Emilio Lledó. Sobre la educación.
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«Habría necesariamente que crear comisiones permanentes interfacultativas, que estableciesen un orden de prioridades temáticas, para evitar lo que hace años se llamó la barbarie de la especialización. Frase que en otro tiempo tenía una cierta carga retórica y que hoy se ha convertido en definitoria de auténticas barbaridades bélicas y ecológicas, que hemos padecido y estamos padeciendo. Que en las escuelas técnicas o facultades científicas no haya más asignaturas que las propias de la carrera; que no esté programada entre sus asignaturas oficiales la posibilidad de asistir a cursos de historia o teoría de la ciencia, de metodología, de teoría del lenguaje, de historia de la técnica, etcétera, es algo que no sólo afecta al estudiante como ciudadano del mundo, sino a la esencia del verdadero sentido de los conocimientos que aprende.»
«Porque, a pesar del falso tópico de que una imagen dice más que mil palabras, las imágenes no dicen. Impresionan, desgarran, endulzan nuestra intimidad, pero no dicen. Es el silencioso murmullo de nuestra mente y del lenguaje que verdaderamente somos, el que habla y acomoda lo visto en el contexto de nuestra personalidad. Las imágenes muestran el mundo, o fingen mundos irreales, pero quedarían flotando en su simple insustancialidad si no pudieran formar parte de un discurso en el que, desde nosotros mismos o desde otros, se dice lo que tenemos que hacer con ellas.
De ahí su peligrosidad. Porque aisladas de cualquier contexto, salpicadas desde la frontera de lo monstruoso y lo inhumano, necesitamos enhebrarlas en palabras que nos digan algo parecido de su sentido, que nos justifiquen las razones de su patológica existencia. Y una sociedad sobresaturada de explosiones visuales, ahíta de crueldad, podría ser fácilmente manipulable, desde el momento en que tales despojos fueran colgándose, amojamados, en el hilo de un par de vocablos trivializados y vacíos que inculcaran determinados comportamientos. Acabaríamos, pues, convirtiéndonos también incluso sin quererlo en personajes de ese horror con el que se nutre nuestra vista.»
«Una Universidad sólo existe por la calidad y competencia de su profesorado. En ella la relación profesor-alumno tiene que darse de manera directa y espontánea, sin mediación alguna de ese tercer elemento, la asignatura. Desde el momento en que, como pasa en nuestra Universidad, es la asignatura la que manda, el profesor queda reducido a un mero transmisor de un programa estereotipado y casi siempre vacío, coagulado en unos esquemas, útiles a su vez para ser reproducidos en el momento del examen. Lo cual no quiere decir que el profesor no tenga que dominar un campo del conocimiento y ser especialista en una determinada materia; pero es él quien constituye y crea su curso, quien organiza de una manera y otra la enseñanza, quien distribuye sus temas.
Cuando lo que flota en el enrarecido aire de la Universidad son esas entelequias llamadas asignaturas, todo lo demás parece accesorio. Incluso ya no importa quién explique esas asignaturas, el caso es que se expliquen. La búsqueda del profesorado cualificado para darlas se convierte en algo secundario. Esa Universidad de asignaturas impartidas por profesores asignaturescos permite seguir manteniendo la ficción de un funcionamiento, la ficción de unos contenidos, la ficción de una estructura docente. Es la mejor arma para salir al paso, de mala manera, de lo que se considera un peligro para el viejo elitismo universitario: la masificación. Porque así como no pueden improvisar profesores, sí se pueden dividir y subdividir grupos de asignaturas, y multiplicar, hasta el infinito, el cultivo del acartonamiento intelectual.»
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«Otro de los grandes escollos de la vida universitaria y de todo nuestro sistema educativo es el examen. Por supuesto que si al acabar los estudios ha de darse un título profesional es evidente que el Estado tiene que controlar el nivel de sus aspirantes. Pero ello no quiere decir que, como ocurre frecuentemente, los universitarios preparen exámenes. Los exámenes no se preparan. Lo que se prepara o se debiera preparar es el conocimiento de una materia, de un saber, de un territorio de conocimientos.
