y luches abiertamente, porque, en el primer caso, si no te descubres siempre serás presa del que vence, con el placer y la satisfacción del que ha sido vencido, y no habría ninguna razón para que te defiendan ni te acojan. Porque el vencedor no quiere amigos sospechosos que no le ayuden en las adversidades y el que pierde no te acoge si no has compartido su suerte con las armas en la mano.»


«En general, se puede afirmar que los hombres son ingratos, inconstantes, falsos y fingidores, cobardes ante el peligro y ávidos de riqueza; y mientras les beneficias, son todos tuyos: te ofrecen su sangre, sus bienes, su vida y sus hijos, como antes dije, cuando la necesidad está lejos; pero cuando la necesidad se acerca te dan la espalda, así que el príncipe que haya confiado por completo en sus palabras y no disponga de otras defensas, se hundirá.

Porque las amistades que se adquieren a un precio, y no con la grandeza y la nobleza del alma, se compran pero no se poseen, y en el momento necesario no se dispone de ellas. A los hombres les da menos miedo atacar a uno que se hace amar que a uno que se hace temer, porque el amor se basa en un vínculo de obligación que los hombres, por su maldad, rompen cada vez que se opone a su propio provecho, mientras que el temor se basa en un miedo al castigo que nunca te abandona.»


«El deseo de conquista es sin duda algo totalmente natural y ordinario, y si un hombre es capaz de llevar a cabo una conquista siempre será elogiado por ello, o, por lo menos, no será criticado. Pero si no es capaz y, no obstante, se obstina en conseguirlo a cualquier precio, entonces es cuando se cae en el error y se recibe las críticas.»


«Todos los principados conocidos están gobernados de dos maneras distintas: o mediante un príncipe de quien todos los demás son servidores, que le ayudan a gobernar el estado en calidad de funcionarios, por gracia y concesión suya, o mediante un príncipe y una corte de nobles, que gozan de esa condición no por gracia de su señor, sino por la antigüedad de su linaje. Estos nobles tienen estados y súbditos propios, que les reconocen como señores y les profesan su afecto espontáneamente.

En los estados gobernados mediante servidores el príncipe tienen una mayor autoridad, porque no hay nadie más en todo el país a quien se reconozca como superior, y si los súbditos obedecen a algún otro, es en calidad de ministro y funcionario, y no le profesan ningún cariño.»


«Aquel que ayuda a otro a alcanzar el poder está condenado a caer, porque para conseguirlo habrá utilizado o su ingenio o su fuerza, y ambas cosas resultan incómodas para el que se ha vuelto poderoso.»


«Y quien se adueñe de una ciudad acostumbrada a ser libre y no la destruya, que se espere ser destruido por ella, porque el nombre de la libertad y de las antiguas instituciones siempre encuentra refugio en la rebelión, y ni el tiempo transcurrido ni los beneficios obtenidos pueden hacer que sean olvidadas. Y por muchas precauciones que se tomen, si no se divide o se destruye a sus habitantes, éstos nunca olvidarán ese nombre y esas instituciones y recurrirán inmediatamente a ellos en cuanto tengan ocasión, tal y como ocurrió en Pisa, cien años después de que fuera conquistada por los florentinos.

En cambio, cuando las ciudades o las provincias están acostumbradas a vivir bajo el dominio de un príncipe y el linaje de éste se ha extinguido, los ciudadanos, en parte porque están acostumbrados a obedecer, y en parte porque se han quedado sin su antiguo príncipe, ni se ponen de acuerdo para elegir a uno de entre ellos ni son capaces de vivir en libertad. Por consiguiente, son más lentos a la hora de tomar lar armas, y para un príncipe es más fácil convencerlos y asegurarse su apoyo.»


«Y hay que considerar que no existe hada de trato más difícil, de éxito más dudoso y de manejo más arriesgado que la introducción desde el poder de nuevos ordenamientos, porque el que introduce innovaciones tiene como enemigos a todos lo que se beneficiaban del ordenamiento antiguo, y como tímidos defensores a todos los que se beneficiarían del nuevo. 

Dicha timidez nace, en parte, del miedo a los adversarios, que tienen las leyes a su favor, y en parte de la incredulidad de los hombres, que no creen realmente en las cosas nuevas hasta que no están firmemente respaldadas por la experiencia. De ello nace que cada vez que los que se oponen a las reformas tienen ocasión de rebelarse, lo hacen con violencia facciosa, mientras que los otros las defienden sin convicción, de forma que el mismo príncipe corre peligro junto con ellos.»


«Además, los estados que nacen rápidamente, al igual que todas las demás cosas que en la naturaleza nacen y crecen deprisa, no pueden tener las raíces y las ramificaciones necesarias, por lo que mueren con la primera helada; a menos que, como hechos dicho, los que se han convertido en príncipes sean hombres de tanta virtud que desde el primer momento sean capaces de tomar las medidas necesarias para conservar lo que la suerte les ha entregado, y sepan construir después los cimientos que los demás han construido antes de ser príncipes.»

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«Cuando se conquista un estado, el que lo ocupa tiene que pensar cuáles son los ultrajes que va a tener que cometer y hacerlos todos de una vez, para no tener que cometer uno nuevo cada día, asegurándose de esa forma la fidelidad de los hombres y ganándoselos con los beneficios que les ofrece. Quien actúe de otra forma, ya por timidez o porque ha sido mal aconsejado, siempre tendrá que tener la espada en la mano, y nunca podrá confiar en sus súbditos, puesto que éstos, a su vez, no podrán sentirse seguros con él, a causa de los nuevos ultrajes que continuamente reciben.

Porque los ultrajes hay que hacerlos todos  a la vez, para que, al saborearse menos, la ofensa sea menor, mientras que los beneficios hay que hacerlos poco a poco, para que los saboreen mejor.»


«Al que llega al principado con la ayuda de los poderosos le cuesta más mantener el poder que al que llega con la ayuda del pueblo, porque, como príncipe, se encuentra rodeado de muchos que le parecen sus iguales, a los que ni puede dar órdenes ni manejar a su antojo. Pero el que llega al principado con el favor popular se encuentra solo, y no hay nadie o casi nadie a su alrededor que no esté dispuesto a obedecerle.

Aparte de esto, no puede dar satisfacción a los poderosos de una forma digna y sin ofender a nadie pero sí se puede satisfacer así al pueblo; porque la intención del pueblo es más noble que la de los poderosos, puesto que éstos desean oprimir, y aquél no ser oprimido. Además, el príncipe nunca podrá sentirse seguro si tiene al pueblo como enemigo, porque son demasiados, pero sí podrá sentirse seguro ante los poderosos, porque son pocos. 

Lo peor que un príncipe puede temer del pueblo, si éste le es hostil, es que le abandone, pero de los poderosos, si le son hostiles, no sólo debe temer que le abandonen, sino también que le ataquen, puesto que, al ser más providentes y más astutos, siempre toman las medidas necesarias  a tiempo para salvarse, y buscan la manera de congraciarse con el que esperan que gane. Y también es necesario que el príncipe viva siempre con ese mismo pueblo, pero no que tenga siempre a los mismos poderosos, pudiendo crearlos o destruirlos y darles o quitarles prestigio, a su gusto, cada día.»


«El que es elegido príncipe con el favor popular debe conservar al pueblo como amigo, cosa que le resultará fácil, puesto que éste no pide otra cosa que no se oprimido. En cambio, el que, teniendo al pueblo en contra es hecho príncipe con el favor de los poderosos, tiene que intentar ganarse al pueblo antes que nada, cosa que le resultará fácil en cuanto se gane su protección. Y como los hombres, cuando reciben el bien de quien se esperaban el mal, se sienten más obligados hacia su benefactor, en seguida el pueblo se vuelve más benévolo con él que si le hubiese prestado su apoyo para llegar al principado.»


«Un príncipe no debe preocuparse de tener fama de cruel por mantener a sus súbditos unidos y fieles, porque, con muy pocos ejemplos, será mas piadoso que aquellos que por ser demasiado humanos dejan que sigan los desórdenes, de los que nacen asesinatos y robos; porque éstos suelen perjudicar a la entera sociedad, mientras que las ejecuciones que decreta el príncipe solo ofenden a individuos concretos.»