El examen es, pues, un paso subsidiario, marginal, en el que sin prisas, sin formalismos, sin la obligación de memorizar datos insustanciales, el universitario pudiese, como pasa en la mayoría de las universidades extranjeras, poner a prueba su madurez. Proyectados hacia esos períodos febriles que, en junio o septiembre angustian a nuestros estudiantes, nada más inútil que ese saber memorístico, manualesco, convertido en fórmulas que solo sirven para pasar la disparatada liturgia examinadora. Una juventud filtrada a lo largo de los cinco cursos de Universidad y de los diez o doce de enseñanza primaria y media acaba maltratando su mente, sus ilusiones y pensando que el apasionante mundo del saber y de la ciencia es ese horroroso organismo de mediocridad, falso pragmatismo e ignorancia que, como es manifiesto, ha frustrado durante siglos nuestras mejorares posibilidades intelectuales.»
«Porque no se trata solo de poder decir, de poder expresarse sino de poder pensar, de aprender a saber pensar para, efectivamente, tener algo que decir. ¿Qué importa la libertad de expresión si lo que expresamos es el discurso estúpido y vacío de las palabras mal sabidas, de los conceptos manipulados, incluso por nosotros mismos, de las ideas estereotipadas, convertidas en pringue ideológica que se recalienta en el rescoldo de nuestros miedos y de nuestros intereses?»
«Tendríamos que agradecer a todos esos escritores que nos acompañan en el siempre breve espacio de nuestra vida, el que nos hayan entregado sus palabras que construyen una humana manifestación de eternidad. Una eternidad que no promete otra existencia más allá de las fronteras de cada vida y que, en el gozo de leer, en las horas de lectura, nos deja esquivar las paredes del tiempo y acariciar en los silenciosos murmullos de las letras, las espaldas de no sé bien qué especie de inacabada amistad.»
«El maestro es imprescindible en la docencia universitaria. Un maestro no es aquel que explica, con mayor o menor claridad, conceptos estereotipados que siempre se podrán conocer mejor en un buen manual, sino aquel que transmite en la disciplina que profesa algo de sí mismo, de su personalidad intelectual, de su concepción del mundo y de la ciencia. Ser maestro quiere decir abrir caminos, señalar rutas que el estudiante ha de caminar ya solo con su trabajo personal, animar proyectos, evitar pasos inútiles y, sobre todo, contagiar entusiasmo intelectual. Este elemento estimulador, sugeridor, orientador, es la pieza esencial del mecanismo universitario. Por ello habría que someter a revisión uno de los tópicos más arraigados en los últimos años de la vida universitaria: el de la adecuada relación numérica entre profesor y alumno.
Es evidente que puede resultar provechoso ese contacto casi directo entre unos pocos alumnos y su profesor. Pero esta concepción cuantitativa de la docencia no es demasiado importante. Esa relación entre pocos alumnos y un maestro podría, tal vez, resultar beneficiosa si éste efectivamente lo fuera. De lo contrario, si el profesor es incompetente, casi sería preferible tenerlo a la mayor distancia posible. Siempre será más provechoso escuchar a un profesor, que verdaderamente lo es, entre cientos de estudiantes, que tener que soportar el clásico impartidor de asignaturas entre quince alumnos.»
SINOPSIS: «Sobre la educación», de Emilio Lledó.
«Emilio Lledó, uno de los más relevantes pensadores españoles de nuestro tiempo, ha situado la educación en el centro de su filosofía, y el ideal pedagógico que defiende se alimenta, por supuesto, de unos sólidos cimientos filosóficos con especial atención en la filosofía griega clásica, al lenguaje y a la memoria, pero también de una larga experiencia en las aulas. Lledó, a favor de una educación pública «que haga desaparecer las azarosas e injustas diferencias que necesariamente impone la sociedad», defiende también una organización moderna e interdisciplinaria -no asignaturesca- de los conocimientos, reflexiona sobre la identidad, la necesidad de cultivar el lenguaje, los peligros de la obsesión tecnológica, de la escuela y la universidad, y de la paulatina desaparición de las Humanidades.«En la raíz de la palabra «educación» está un verbo latino que significa «guiar», «conducir»; pero también sacar algo de alguien: guiar, pues, y desarrollar lo que yace en el fondo originario de cada naturaleza que es dinamismo, posibilidad, evolución, progreso.»»
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