«Los hombres, en general, juzgan más por los ojos que por las manos, porque muchos son los que ven y pocos los que tocan. Todos pueden ver lo que pareces, pero pocos saben lo que eres, y esos pocos no se atreven a ir en contra de la opinión de los muchos que están respaldados por la autoridad del estado; y en las acciones de todos los hombres, y máxime en las de los príncipes, cuando no hay tribunal al que reclamar, se juzga por los resultados.»


«Nunca ha ocurrido que un príncipe nuevo haya desarmado a sus súbditos, es más, cuando los ha encontrado desarmados siempre les ha dado armas, porque, al estar armados, sus armas se vuelven tuyas, los que eran sospechosos se vuelve fieles, y los que ya eran fieles siguen siéndolo, y de simples súbditos se convierten en partidarios tuyos. Y puesto que es imposible armar a todos los súbditos, una vez que se hayan beneficiado los que tú has armado, podrás actuar con los demás con más confianza; porque cuando se den cuenta de que los tratas mejor, los primeros se sentirán obligados hacia ti, y los segundos lo aceptarán, al ver que es lógico que tengan mayores privilegios aquellos que soportan mayor peligro y mayores obligaciones.

En cambio, si los desarmas empiezas a ofenderlos, porque demuestras que desconfías de ellos bien porque los crees cobardes o bien porque los crees desleales, y tanto en un caso como en el otro se genera odio contra ti. Y como no puedes estar desarmado, tienes que recurrir a las milicias mercenarias, que son como las hemos descrito antes, y aunque fueran buenas, no lo serían tanto como para defenderte al mismo tiempo de unos enemigos poderosos y de unos súbditos de los que desconfías.»


«Sin duda los príncipes se vuelven grandes cuando superan los obstáculos y las dificultades que se les presentan. Por eso la suerte, especialmente cuando quiere ensalzar a un príncipe nuevo, que tiene más necesidad de adquirir prestigio que uno hereditario, hace que le nazcan enemigos y que otros emprendan acciones en su contra, para que tenga la oportunidad de superarlas y pueda subir más alto, utilizando la escalera que sus propios enemigos le colocan. Por eso hay muchos que piensan que un príncipe sabio debe alimentar con astucia algún conflicto cando se le presente la ocasión, para que, tras aplastarlo, su grandeza se vea aumentada.»


«Un príncipe que no sea sabio por sí mismo no puede ser bien aconsejado, a menos que, al azar, no se deje gobernar en todo por un solo hombre que sea inteligentísimo. Este caso podría darse, pero no duraría mucho, porque el gobernador le quitaría el poder en breve tiempo.

Por otra parte, si un príncipe que no está capacitado pide consejo a más de una persona, siempre recibirá consejos dispares y no será capaz de sintetizarlos por sí mismo; de esa manera, cada uno de sus consejeros pensará en sus propiedades, y él no sabrá cómo corregirlos ni cómo juzgarlos. Y nunca podrás encontrar consejeros que no actúen de esta forma, porque los hombres siempre te perjudicarán, a menos que la necesidad no les haga ser buenos.

Por eso, en conclusión, tienen que ser los buenos consejos, vengan de quien vengan, los que nazcan de la sabiduría del príncipe, y no la sabiduría del príncipe de los buenos consejos.»

SINOPSIS: «El príncipe», de Nicolás Maquiavelo.

«Redactado por Nicolás Maquiavelo (1469-1527) en 1513, cuando se hallaba en el ostracismo a causa del triunfante retorno al poder de los Médicis, El Príncipe ha pasado a la historia del pensamiento por constituir el arranque de la reflexión teórica sobre los orígenes del poder y la estructura del mismo. En medio de las exhortaciones moralizadoras, los encubrimientos retóricos y las justificaciones ideológicas, la contraposición entre la «fortuna» y la «virtud», capital en la obra, es una de las articulaciones conceptuales mediante las que comienza la política a abrirse paso como saber científico y como práctica sometida a pautas de regularidad.»

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